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“La Iglesia siempre estuvo del lado del indio durante la conquista de América”

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Vidal Arranz - publicado el 08/11/21
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Entrevistamos a Mariano Delgado, Autor de "El siglo español. Un ensayo espiritual"

Si hoy busca el nombre de Mariano Delgado en tiendas de libros de internet aparecerán tres referencias: una en inglés, sobre la historia de la teología; otra en francés, acerca de Bartolomé de las Casas; y una en castellano, editada por Encuentro este mismo año: El siglo español (1492-1659). Un ensayo de historia espiritual, sobre el largo periodo de hegemonía española en el mundo, que es el trabajo llamado a darle a conocer en su país. 

Y es que, aunque Delgado es español, nacido en la castellana tierra de Berrueces, su trayectoria profesional se ha tejido fuera.  Estudió doctorados de Teología en Innsbruck (Austria) y Sankt-Augustin (Alemania) y cursó un doctorado de Filosofía en Berlín. Y desde hace casi 25 años ostenta la cátedra de Historia de la Iglesia de lengua alemana de la Universidad de Friburgo (Suiza).

Por el camino, ha escrito más de 800 publicaciones y 90 libros que le han granjeado prestigio entre los expertos, pero le han mantenido desconocido por el gran público. Lo que debería cambiar, al menos un poco, con la edición de ‘El siglo español”.

– Su libro aborda el periodo de hegemonía española en el mundo, una etapa sometida a mucha controversia. ¿Qué primer veredicto podemos dictar sobre ese periodo?

Lo que caracteriza el pasado imperial español, el siglo español, no es haber cometido los mismos fallos que cometieron los demás, las otras naciones que han tenido una posición hegemónica, sino el haber suscitado un debate ético sobre su proceder, sobre el poder y sus límites, dentro del Imperio.

Los grandes autores de la Escuela de Salamanca son el mejor ejemplo. Pero es que, además, Carlos V llegó a detener la conquista y convocó la Controversia de Valladolid para analizar la legitimidad de su actuación en América. Y esto no lo había hecho nadie antes, ni se volvió a plantear después.

– A menudo se atribuye a esta España católica la culpa de haber perdido el tren de la modernidad. Pero ¿no fue ella misma durante mucho tiempo encarnación de la modernidad?

En lo que yo he llamado el Siglo Español, España estuvo a la vanguardia en muchos campos. Sobre todo, en pensamiento político, filosófico y teológico. En otros terrenos, como en el de las ciencias naturales, estábamos en el tren de la época, pero no en el vagón de cabeza. Y, en economía, el liberalismo del siglo XIX tiene en cierta parte su raíz en el pensamiento de la Escuela de Salamanca. 

Sin embargo, se ha destacado más la represión de la Inquisición, que se ha enormizado, porque en realidad su actuación se correspondía con los usos de los regímenes políticos de la época. 

– Su obra es una historia de las ideas y valores de España durante el siglo español. Es una perspectiva inusual.

Esto ha venido poco a poco, como tirando de un hilo. El libro no se ha escrito de un tirón. Me he ocupado de los distintos temas del libro durante varios años y, después, he reunido todos esos capítulos en un libro coherente. Este tipo de aproximación en Francia se llama historia espiritual, y en Alemania, historia de las ideas. Creo que había una laguna en esto. Porque este terreno de las creencias y convicciones es esencial en esta época. 

– ¿Cómo se veía a sí misma la España de esta época?

La España del siglo XVI y XVII se veía como una nación elegida, en el sentido bíblico, para conducir a la cristiandad de la época. Y este sentimiento se basa en una serie de categorías bíblicas -la elección, la alianza y el juicio- que durante mucho tiempo se utilizaron para la interpretación de la historia de muchos países.

Pero estos periodos de apogeo tienen una historia casi biológica, con su nacimiento, hegemonía y decadencia. En el caso de España, después de casi una guerra civil por la sucesión de Castilla (la guerra entre los partidarios de Juana la Beltraneja e Isabel la Católica) España tuvo 160 años de apogeo, y después de eso nadie ha estado tanto tiempo en la cima. Parece que hay casi una ley biopolítica de los imperios.

– El libro otorga un enorme protagonismo a Bartolomé de las Casas, que sobrevuela no menos de la mitad de los capítulos. 

Bartolomé de las Casas, al que cito mucho en mi libro, es todavía en España un personaje controvertido. Extraña ver que fuera le respetan y le alaban (en Boston va a crearse en junio una Asociación Internacional) y en España seguimos considerándole más o menos como una persona que ha tirado piedras contra el tejado de su país.

Pero lo que él defendía era una justicia basada en la reciprocidad: aplicar a estos países de la América Hispana el mismo derecho que teníamos en Castilla.

