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Por qué esta estadística ‘sorprendente’ sobre el matrimonio no sorprende tanto

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© Maridav / Shutterstock

Patrick Briscoe OP - publicado el 10/02/22

Los casados jóvenes, los religiosos jóvenes y los cristianos comprometidos de cualquier edad ya se han dado cuenta de esto

El sábado pasado, el diario The Wall Street Journal publicó un ensayo fantástico sobre el matrimonio y el divorcio en Estados Unidos. Los autores señalaban que la sabiduría popular de nuestra cultura anima a las parejas a esperar hasta la treintena antes de dar el “sí quiero”. Las jóvenes parejas, según afirma la visión predominante, tienen más riesgo de divorciarse. 

Un grupo con menos riesgo

Sin embargo, el artículo incluye unos datos fascinantes:

En un análisis de registros sobre matrimonios y divorcios de más de 50.000 mujeres en la Encuesta Nacional de Crecimiento Familiar de Estados Unidos (NFSG, por sus siglas en inglés), encontramos que hay un grupo de mujeres para las que el matrimonio antes de los 30 no es arriesgado: las mujeres que se casaron directamente, sin haber convivido nunca antes del matrimonio. De hecho, las mujeres que se casaron entre los 22 y los 30 años sin haber vivido en pareja antes tenían algunas de las tasas de divorcio más bajas de la encuesta NFSG.

Cada vez más, las investigaciones sociológicas y psicológicas están demostrando que la convivencia antes del matrimonio incrementa, más que reduce, la probabilidad de divorcio. Desde la perspectiva de la Iglesia, esto no es ninguna sorpresa en absoluto.

Ser novios, comprometerse y casarse, todo implica un riesgo. La profesora Gina Rhoades afirma sobre el fenómeno de la convivencia y los matrimonios estables:

“Por lo general, creemos que tener más experiencia es mejor… Sin embargo, lo que encontramos en las relaciones justo lo contrario. Tener más experiencia se relaciona con un matrimonio menos feliz más adelante”.

Las relaciones requieren que los amantes se deshagan de los aspectos falsos de su identidad. La profundidad del corazón debe ser revelada al ser querido. Sin embargo, esa revelación solo puede ocurrir verdaderamente, según afirma la Iglesia, dentro de los límites del compromiso del sacramento. Las parejas no pueden experimentar la vida de casados sin las gracias y alegrías del matrimonio.

Mis mejores años

Me uní a la Orden dominica inmediatamente después de mi graduación de la universidad. E incluso pasé algunos de mis años universitarios formándome para ser sacerdote diocesano. A menudo me preguntan si tengo algún remordimiento por haber dado mis “mejores” años a Dios. La respuesta es bastante sencilla: no, en absoluto.

La semana pasada, cuando recé en la tumba de santo Domingo en Bolonia, sollocé suavemente mientras le daba las gracias a Dios por la vida de este santo, por la visión de santo Domingo y por el increíble proyecto de la Orden de predicadores. Mis años en la vida religiosa no me han hecho menos yo. Al contrario, me han hecho ser más yo mismo, completamente. No puedo imaginar mi vida sin la Orden. Tampoco, supongo, pueden imaginarlo los otros jóvenes que se han unido a mi provincia, ¡bajando la media de edad a 46 años!

Parejas jóvenes

Lo mismo puede decirse de las parejas jóvenes. Sin duda es cierto para mis hermanos y para mis amigos íntimos. No pueden concebir sus vidas sin sus cónyuges o sus hijos.

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Jesús nos invita a que “echemos nuestras redes”, a que bajemos la guardia y confiemos en Él para nuestro matrimonio.

Sin embargo, encontrar una alegría así en la vida no es posible si nos negamos a echar las redes.

“Echen las redes”, le dice Jesús a Simón Pedro en el Evangelio del domingo pasado.

[Jesús] se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”.

Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”.

Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. 

(Lucas 5,3-6)

Cuando escucho estas palabras, escucho a Nuestro Señor decirnos: “Baja la guardia”.

Permite que el Evangelio transforme tu vida. Descarta tus nociones preconcebidas. Ignora la sabiduría de nuestra edad. Recurre a Cristo y sé cambiado.

Si no nos comprometemos personalmente, si seguimos el saber popular convencional o la sabiduría de la edad en vez de seguir a Cristo, lo más probable es que nos encontremos agotados y heridos. Tenemos que aceptar y echar nuestras redes; tenemos que seguir la palabra y las enseñanzas de nuestro Señor.

Empezar en la oración

Sin embargo, esta enseñanza no es solamente para los jóvenes que se plantean casarse o entrar en la vida religiosa. ¡Se trata del mismísimo patrón de la vida cristiana! Para echar nuestras redes, debemos empezar en la oración. Según nos dice el papa san Juan Pablo II:

La llamada de Cristo resulta especialmente actual en nuestro tiempo, en el que una difusa manera de pensar propicia la falta de esfuerzo personal ante las dificultades. La primera condición para “remar mar adentro” requiere cultivar un profundo espíritu de oración, alimentado por la escucha diaria de la Palabra de Dios. La auténtica vida cristiana se mide por la hondura en la oración, arte que se aprende humildemente “de los mismos labios del divino Maestro”.

Los autores del mencionado artículo de The Wall Street Journal concluyen su escrito diciendo:

“Si eres una mujer joven que se plantea casarse pero está preocupada por el divorcio, nuestra investigación sugiere que no necesitas esperar hasta tener 30 años… siempre y cuando hayas encontrado una buena pareja y no os mudéis juntos hasta después del día de la boda”.

Nosotros, cristianos, no deberíamos vivir con menos valentía. No dudemos en seguir con confianza las palabras de Cristo y permitir echar nuestras redes…, permitirnos bajar la guardia.

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