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¿La realidad te parece demasiado horrible?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/01/22

Es todo un reto no huir hacia ideales soñados ni caer en la amargura, se trata de confiar en Dios y dejar que su amor dirija

Definitivamente no deseo ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte. Nunca elijo el mal, ni el daño, ni la soledad forzosa. No quiero la derrota ni el fracaso en mis sueños y deseos.

Quiero que la realidad se acomode a lo soñado. Espero que las cosas salgan según lo previsto.

No soporto la demora en la realización de lo que espero. Ni me gusta aguardar, ni esperar.

Tampoco me consuela el pensar que mañana será mejor cuando el hoy no lo es. Ni saber que me esperan al otro lado del cielo los que han partido cuando su ausencia me duele.

Yo no quiero que las cosas sean como tienen que ser en lugar de ser como yo había planeado. Entonces sufro al pensar en el futuro incierto.

Quiero dirigir yo la vida, pero…

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Me gustaría que todo fuera mejor o a mi manera. Intento hacer las cosas como si dependieran totalmente de mí.

Controlo con mis brazos alargados el timón de mi barca para que siga la ruta deseada. Me frustro cuando veo que las olas me apartan de mi playa. Temo hundirme sin llegar a donde deseaba.

Las cosas no son como había imaginado. Ni la realidad, ni las personas, ni siquiera yo mismo cuando me imaginé con más años siendo niño.

Y sigo levantándome con miedo cada vez que el mañana me amenaza con posibles desgracias.

No elijo la cruz, es lo que más temo. Pero no quiero vivir sin paz. No deseo vivir amargado soñando con cosas que no existen, que no vuelven.

Confiar en Dios

Así las cosas me levanto confiado. Hago todo lo que está en mi mano por esquivar las rocas ocultas bajo las aguas.

Pero tengo puesta mi confianza en un Dios que me ama. No me envía ningún mal, ninguna desgracia. Permite, lo tengo claro, cosas que no me agradan.

La naturaleza es caduca y la libertad del hombre elige a menudo el mal o lo que no le conviene.

Por eso sé que las cosas no siempre son tan bellas como las había soñado. Y el tiempo echa a perder la belleza. O mis elecciones no son las correctas.

Vuelvo a pedirle a Dios que no me suelte de la mano. Quiero confiar y abandonarme en ese abrazo que me sostiene. Mi alma florece cobijado en sus brazos.

Cuando pasa algo malo, dudo

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Pero me cuesta confiar:

“A la mayoría nos falta la confianza. ¿Qué significa que nos falta la confianza? Siempre pensamos que tenemos que salvarnos nosotros mismos”.

J. Kentenich, Lunes por la tarde,Tomo 2: Caminar con Dios a lo largo del día

No consigo descansar en sus manos, en su pecho. En cuanto sucede algo malo dejo de creer en la bondad de Dios.

Dudo de su amor. Desconfío de su predilección. Me rebelo contra su mano que salva a unos y deja morir a otros. ¿Por qué no me ha elegido a mí?

A menudo hablo mucho del amor de Dios. Hablo de su misericordia. Sé que Dios es poderoso.

Me quiere, pero en la cruz no lo noto. No percibo su abrazo. No me calmo en ese dolor que me pesa. Y pienso que el presente es demasiado duro.

A mi lado

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Pero no me desanimo. Dios va en mi barca, a mi lado, no me suelta de la mano. Dios no me manda nada malo para educarme, para formarme.

No me envía dificultades para fortalecer mi vida. No aparece de golpe para tocar mi corazón y hacerlo suyo.

Las cosas malas suceden y la realidad no es ideal, no es un sueño. Es dura, y áspera con frecuencia.

A menudo me veo roto ante tanta dureza. Y siento que me pierdo alejándome de Dios. No lo quiero. Ni sé sus planes. No conozco el futuro.

Quiero confiar. Abandonarme en las manos de Dios y saber que me ama. Quiero ser más hijo, más niño, más dócil.

Quiero mirar mi vida y saber que no quiero el miedo en mi alma.

Cruz y paz

Puede que no ocurra exactamente lo que deseo, que la cruz me rompa por dentro, o que las cosas no sean tan bonitas como había pensado. Puede que el futuro sea incierto, duro, e inquietante.

No deseo el mal ni lo elijo. Opto por el bien, por la verdad, por la bondad. Acepto con un sí hondo la realidad de mi vida como es, no como hubiera soñado.

Puede que mis decisiones me hayan llevado a cargar cruces que no quería. Yo elegí, me equivoqué, opté por lo que deseaba.

Y al final me encontré con mares nuevos que me duelen en el alma. Y esos momentos quiero vivirlos con paz, sufrirlos con calma:

“El momento en el que vamos a poder salir recobrados de nuestro sufrimiento y angustia sólo llegará al ritmo preciso y personal de los que estamos viviendo el duelo. Sólo nosotros podemos marcar las necesidades temporales que exige nuestro ser para poder considerarse recuperado. Cada uno necesita su tiempo único para sanar”.

Anji Carmelo, Déjame llorar

Al final la luz

Necesitaré mi tiempo para enfrentar la cruz. Y necesitaré una gracia de Dios, un don del Espíritu para vivir con calma en medio de situaciones difíciles.

En esos momentos miraré a los demás con misericordia.

Sé que las cosas no van a ser a mi manera. Pero me decido a enfrentar la vida en medio del dolor.

No me amargo, no me angustio y pido el don de vivir alegre. Con esa alegría que viene del cielo.

Haga lo que haga, pase lo que pase la sonrisa de Dios desciende a mi alma. Noto su abrazo y florece la luz en mi interior. Una luz nueva que me habla de un presente lleno de esperanza.

Camino sin saber lo que pasará, confío. Siempre mi alma confía en ese Dios que está conmigo.

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