– Se le acusa de tener una visión parcial de lo que ocurrió en América y de exagerar los abusos que se cometieron.

Bartolomé de las Casas fue uno de los primeros españoles que pasó a las Indias en 1502. Conocía a los protagonistas de los primeros tiempos de la conquista y lo que hace es extrapolar los desmanes de esta gente a todo el proceso. Y, además, como muere en 1566 no conoce la evolución posterior, que corrige en gran medida los males que él denunciaba. 

A Bartolomé de las Casas no le preocupa el rigor histórico, sino que asume una misión profética. Si se lee la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, es como el Bolero de Ravel: el mal va creciendo y creciendo hasta llegar a un apogeo. 

Asume una cierta función de abogado de los indios y se dedica a enormizar los males ocasionados con el fin de remover conciencias, para que se aprueben leyes que los protejan. Lo que se va haciendo – por ejemplo, con las Leyes Nuevas – aunque en una primera etapa la Corona no logra imponer el cumplimiento de esas leyes en América. Después de su muerte, en cambio, se logrará reconducir la política de Indias y se crearán pueblos sólo para indígenas bajo supervisión de las órdenes religiosas.

– Usted explica que el cambio se notó también en Filipinas.

En las Filipinas Felipe II tuvo grandes escrúpulos y quiso hacer las cosas bien desde el principio. Hubo también un proceso de conquista, pero mandó a sus funcionarios y a sus misioneros para que recabaran de los indígenas la aceptación libre del dominio de la corona española, tal y como Bartolomé de las Casas defendía que debió hacerse en América. Esto es lascasismo puro. 

– La crítica mayor que recibe es haber sumado al debe de los conquistadores todos los muertos causados por las epidemias.

Las Casas deja de lado muchas cosas, como es el impacto de las epidemias, que está bien documentado en las cartas de los franciscanos, donde cuentan con impotencia cómo ellos tratan de poner remedio a la situación como pueden, pero sin dar con la tecla correcta. 

Él lo deja de lado porque quiere hacer responsables a personas concretas para que la corona intervenga y ponga atajo a los desmames. 

– No se puede ignorar que su obra proporcionó munición para la leyenda negra. Y en buena medida es munición falsa. 

La Brevísima relación de Bartolomé de las Casas es una de las fuentes de la leyenda negra, pero hay otras más. No se le puede acusar de ser denigrador de su patria porque cuando ve el modo como está siendo instrumentalizada su obra renuncia a publicar otra más extensa, la Gran Historia de las Indias, que acababa de terminar, y la deja en custodia en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, precisamente para no causar daño a su país. 

– Se le reprocha también haber defendido la esclavitud de los africanos.

Las Casas era muy escrupuloso con temas de conciencia. Y durante mucho tiempo se atormentará por haber transmitido a la Corona la idea -recibida de los colonos del Caribe- de que la llegada de algunas docenas de esclavos afroamericanos podría ser una solución para la situación de los indios. De las Casas cree que en esta recomendación suya está el origen de la trata negrera y exagera mucho su responsabilidad. 

– Se hace difícil entender cómo podían los religiosos de la época ser firmes defensores de los indios y tolerar la esclavitud negra.

Esto de los esclavos es una realidad de la época.  Ciertamente no deja de sorprendernos porque el cristianismo es una religión que pregona la unidad de la familia humana y no es fácil de comprender que hayamos sido tan ciegos respecto de todo un continente, el continente africano. Pero tiene una cierta justificación teológica…

– ¿Qué justificación?

Cuando la Biblia narra la historia de Noé cuenta que uno de sus hijos, Cam, del que se supone que descienden los africanos, fue víctima de una maldición que condenaba a su estirpe a servir. La historia de la teología de las ideas no es inocente y ha conducido a cosas de las que hoy nos escandalizamos. 

– Sin embargo, De Las Casas, cambia su posición.

De las Casas es el único europeo que cambia su mentalidad y, al final de sus días escribe. "La causa de los negros es tan justa como la causa de los indios". Y esto es muy extraordinario: no lo dice nadie en el siglo XVI.

DELGADO MARIANO

– ¿Cuál es la raíz de ese cambio?

Al parecer él modifica su visión después de una experiencia personal. En 1546, cuando regresa del Nuevo Mundo a España, coincide en el barco con un esclavo al que su dueño había otorgado la libertad, pero ésta no había sido reconocida por sus herederos. Las Casas le animó a viajar a España en demanda de justicia y le acompañó a la Audiencia, que estaba entonces en Aranda de Duero, y le paga las costas. 

Pero en el relato de su vida que hace este esclavo en la Audiencia se ven las condiciones de su existencia, y desde entonces Las Casas comienza a cambiar la mentalidad. 

– ¿En qué se traduce esa transformación?

