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Espiritualidad
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La aventura de llamar hermano a quien se ve diferente

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Shutterstock | Rawpixel.com

Carlos Padilla Esteban - publicado el 27/10/21

La comunión entre las personas es un sueño arriesgado, un salto de confianza que lleva a un mundo nuevo

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Si permanezco en soledad me seco. Si me abro a mi hermano se ensancha el corazón.

La comunión me acerca al diferente, me une, me ata. Pero no tiendo a la unidad por naturaleza. Más bien es todo lo contrario. Tiendo a acentuar lo mío, lo propio.

Me miro en mi verdad, descubro mi identidad y opto por ella. Decido que quiero cuidar lo mío, lo propio. Por encima de otros, sin importarme tanto sus inquietudes, sus miedos, sus caminos.

Sé que aceptar la verdad de mi hermano supone dar un salto de confianza. Y no sé hacerlo, porque antes que su bienestar elijo el mío. Antes que su verdad, vence la mía. Antes que su futuro prefiero el mío.

¿Cómo podré renunciar a mí mismo por esa unidad que me perjudica?

Meterme en un lío

Sí, la comunión me hace vivir confuso en medio de la vida. Me siento solo y abandonado en medio de una muchedumbre. Busco mi camino y temo un desenlace que me perjudique.

Siento que la soledad me beneficia. Por eso acentúo las diferencias y me quedo con lo que me separa de mi hermano.

Mis críticas y mis juicios interiores me alejan de mi prójimo. Mis sentimientos inconfesados.

Sigo siendo yo

La comunión exige una renuncia. No a la individualidad, porque nunca dejaré de ser yo, único e inconfundible.

No seré parte de una masa. O una pieza más en un engranaje perfecto. No soy parte de una máquina. Soy yo mismo con otros. Como decía el padre José Kentenich:

«Fundar una comunidad cuyos miembros hagan por íntima convicción lo que es correcto. Ser bueno desde lo hondo de uno mismo; ser bueno cuando otros me ven y cuando estoy a solas: siempre he de tener la misma personalidad».

Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador de Peter Locher, Jonathan Niehaus

Hacer las cosas no porque otros también las hagan. Sino porque estoy convencido y creo en lo que hago.

No me dejo llevar por la masa. Pero integro a todos en un sueño común.

No sólo a los que son como yo o piensan lo mismo. Sino a todos, en una comunidad de corazones. Es difícil amar de esa forma, soñar de esa manera.

El sueño de la unidad

Me gusta la comunión, la unidad, como en una pintura uniendo colores diferentes. En una comida con distintos ingredientes.

La suma de todo da algo nuevo, diferente y único. Todo se une en un camino de esperanza.

Asumo lo que me corresponde y lo pongo al servicio del todo. Acepto mis opciones, mis elecciones y mi realidad.

Le doy un sí a la vida que se despliega ante mis ojos. No me siento turbado ante todo lo que sucede a mi alrededor.

Obstáculos a la paz

Es más fácil desunir que unir. Más fácil sembrar la guerra que construir la paz. Es más sencillo hablar mal de los demás, mucho más fácil que elogiar. Así transcurre la vida.

Sueño con una familia y alejo de mí a los que me aman. El pecado divide, siempre lo hace. Me miro mal cada vez que me ensucio y no creo en el perdón ni en la misericordia.

Es fácil sembrar desesperanza, mucho más que construir un sueño nuevo que encienda y alegre los corazones.

Una música de agradecimiento

Quiero componer melodías que construyan un mundo nuevo, una nueva comunidad:

«La música abre el corazón y cierra las heridas».

Paloma Sánchez- Garnica, La sospecha de Sofía

Canciones que hablen de la luz y la esperanza. Que hablen de la paz y la aceptación. Que alaben a Dios por todo el bien que me ha hecho.

Cantar las alegrías de Dios, cantar la gratitud que llevo dentro del alma.

Renuncias

Y renunciar a algo.

Sí. Necesito renunciar a mi orgullo y a mi vanidad. A mis caprichos, a mis sueños propios y egoístas.

Renunciar a mí mismo para que crezca el otro aunque yo disminuya. No importa que yo sea menos.

Me importa más que la familia crezca en hondura, en verdad. Asumo la misión de la que habla el papa Francisco:

«Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos».

Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos

Una misma barca

Una misma barca con sus remos, con su ancla. Un mismo mar con sus olas y sus miedos.

Un mismo pasado y un presente, un futuro que da miedo. Un puerto, un lugar tranquilo donde echar el ancla con el que el corazón sueña.

Un mar lleno de olas y de vientos, de negra noche, lo mismo para todos. La misma luz de estrellas y de luna.

Una barca en la que todos soñemos con nuevas playas, nuevas formas de hacer las cosas.

No con hacerlo siempre todo igual, más aún cuando el presente no es perfecto, ni tampoco el pasado.

Pero el futuro se abre con la posibilidad de construir un mundo nuevo, unido, en paz, en comunión. Un milagro del Espíritu.

Una familia unida

El mal siempre divide y separa. El bien suma, integra, acepta al diferente y lo llama hermano.

Así quiero vivir yo en una familia sin críticas ni condenas. Sin rechazo ni olvido.

Esa comunión es la que sueña el alma cada día. Se despierta y navega, mar adentro.

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