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¿Fue una monja la primera feminista de la historia?

SOR JUANA

Juan de Miranda - Public domain

Vidal Arranz - publicado el 15/02/22

Se reedita ahora la biografía que Clara Campoamor, la artífice del voto femenino en España, dedicó a la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, una de las aspirantes a tal título y cumbre del Siglo de Oro

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Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa jerónima del siglo XVII fue una poetisa, escritora y pensadora novohispana considerada en su tiempo como la Décima Musa Mexicana, y actualmente como una figura importante de las letras del Siglo de Oro español. 

Hay acuerdo en adornar a la célebre monja con todas estas cualidades, pero ¿podemos considerarla, además, la primera feminista de la historia? La luchadora por los derechos de la mujer Dorothy Schons la propuso para tal título en el año 1925, por su defensa de la ‘mujer pensante’, pero otras candidatas de la España de la época pueden disputarle tal reconocimiento.

Eso, claro, en el caso de que pudiéramos ponernos de acuerdo en torno al significado de la palabra ‘feminismo’, primero, y, luego, acerca de la aplicación de tal denominación para tiempos tan diferentes a aquellos en los que surgió este movimiento.

Candidata a tal distinción sería la también religiosa Santa Teresa de Jesús, reconocida como doctora de la Iglesia, y a la que el filósofo Santiago Navajas le concede el título de primera gran feminista de la historia en su libro “Esto no estaba en mi libro de Historia de la Filosofía”. 

Por no hablar de la burgalesa del siglo XV Teresa de Cartagena, monja también y que precede en un siglo a la santa abulense. Primera escritora en lengua castellana con nombre conocido y primera gran poeta mística, Teresa de Cartagena es autora del libro ‘Admiración de las obras de Dios’, en el que realiza una defensa explícita de la inteligencia de la mujer, doscientos años antes que Sor Juana Inés de la Cruz. Pero es probable que Dorothy Schons no conociera algunos de estos antecedentes.

En cualquier caso, nada de esto le resta mérito a la escritora y pensadora novohispana, de la que ahora recupera la editorial Renacimiento una cálida biografía que la artífice del voto femenino en España, Clara Campoamor, le dedicó en el año 1944, durante su exilio, un periodo en el que trabajó como periodista y escribió numerosas colaboraciones literarias y políticas en la prensa de la época.  

Campoamor era una mujer agnóstica, pero respetuosa con la sensibilidad religiosa, como demostró sobradamente en los meses finales de la II República, al ser una de las pocas voces no conservadoras que protestó contra los atropellos que sufrían los creyentes durante el gobierno del Frente Popular. 

Desde ese mismo respeto se acerca a la figura de la escritora novohispana, aunque no puede evitar interpretarla desde la dimensión de su figura que le resulta más atractiva: su condición de mujer culta, leída, y con gran agudeza intelectual, en un contexto en el que tales ejemplos escaseaban.

Protegida por los virreyes

La vida de sor Juana Inés de la Cruz contiene lagunas suficientes como para estimular a la escritora española a rellenarlas con su interpretación que nunca es, sin embargo, fantasiosa. 

La primera de estas lagunas es la sorpresa que provocó su entrada en religión con 16 años, de forma inesperada.  Campoamor vincula esta decisión a dos datos innegables -la pasión de Juana Inés por los libros y el estudio, y su desinterés por el matrimonio- y a otras dos explicaciones que se presentan como hipótesis: la posibilidad de algún desengaño amoroso, o la existencia de algún pretendiente indeseado, pero poderoso, del que no pudiera escapar sino ingresando en una orden religiosa. 

De hecho, a Juana Inés de la Cruz, que fue sistemáticamente protegida por los virreyes que se fueron sucediendo en la Nueva España -una parte del imperio español que tenía como centro lo que hoy es México pero que ocupaba varios estados del actual EEUU- le preocupa, sobre todo, que las labores y horarios propios del convento sean un obstáculo para su voluntad de conocimiento. Aunque hubo algún contratiempo inicial, pudo luego, durante 13 años, dedicarse al estudio a placer y en medio de la admiración general. 

Una vez dentro del convento se desarrollarían la devoción y la religiosidad que iluminaban a tan singular mujer, que se propuso, a su manera, vencer la prohibición de la época que impedía a las féminas estudiar Teología. Sor Juana Inés diseñará todo un plan cultural para acercarse a la Biblia desde la retórica, la historia, la lógica, los mitos y otras muchas perspectivas culturales que considera imprescindibles para entender el texto sagrado, de modo que, sin estudiar teología, llegó a tener un conocimiento excepcional de las Sagradas Escrituras.

Fruto de esta dedicación, descubrirá incluso pautas musicales en el texto bíblico; por ejemplo, en el episodio de Sodoma y Gomorra. La enumeración de las cifras mínimas de justos necesarios para que Dios perdonara a las dos ciudades pecadoras  -primero 50, luego 45, 30, 20 y 10- responde a proporciones armónicas musicales, según la religiosa novohispana, que llegó incluso a concebir un método musical propio, según sus biógrafos, aunque no ha llegado hasta nosotros. 