Durante sus estancias en Lisboa hace acopio de información sobre las crónicas de los viajeros portugueses, y cuando encontró un poco de sosiego, a finales de los años 50, en el colegio de San Gregorio, añade veinte capítulos más a su Historia de las Indias y se dedica a describir lo que han sido los desmanes de los portugueses en las costas de Guinea. Estos capítulos podrían ser titulados como una Brevísima relación de la destrucción de África. Es un relato descarnado.

– Vemos últimamente que líderes políticos hispanoamericanos, como el presidente de México, realizan una crítica feroz a la presencia española allí. ¿Está justificada?

Si se estudiara la historia con rigor podríamos llegar a la conclusión de que no ha habido en México un periodo más feliz, en el sentido de paz pública y prosperidad, felicidad social y cultural, que el periodo novohispano: que abarca los siglos XVII y XVIII.

Fue el periodo en que el virreinato se estabilizó y comenzó la recuperación, tras la catástrofe demográfica causada por las epidemias y las guerras. Una recuperación impulsada por las políticas de protección de los indígenas, auspiciadas por los misioneros.

Hubo una prosperidad tremenda en este periodo. Es el periodo donde se construyeron las grandes catedrales que hoy son patrimonio de la humanidad.

– Dado el tiempo trascurrido desde la independencia, ¿no pueden interpretarse las críticas como un modo de eludir la propia responsabilidad?

En cierto sentido, así es. En esto coinciden varias corrientes: el criollismo y el indigenismo. El criollismo, o «utopía criolla», se caracteriza por la demonización de los españoles y la exaltación de Bartolomé de Las Casas como padre de las Américas. Cree que la independencia de Hispanoamérica iniciará una nueva época y será una bendición para toda la humanidad. 

Bolívar y los demás libertadores de Hispanoamérica instrumentalizan la denuncia profética de Las Casas en la época colonial para legitimar su lucha por la independencia. Los criollos asumen prácticamente el papel victimista de los indios y se creen poseedores de sus derechos históricos. 

El núcleo ideológico del criollismo como proceso de independencia es –como en todo nacionalismo separatista– «la semilla del odio», la demonización de España. Los españoles son para Bolívar acreedores «a la detestación universal», los más perversos «enemigos del género humano» y una «raza de genocidas» y exterminadores que debería ser ahogada en su propia sangre. Y no le faltan monumentos en España a Bolívar.

– ¿Y el indigenismo?

La utopía indigenista aparece sobre todo en los Andes (Perú) a principios del siglo XX. Después del «siglo criollo», que para la población indígena fue, en cierto sentido, peor que el período colonial, los indigenistas unieron la idealización del pasado prehispánico con el marxismo en una ideología de mesianismo político que señala a los campesinos indios como el pueblo-guía. En ellos, y no en los criollos, o en los mestizos, ven el auténtico sujeto de la trasformación revolucionaria de Iberoamérica. 

Con la utopía criolla comparten el odio a “lo español”, pero la idealización del pasado prehispánico es más fuerte que en los criollos.

– En su momento surgió la reacción del paniberoamericanismo, ¿qué es y en qué situación se encuentra?

Como reacción a esta demonización de todo lo hispano por parte del criollismo y del indigenismo, se abre paso desde los años 20 del siglo pasado la utopía paniberoamericana, de la que el mexicano José Vasconcelos es el mayor representante. 

Al contrario que en el indigenismo, aquí no es el indio el sujeto mesiánico del futuro de Iberoamérica, sino el mestizo, como producto de la mezcla de todas las razas. La condición para poder defender esta visión positiva del mestizo y del mestizaje es desenmascarar la «demonización» del elemento ibérico promovida por el criollismo y el indigenismo. 

Se vuelve a acentuar la diferencia entre la colonización ibero-católica y la anglosajona-protestante, como hicieron los criollos en 1800, pero ahora se resalta la superioridad espiritual y moral de la española con un orgullo firme y consciente, pues en lugar de exterminar a los indígenas, se mezcló con ellos. Y anima a rescatar con orgullo las raíces ibéricas si se quiere impedir «que en la América triunfe sin oposición la cultura sajona».

Esta teoría, que ofrece una salida al bucle del criollismo y el indigenismo, apenas encuentra defensores hoy entre la clase política hispanoamericana. ¿Pero quién es capaz de defender esa impronta hispana en tiempos de la cancel culture que derriba monumentos y reescribe los libros de escuela en nombre del imaginario identitario del criollismo y del indigenismo, y cuando la Iglesia, según parece, ni está ni se la espera para ayudar a salir de ese bucle?

– Muchos investigadores destacan que hubo mayor asesinato de indios en la época de las independencias que antes. ¿Es así?

En cierto sentido sí, porque cuando España se va desaparecen las leyes protectoras de los indios. En la pampa, en la Argentina, cuando los españoles se tuvieron que retirar, dejaron pueblos indígenas que fueron luego cazados como en el salvaje oeste. 

