Ana Monteagudo Ponce de León nació en Arequipa (Perú) en 1602, en una familia de 8 hermanos.
Su padre era español y su madre arequipeña. Ellos confiaron su educación a las dominicas del Monasterio de Santa Catalina. Allí permaneció de los 3 a los 14 años.
Entonces sus padres decidieron que volviera a casa para comprometerla. Pero ella tenía otros planes y siguió viviendo como lo hacía en el monasterio, trabajando y rezando.
Convirtió su habitación en su lugar de retiro y allí un día tuvo una visión de santa Catalina de Siena.
La santa terciaria dominica del siglo XIV le permitió descubrir que estaba llamada a ser monja dominica, diciéndole:
“Ana, hija mía, este hábito te tengo preparado; déjalo todo por Dios; yo te aseguro que nada te faltará”.
Reformadora de su comunidad
Aunque sus padres se oponían, entró en el convento de las dominicas de clausura donde había pasado su infancia.
Como maestra de novicias primero y después como priora, contribuyó a reformarlo espiritualmente.
Se dedicó a la oración y recibió dones espirituales extraordinarios, como predecir hechos que debían ocurrir.
También tuvo una especial relación con las almas del Purgatorio, un fuerte interés por la evangelización de los indígenas y una gran generosidad con los necesitados.
Murió ciega y con muchos dolores en los músculos y huesos. Lo aceptó todo sin quejarse porque era la voluntad de Dios.
Una vez sepultada, a los diez meses su cuerpo fue exhumado y estaba fresco sin olor alguno.
San Juan Pablo II beatificó a esta dominica peruana en su visita a Arequipa el 2 de febrero de 1985 y habló así:
“Sabía acoger a todos los que dependían de ella, encaminándolos por los senderos del perdón y de la vida de gracia. Se hizo notar su presencia escondida, más allá de los muros de su convento, con la fama de su santidad. A los obispos y sacerdotes ayudó con su oración y su consejo; a los caminantes y peregrinos que venían a ella, los acompañaba con su plegaria”.
“Todos encontraron en ella un amor verdadero. Los pobres y humildes hallaron acogida eficaz; los ricos, comprensión que no escatimaba la exigencia de conversión; los Pastores encontraron oración y consejo; los enfermos, alivio; los tristes, consuelo; los viajeros, hospitalidad; los perseguidos, perdón; los moribundos, la oración ardiente”.