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¿Has probado una oración en la que no pides nada?

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Luisa Restrepo - publicado el 16/02/22
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En la oración de contemplación poco importa si estás concentrado, si usas una buena técnica o si consigues un consuelo

Cuando el Señor invitó a sus discípulos a seguirlo, no les dio una serie de instrucciones: los invitó a estar con Él (Mc 3, 13-14).

Nuestra vida de oración consiste en estar con Jesús, pasar tiempo con Él, permitiendo que hable a nuestro corazón.

Cuando comenzamos a orar, las técnicas o métodos exteriores nos ayudan en este encuentro: la postura, la composición del lugar, la oración vocal, etc

Pero estos se pueden convertir en impedimentos cuando dejamos que se conviertan en lo central.

Poco a poco, si perseveramos en la oración, vamos descubriendo que queremos ir más a lo profundo, hacer de nuestro encuentro algo más íntimo, más personal.

Nos pasa que nuestra alma se va a uniendo más a Dios y quiere quedarse con Él.

A esta oración la llamamos oración de contemplación.

Una oración que se centra más en Dios, en quién es Él y en lo que Él nos quiere dar, que en lo que nosotros logremos por tener un gran espacio de encuentro con Él. En la contemplación lo central es Dios.

No conseguir objetivos ni fines

No vamos a la oración para conseguir un fin. La nuestra es una relación y una de amor, y las relaciones amorosas no tienen un fin instrumental, ellas son el fin en sí mismo.

Si concebimos la oración como una relación amorosa, nos alegramos de la existencia de la otra persona, aunque no consigamos algo de ella.

Por eso en la oración de contemplación poco importa si estás concentrado, si usas una buena técnica o si consigues un consuelo. En ella lo que importa es unir el alma a Dios.

Santa Teresa nos dice que no debemos ir a la oración a buscar un sentimiento reconfortante. Debemos ir a ella para unirnos a Jesús con voluntad determinada.

Nosotros estamos allí con Jesús a pesar que nuestro pensamiento nos distraiga.

A veces es difícil poner el pensamiento en Dios y por más que lo intentemos no lo podemos lograr. Se trata entonces de procurarlo, pero si no es posible, unirnos desde lo hondo de nuestro corazón a Él.

La peor tentación es pensar que estamos perdiendo el tiempo. Mientras hacemos oración con la voluntad, nada está perdido.

Ir al centro

El problema está cuando nos centramos demasiado en nosotros mismos y nos dedicamos muy poco a los intereses de Jesús.

Oración es, ante todo, procurar saber cuál es la voluntad de Dios y desear ponerla por obra.

Cuando tratamos de hacer de nuestra oración un momento gratificante o revitalizante, eso en sí mismo, no está relacionado con el bienestar de Jesús sino con el nuestro.

Por eso se trata de anteponer el deseo que Dios tiene de que estemos con Él y darle gusto.

La felicidad cristiana poco tiene que ver con la felicidad que entiende el mundo hoy: un estado de bienestar personal.

La evangélica tiene que ver con la entrega, con el amor gratuito, con buscar el bien del otro.

A la oración hay que ir con el deseo de trascender toda ciencia, como dice san Juan de la Cruz.

Es por eso que nuestro encuentro con Dios está mucho más allá de cualquier sentimiento y pensamiento.

Estos nos dan una idea de lo que es Dios, pero no pueden descubrirnos lo que Él es en sí. Dios es mucho más y se nos quiere dar a conocer en nuestro interior. 

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