Estas son cosas que los historiadores serios saben, pero, sin embargo, en los medios sociales y las televisiones públicas se permiten ofrecer una visión sesgada de lo que ha sido el pasado. 

– Usted defiende en el libro que los virreinatos españoles fueron colonias de facto, aunque no lo fueran formalmente.

Todo depende de lo que se entienda por colonias. En España también hay un españolismo un poco ofuscado, incapaz de entrar en argumentos. Cuando se dice que las Indias fueron provincias, esto es formalmente correcto, pero desde el punto de vista del contenido material es una falacia. 

Las leyes de Castilla impedían esquilmar los recursos de Castilla para destinarlos a otras partes del imperio, mientras que esto se hacía con las Indias, de las que se podían extraer recursos en beneficio de la metrópoli. Si no han sido colonias formalmente, sí ha habido una política económica con atisbos coloniales. 

Pero hay otros elementos, como las condiciones de trabajo en las explotaciones mineras, que eran más duras que en situaciones equivalentes en España, o la falta de presencia de las élites criollas e indígenas en los puestos de mando en la gestión o el clero. Aunque hay también singularidades, como el mestizaje, o la preocupación por las lenguas indígenas y su cultura, entre otras, hay aspectos en la presencia española que son coloniales. 

– Su ensayo dedica muchas energías a explicar al giro espiritual de mediados del siglo XVI.  Esto es importante para ver que no siempre se actuó del mismo modo, que hubo cambios de actitudes según la época y las circunstancias.

Los años 50 del siglo XVI en España son una época un poco catastrófica porque cambia la mentalidad en toda la Europa de la época tras la firma de la paz de Augsburgo en 1555.

– ¿De qué manera influye aquel acuerdo político?

Hasta 1555 prima en Europa una especie de mentalidad humanista, erasmista, en la que se piensa que se pueden solucionar los problemas con diálogo. 

Pero en 1555 se llega a la conclusión de que no hay diálogo que valga, que esto no tiene arreglo y que hay que separar las confesiones por territorios, conforme a la norma de que los reyes eligen la confesión de su territorio y los súbditos que no estén de acuerdo tienen el derecho de emigrar al territorio donde rija su confesión. Esto cambia la mentalidad. 

– ¿Y en España?

La España que se está partiendo el cobre fuera de sus fronteras, en otras partes de Europa, por ayudar a la Iglesia Católica contra el protestantismo, descubre que tiene en su propio territorio, y en las ciudades más importantes de la época, Valladolid y Sevilla, en la corona de Castilla, focos de criptoprotestantes.  

Muchos eran una mezcla de alumbradismo, erasmismo e iluminismo, pero no protestantes stricto sensu. Pero es una decepción grandísima. Y la solución que se busca es la de cortar por lo sano. 

– ¿Y qué supuso ese corte?

Cortar por lo sano supuso 60 o 63 simpatizantes del protestantismo que fueron condenados a muerte. Desde el punto de vista de hoy, es terrible, pero si se ve que la España de la época no tuvo luego en su seno guerras de religiones, y se compara con lo ocurrido en la Noche de San Bartolomé, en París, donde murieron muchos cientos de personas, entonces se da uno cuenta de que, por mucho que se deplore esto, hay que ponerlo en relación con lo que había en otros países. 

Esto forma parte del giro espiritual que se traducirá también en una censura de libros más severa. Esta España se sentía como una especie de fortaleza asediada. 

– No podemos terminar sin referirnos a la crítica que se hace a la Evangelización de América como una mera excusa o pantalla para la colonización…

Los misioneros han sido siempre los denunciantes de los desmanes, desde el principio, desde 1511, con el sermón de Montesinos. La Iglesia ha sido siempre una institución que ha protegido al indio, tanto los mendicantes como los obispos. 

Por otra parte, la Iglesia también tiene sus sombras. Por un lado, lo relativo a la esclavitud de los negros. Pero también en la cuestión del sacerdocio indígena. 

– ¿A qué se refiere?

Uno de los principios de la historia de la Iglesia es que no se puede dejar a un pueblo en la situación de estar evangelizado siempre por gente que viene del extranjero. Debe fomentarse el clero autóctono, y esto hay que reconocer que la Iglesia no lo hizo en América. En algunos casos porque se dudaba de que los indígenas tuvieran la capacidad de guardar el celibato, o de estudiar Teología, o también por una especie de etnocentrismo hispano. 

Esto es una especie de sombra en lo mucho bueno que se puede decir de la Iglesia: los catecismos traducidos a las lenguas indígenas, las reducciones, etc. Esto cambia con las instrucciones de la Propaganda Fide, de 1622. Justamente para evitar los errores cometidos en América Hispana. 

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