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Santa Matilde, el ruiseñor de Dios

SAINT MECHTILDIS
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Luisa Restrepo - publicado el 18/11/21 - actualizado el 13/03/23
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Conoce la preciosa historia de una famosa religiosa medieval con dones místicos y un cálido afecto a Jesús

Matilde de Hackeborn fue una mujer fuerte que tuvo la gracia de alumbrar una época de gran fecundidad para la vida monacal alemana a inicios del siglo XIII.

Nació en una familia noble en 1241 o en 1242, en la fortaleza de Helfta, Sajonia. Su hermana Gertrudis estaba ya en el convento cisterciense de Rodersdorf.

Un día cuando Matilde fue a visitarla, a la edad de 7 años, se enamoró de la vida conventual e ingresó como estudiante en 1248, dejando a un lado los beneficios de haber nacido en un castillo y tener un título nobiliario.

Con siete años de vida, Matilde acumulaba la experiencia de haber sobrevivido a la muerte poco después de nacer y con la profecía del sacerdote que la bautizó, quien entrevió que sería una gran santa, asegurando a sus padres que Dios obraría a través de ella numerosos prodigios.

Por eso, desde muy pequeña, su hermana Gertrudis (que era la abadesa del convento) la formó espiritual e intelectualmente.

Agraciada con muchos dones... también místicos

De este modo Matilde pudo multiplicar los talentos que Dios le había regalado: una gran inteligencia y una bellísima voz por la que fue denominada "ruiseñor de Dios".

Desde niña tuvo grandes dones místicos que guardó en su corazón hasta que cumplió los quince años.

Orientada por su hermana, se convirtió en una gran formadora que tuvo a su cargo a las vocaciones.

De hecho, le confiaron a Gertrudis la Grande, cuando llegó al convento a la edad de 5 años. Y es que Matilde era una ejemplar maestra y modelo de novicias y profesas.

Enfermedad y sufrimiento

Ella, al igual que Gertrudis, la grande, vivió en carne propia la experiencia del sufrimiento ocasionado por largas y dolorosas enfermedades que fueron persistentes.

Su frágil condición fue escenario para que Dios obrara en su vida y diera grandes frutos espirituales.

Algunas de estas experiencias se las confío a sus religiosas. Una de ellas fue su discípula Gertrudis, quien se ocupó de recopilarlas en el Libro de la gracia especial, junto a otra hermana de comunidad.

En este, aparte de sus revelaciones místicas, se revela la importancia que tuvo la liturgia en su itinerario espiritual.

Caridad ardiente

Matilde fue una mujer obediente, humilde y piadosa, de gran espíritu penitencial, ardiente caridad.

Tuvo gran devoción a María y al Sagrado Corazón de Jesús con el que mantuvo místicos coloquios.

Supo llegar al corazón de las personas que pusieron bajo su responsabilidad y las llevó con gran amor a Cristo.

Cuando le rogaba a la Virgen que no le faltara su asistencia en el momento de la muerte, Ella le pidió que rezase diariamente tres avemarías "conmemorando, en la primera, el poder recibido del Padre Eterno; en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo; y, en la tercera, el amor de que me colmó el Espíritu Santo".

María la invitó a meditar en los misterios de la vida de Cristo: 

"Si deseas la verdadera santidad, está cerca de mi Hijo; él es la santidad misma que santifica todas las cosas".

Eucaristía, Evangelio y oración

Durante la última y difícil etapa de su vida, ocho años llenos de sufrimiento, mostró la hondura de su unión con Cristo, a cuya Pasión unía sus dolores por la conversión de los pecadores.

La Eucaristía, el Evangelio y una vida de oración forjaron su espíritu disponiéndola al encuentro con Dios:

"Las palabras del Evangelio eran para ella un alimento maravilloso y suscitaban en su corazón sentimientos de tanta dulzura, que muchas veces por el entusiasmo no podía terminar su lectura… El modo como leía esas palabras era tan ferviente, que suscitaba devoción en todos. De igual modo, cuando cantaba en el coro estaba totalmente absorta en Dios, embargada por tal ardor que a veces manifestaba sus sentimientos mediante gestos… Otras veces, como en éxtasis, no oía a quienes la llamaban o la movían, y de mal grado retomaba el sentido de las cosas exteriores".

En una de sus visiones, es Jesús mismo quien le recomienda el Evangelio; abriéndole la llaga de su dulcísimo Corazón, le dice:

"Considera qué inmenso es mi amor: si quieres conocerlo bien, en ningún lugar lo encontrarás expresado más claramente que en el Evangelio. Nadie ha oído jamás expresar sentimientos más fuertes y más tiernos que estos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros (Jn 15, 9)".

Matilde murió el 19 de noviembre de 1299 con fama de santidad. Su fiesta se celebra el 19 de noviembre.

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