Una de las virtudes/defectos más cuestionable de nuestro tiempo es el perfeccionismo.
Virtud, porque evidentemente, lo es el tender a hacer todas las cosas muy bien. Y defecto, porque no suele tomar en cuenta a la realidad: que lo perfecto no existe en este mundo, que los fracasos son parte de la vida y que todo el que se mueve se equivoca alguna vez.
Una cosa es creer en el trabajo bien hecho y entregarse apasionadamente a hacer las cosas bien.
Pero otra cosa es vivir tenso siendo cruelmente exigente con todo, incluso con las personas que no son tan “perfectas” como esperamos.
El perfeccionismo nos hace sufrir. La realidad siempre se nos va a presentar con rebaja y nuestra obras -a pesar de todo el interés y esfuerzo que pongamos en ellas- se quedarán a mitad de camino.
El perfeccionismo es sutil, pero muy peligroso en su egocentrismo. Se alimenta del orgullo para ganar la aprobación del yo, su principal enfoque de facto es sobre nosotros mismos, no Dios ni los otros
El error: parte de la condición humana
No es una tragedia ni una catástrofe cometer un error. Es más valioso ver cómo las personas se reponen cuando cometen un error que el número de errores que cometen.
Fuerza de los errores
No hay una vida sin problemas, pero lo que hay en todo hombre, es la capacidad para superarlos.
La fuerza que sacamos de nuestros errores radica, no solo en que nos podemos levantar de nuevo, sino en que, en la constatación de nuestra limitación, descubrimos que quien tiene la fuerza es el amor.
En otras palabras, la perfección, aunque nos lleve a un bien, si no está motivada por el amor, no sirve de nada.
Dios no busca en nosotros la perfección, Dios busca nuestro amor.
Él tiene algo mucho mejor para nosotros que nuestra perfección idealizada, que no hace más que esclavizarnos.
Un Jesús imperfecto
Desde que Jesús sufrió nuestra debilidad y murió para resucitar, el poder de Dios está oculto en el fondo de la debilidad humana como una semilla que germinará a través de la fe y el abandono.
Podemos hacer el esfuerzo de hacerlo todo bien, de corregir nuestra debilidad, de apoyarnos en nuestras buenas resoluciones y en nuestra energía natural, pero más tarde que temprano nos terminamos por dar cuenta de que la imperfección está presente y está fuera de nuestro control.
Jesús, al asumir nuestra debilidad, nos enseña a amar imperfectamente y a seguirlo imperfectamente.
Mientras nos opongamos de mil maneras a nuestra debilidad, el poder de Dios no podrá obrar en nosotros.
Dios nos llama a una hermosa experiencia renovada de quitar la mirada de nosotros y de ponerla en Jesús.
Él quiere que dejemos de frenarnos o paralizarnos por el perfeccionismo, para que seamos libres de buscar el amor
Y si el perfeccionismo tiene una desmedida influencia sobre nosotros, Dios diseñará con misericordia las circunstancias para derrotar nuestros mejores esfuerzos por luchar "exitosamente" contra el pecado, hasta que aprendamos de dónde viene la libertad en realidad.
Eres libre de seguir a Jesús imperfectamente.