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¿Quieres llegar a todo y no puedes? Haz silencio

El perdonarse a sí mismos nos da alas para el momento presente.

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/12/21
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Hacer silencio es la tarea más difícil y ardua a la que me enfrento. No es fácil callar, esperar en silencio, aguardar a que Dios me hable

Hay días con sus horas en los que la palabra de Dios recorre la tierra hasta habitar en un corazón abierto y le dice lo que desea.

Me gusta pensar que siempre es un momento para que Dios me hable. Y de forma especial lo es el Adviento.

En este adviento, en estos días sagrados en los que trabajo la tierra de mi alma, Dios viene a hablarme. Y yo escucho su voz dentro de mí, en lo hondo.

Una voz sin palabras, con fuerza y contenido. Una voz que penetra mi alma y me posee, que me dice lo que tengo que hacer, el camino a seguir.

Es entonces el adviento un tiempo de escucha.

Muchas distracciones

Dios viene a decirme algo y yo estoy distraído, pendiente de tantas otras cosas. Me preocupan más los regalos que tengo que comprar, o las posadas que hay que preparar.

Vivo dando tumbos de un lado para el otro. Quiero llegar a todo, pero no lo consigo. Y me falta el silencio dentro del alma para escuchar.

El desierto es fundamental. Allí le fue dirigida la palabra a Juan. Igual que a Jesús más tarde y durante su vida en Nazaret:

La dificultad de callar

Hacer silencio es la tarea más difícil y ardua a la que me enfrento. No es fácil callar, esperar en silencio, aguardar a que Dios me hable. Comenta el cartujo Agustín Guillerand:

Me atrae ese silencio buscado y deseado. El silencio de los que callan para estar con Dios. El silencio que es ausencia de ruidos y palabras, ausencia de gritos y reclamaciones. Ausencia de voces.

En el silencio me siento incómodo en ocasiones. Pierdo la paz y siento que no puedo caminar seguro.

Necesito hacer, decir, conseguir

El silencio es lo más contrario a mi forma de vivir. Vivo lleno de ruidos. Música, conversaciones, redes sociales, preocupaciones que me quitan la paz.

No me callo por dentro y tampoco por fuera. Hablo, grito, pido, suplico. No logro calmar la velocidad de mis pensamientos.

Siento que la vida se juega en lo que hago, en lo que digo, en lo que consigo, en lo que me resulta bien.

Entender que el silencio es fundamental para mi alma me resulta extraño.

Quisiera hacer mucho más por los demás. Y siento que estar en silencio es una pérdida de tiempo.

Faltan palabras de consuelo y esperanza. Quiero gritarlas para que el mundo las oiga.

Apaciguar ansias

Estar en el desierto es como ser abandonado, como esa barca en el dique seco que no sale ya más a pescar.

El desierto es lo contrario de la vida bulliciosa que busco cada día. Me gustaría ser capaz de adentrarme en el desierto de mi alma.

Calmar los gritos que llevo dentro. Apaciguar mis ansias de lograrlo todo. Perder más el tiempo con Dios, ese tiempo tan valioso que poseo y se me escapa.

El desierto exige que me despoje de preocupaciones, de miedos, de ataduras en forma de adicciones y dependencias.

Buscar el silencio

El desierto no es atractivo. No hay risas, ni gritos, ni presencias, ni voces que me reclamen.

El silencio es soledad, es dejar de buscar para esperar a que me llamen. Es dejar de correr en cualquier dirección para esperar a que me digan cómo siguen los siguientes pasos.

El desierto es ausencia de decisiones esperando la decisión que pueda cambiar mi vida.

Me gusta pensar en el adviento como una oportunidad para ir al desierto en busca del silencio. Me pongo en camino.

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