En el terreno de la escritura, sor Juana Inés de la Cruz cultivó muy distintos estilos literarios, entre ellos el teatro, pero es la poesía la que ha dado fama mayor a sus letras. Una poesía en la que tiene cabida incluso el desengaño por las inconsistencias amorosas, inspirada seguramente en sus vivencias adolescentes. “Al que ingrato me ofende, busco amante; /al que amante me sigue, dejo ingrata; / constante adoro a quien mi amor maltrata; / maltrato a quien mi amor busca constante”. 

Es especialmente valorada por los expertos la parte poética del auto sacramental ‘El Divino Narciso’, inspirada por El Cantar de los Cantares, pero probablemente su poema más célebre sea uno dedicado “A la inconsecuencia de los hombres’. 

“Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”, arranca el poema, que pone en evidencia ese juego perverso, muy donjuanesco, de asaltar tenazmente las defensas de la virtud femenina para luego, una vez conquistada la fortaleza, denigrarla por ligera. “Combatís su resistencia / y luego con gravedad / decís que fue liviandad / lo que hizo la diligencia”. Y añade: “Con el favor y el desdén / tenéis condición igual, / quejándoos si os tratan mal / burlándoos si os quieren bien”. 

Con todo es una polémica teológica la que ha convertido con toda seguridad a Sor Juana Inés en aspirante al título con que se inicia esta semblanza. Todo comenzó con su enfado al ver como el predicador jesuita Antonio Vieyra, muy popular en su tiempo, impugnaba las teorías de Santo Tomás, San Agustín y San Juan Crisóstomo. La monja jerónima escribió un escrito de réplica que no tenía vocación de ser público, pero que fue difundido por quien tenía intención de reprenderla, el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. El prelado publicó el escrito de Sor Juana y lo acompañó de otro suyo de respuesta que firmó como sor Philotea de la Cruz, en el que le reprochaba su pretensión de ser una autoridad en materia teológica. 

La polémica generó una nueva defensa de la religiosa quien argumentó que con mayor motivo podría discutir ella a quien se había atrevido a cuestionar a tres padres de la Iglesia. Es en este debate en el que Sor Juana Inés reivindica esa capacidad pensante de las mujeres que despertó la admiración de la feminista Dorothy Schons y también de Clara Campoamor. 

Es más, cuando le recuerdan la célebre, y tan malinterpretada referencia de San Pablo a que las mujeres deben callar en las congregaciones, Sor Juana Inés recuerda que en la Iglesia primitiva las mujeres se enseñaban unas a otras en los templos “y ese rumor confundía, cuando predicaban los apóstoles, por eso se les mandó callar; como ahora sucede, que cuando se predica no se reza en voz alta”. Y defiende la Décima Musa Mexicana que la apelación de San Pablo al silencio de las damas se refería “a las laringes, no al entendimiento”.  

La propia Clara Campoamor reconoce que no pareciera que el rifirrafe hubiera afectado a su autoestima. Y, sin embargo, un tiempo después se produce un cambio de actitud en Sor Juana que la escritora española no duda en atribuir a este reproche público, una teoría que no comparten otros historiadores.

Es verdad que algo cambia en la mentalidad de la religiosa novohispana en los últimos años de su vida, pues sustituye su devoción por los libros por las obras de caridad y las obras piadosas hacia los pobres y se califica a sí misma como “la peor del mundo” en una nota que resume su paso por el convento y que está fechada en 1694, sólo un año antes de fallecer.  

A Clara Campoamor este cambio le desconcierta, y aún más la sorprende que vendiera su extensa biblioteca, que tanto le costó reunir, para dar de comer a los necesitados. Y, por ello, no duda en vincular todo aquello con una auto mortificación inducida por el reproche del obispo. Un castigo por volar demasiado alto.

En esta interpretación percibimos los límites de la campeona del voto femenino para comprender el mundo religioso en el que se movía Sor Juana y que le era ajeno, pese a su respeto. Mientras la devoción y la predicación fueron secundarias al estudio, Clara Campoamor entiende a su biografiada y la admira, pero, cuando la jerarquía se invierte, necesita buscar un culpable que explique esa transformación. 

Los historiadores más contemporáneos, en cambio, sin negar que las críticas pudieran afectarla, pues era mujer sólida, pero de espíritu delicado, sitúan ese cambio en el contexto de los dramáticos sucesos que ocurrieron en esos años, con lluvias torrenciales, epidemias, sequías, e incluso un eclipse de sol. Sucesos que activaron el espíritu supersticioso del pueblo y una más viva conciencia de la proximidad de la muerte. 

Todo esto coincidió además con el fallecimiento del marques de Laguna, que había sido su último protector en el virreinato, lo que hizo que Sor Juana Inés se viera más desprotegida que nunca y, seguramente, contribuyó a que reorientara su actividad. 

Y, como colofón, llegó la peste, que alcanzó a varias religiosas de su comunidad, a cuyo cuidado se entregó la religiosa escritora sin medida. Aunque Campoamor vincula la muerte de Sor Juana con sus ayunos y su debilidad, por agravar sus problemas de salud, lo cierto es que la mayoría de los investigadores creen que tras contagiarse de peste hubiera fallecido en cualquier caso. 

Desconocida durante mucho tiempo, hoy sus obras se pueden encontrar y hay acuerdo en que es una escritora para reivindicar, más allá de las cuotas y de las perspectivas de género. 

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