Las vidas de las personas no siempre son lineales. Por decisiones propias o hechos acaecidos en nuestra propia biografía, tomamos caminos que hacen de la existencia un relato de capítulos muy distintos entre sí. Josefa de Jovellanos fue muchas cosas en su vida.
Hija de aristócratas, dama ilustrada, esposa fiel, priora, poetisa, educadora… pero por encima de todo, fue una mujer de principios que supo sobrellevar las duras pruebas que le puso ante sí la vida y canalizó su talento y su dolor hacia grandes metas.
Josefa de Jovellanos nació en una de las familias más ilustres de la España del siglo XVIII. De hecho, fue uno de sus hermanos, Melchor Gaspar de Jovellanos, quien pasaría a la historia como una de las personalidades ilustradas más importantes del siglo.
Nacida en Gijón el 4 de junio de 1745, Josefa fue la penúltima de los doce hijos del alférez mayor de la ciudad, Francisco Gregorio Jovellanos, y su esposa, la hija de un marqués, Francisca Apolinaria Jove Ramírez. Todos los niños y niñas de aquella amplia familia recibieron por igual la misma educación y Josefa creció en un ambiente alegre y culto.
En 1765, Josefa se casó con Domingo González de Argandona, procurador general de las Cortes asturianas. Con él forjó un matrimonio feliz que tuvo una existencia efímera. Josefa tuvo que soportar la dura prueba de ver morir prematuramente a sus tres hijas, una de ellas póstuma, pues enterró a su amado esposo en 1774, antes de que la pequeña naciera. En el poco tiempo que duró su vida como esposa y madre, Josefa, conocida cariñosamente como “La Argandona” hizo de su hogar centro neurálgico de la intelectualidad del momento. La familia se había traslado a Madrid donde Domingo asumía el acta de Diputado en Cortes como representante del Principado de Asturias.
Su hermano recuerda en sus Memorias que Josefa se ganó el cariño de la sociedad ilustrada madrileña como anfitriona de uno de los salones, convertido en el “más distinguido lugar en todas las sociedades de la Corte”. Pero con apenas veintiocho años era ya una mujer viuda que debía superar la trágica pérdida de sus tres hijas en un periodo demasiado breve de tiempo.
Durante unos años, se trasladó a vivir a su Asturias natal donde se hizo cargo de las fincas de su familia tras la desaparición de su padre. De su etapa en Oviedo, Jovellanos recuerda que su hermana “no solo estableció una vida retirada y devota, sino que fue el ejemplo y se hizo como la directora de todas las señoras del pueblo que estaban animadas del mismo espíritu. Ardiendo en la más pura y activa caridad, después de pasar en el templo la primera parte del día, destinaba todo el resto a asistir y consolar a las infelices de su sexo, que por reclusas en la cárcel y en la galera, o por dolientes en el hospital, excitaban más vivamente su compasión. Su caridad era tan discreta, como su virtud ilustrada y sólida”.
Josefa de Jovellanos dedicó su tiempo a los demás y a dar ejemplo, pues otras damas ilustradas, admiradas de su capacidad de entrega, seguirían sus pasos. Además, se refugió largas horas en la escritura, convirtiéndose en una de las primeras literatas en escribir en asturiano.
En 1793, Josefa de Jovellanos dio un paso importantísimo en su vida. Mujer devota, vio la necesidad de ingresar en la vida religiosa y lo hizo en el Convento de Agustinas Recoletas de Gijón como Sor Josefa de San Juan Bautista. Allí llegó a ser priora y se dedicó en cuerpo y alma a continuar con su labor asistencial. Una de sus obras más destacadas fue la fundación de la escuela para niñas conocida como Escuela de Enseñanza Caritativa de Nuestra Señora de los Dolores.
Desde entonces, y hasta su muerte en 1807, Josefa de Jovellanos fue una mujer entregada a los demás. Meses antes de su muerte, su hermano temía la llegada de aquel momento desahogándose en una conmovedora carta dirigida a un amigo: “Hace muchos meses que temo la muerte próxima de una hermana, tan querida como digna de serlo; pero tan preparada me la pintan para su tránsito, y tan resignada, y casi tan ansiosa de él, que aunque mi corazón se zozobra, mi espíritu espera tranquilo una noticia, que, según los anuncios, no puede estar distante”.
María José Álvarez de Faedo, autora de una semblanza sobre Josefa de Jovellanos, resume así su vida: “cuyo paso por este mundo fue dejando tras de sí un semillero de buenas obras: no solo cuando la fortuna la encumbró, en su juventud, a la ostentosidad de la corte española, sino también durante el periodo en el que el cruel destino le hizo sufrir un calvario”.
De Josefa conocemos muchos detalles de su personalidad y de su vida gracias a las alabanzas públicas que le dedicaría su famoso hermano. Gaspar de Jovellanos sintió siempre por Josefa una predilección especial. De ella decía que fue una joven “distinguida en su juventud por su extraordinario talento y gracias, y en el resto de su vida, por su caridad y virtud ejemplar”.