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¿Qué nos indigna tanto de los Pandora Papers?

PANDORA
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César Nebot - publicado el 19/10/21
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Más allá de los famosos y nuestra envidia explicamos por qué no son adecuados los paraísos fiscales y que suponen para el resto de ciudadanos

Si usted desea comprar una barra de pan y hay una panadería que se lo ofrece más barato que otra, nadie se sorprenderá de que usted lo adquiera donde le salga más barato. Así, la libre competencia en el mercado facilita que desaparezcan aquellos comercios que disponen de precios mayores sin aportar ningún valor añadido significativo mayor al producto.

Pero ahora imagine que en un pueblo ponen un impuesto a la compra del pan. ¿Se acercaría al pueblo de al lado (supongamos que está justo al lado) para comprar el pan para no tener que pagar ese precio mayor? ¿Lo vería reprochable? En este caso, se suelen mostrar comenzar a tener ciertas reticencias ante lo que se denomina la competencia fiscal.

Pero ¿sería igual de reprochable si los dirigentes del pueblo que grava con el impuesto suelen desperdiciar las arcas de forma que para equilibrar las cuentas necesitan cobrar nuevos impuestos? Posiblemente veamos de forma diferente esa competencia fiscal.
Si en lugar de la compra de un bien, se tratara de buscar la rentabilidad neta de impuestos a los ahorros, entonces saltan las alarmas.

Recientemente, el Consorcio Internacional de Periodistas sacó a la luz los Pandora Papers que filtraban millones de documentos de empresas que se dedican a dar servicios offshore para facilitar la evasión de la fiscalidad de los países. En el 2013, salieron los Offshore Leaks, en el 2014 fueron los China Leaks en el que se revelaron las inversiones de dirigentes chinos del régimen comunista de Xi Jinping en paraísos fiscales.

Ese año también salieron los Luxleaks, revelando un sistema de acuerdos entre Luxemburgo y 340 multinacionales para minimizar sus impuestos. En 2015, Swissleaks destapó miles de millones depositados en cuentas no declaradas en Suiza ocultas tras estructuras offshore implicando al rey Mohamed VI de Marruecos, al rey Abdalá II de Jordania y a un primo del presidente sirio Bashar al-Asad.

En el 2016, los famosos Papeles de Panamá provocó otro revuelo mundial. Un año más tarde los Papeles del Paraíso fueron 13,5 millones de documentos financieros filtrados de un bufete de abogados con sede en Bermudas que revelaron redes de minimización fiscal por parte de gente ilustre y famosa.

Los Pandora Papers son 3 terabytes de información que revelan cómo las fortunas de doscientos lugares del mundo buscan ocultar activos para no pagar impuestos. Son desde multimillonarios a narcotraficantes pasando por 300 políticos y miembros de la realeza.

Pero también se pueden encontrar personas que están fuera de la relevancia pública como accionistas, propietarios de pequeñas empresas, médicos e incluso funcionarios.

Estas filtraciones ponen sobre el mantel, a modo de noticia, la preocupación que suscita la evasión fiscal. Así durante una semana llenan de grandes titulares los medios de comunicación y transportan oleadas de indignación frente al hambre en el mundo.

Pero, una vez superada la ola, la pregunta esencial que debemos formularnos es si vemos la diferencia objetiva o no entre la libertad de comprar una barra más barata en el pueblo de al lado y la libertad de mover el capital a un paraíso fiscal. Si no la vemos, entonces nuestra preocupación frente a los Pandora Papers será subjetiva, en relación con el sujeto y por lo tanto el sustrato de nuestra queja será más la envidia que la voluntad profunda de ayudar objetivamente a quien lo necesita.

Es por eso muy importante entender lo que no es adecuado en los paraísos fiscales y qué coste entraña lo que revelan los Pandora Papers.

En primer lugar, si existiera una armonización fiscal absoluta entre países, incluso fuera de las regiones económicas a las que pertenecen, la competencia sería únicamente por la eficiencia en dar rentabilidad a los ahorros y en consecuencia no se justificaría en gran medida una diferencia con adquirir una barra de pan en la panadería de al lado.

En segundo lugar, así como es reprobable la existencia de paraísos fiscales, no se deberían disculparse tampoco los infiernos fiscales en los que la fiscalidad sea confiscatoria en favor de plutocracias que usan las necesidades sociales para disimular el lucro propio. Los zelotas, en tiempos de Jesús, no fueron los primeros ni los últimos que utilizaban a los pobres para revestir de justicia sus aspiraciones personales de poder.

Dicho esto, la ingeniería de empresas off-shore para instrumentalizar los desequilibrios fiscales para facilitar la evasión de impuestos a grandes fortunas no está al alcance de todo el mundo como sí lo estaría comprar en la panadería vecina. Pero ¿el hecho de que no todo el mundo se pueda beneficiar de esa competencia fiscal sería razón suficiente?

Muchos no podemos permitirnos comprar un coche de lujo y no por eso entendemos inmoral su adquisición por aquellos que tengan suficiente dinero. Entonces ¿qué efecto objetivamente reprochable tendría un paraíso fiscal que pueda justificar el escándalo de las revelaciones del Pandora Papers más allá de la subjetiva envidia?

En el ámbito de la libertad económica en los mercados, además de la libre actuación se precisa preservar la libertad de concurrencia para garantizar la libre competencia.

Imagine que los pueblos de las panaderías de nuestro cuento tuvieran gestores eficientes y honestos con el erario pero que uno decidiera en lugar de gravar con impuestos, dar subvenciones para que esa panadería pudiera vender el pan bajo coste. Esto lo podría hacer durante un tiempo no muy largo porque el Ayuntamiento de ese pueblo incurriría rápidamente en pérdidas, pero el tiempo necesario como para hacer desaparecer a la panadería del pueblo vecino. Una vez libre de competencia podría imponer precios elevados de monopolio y recuperar fondos a costa de todos generando una pérdida irrecuperable de eficiencia.

De igual manera, para que un país atraiga fondos para su funcionamiento debe ofrecer una rentabilidad atractiva. Ésta se puede ver reducida por los costes que entraña el sostenimiento del propio Estado que entre otras cuestiones genera marcos legales y seguros para que los rendimientos de los ahorros puedan efectivamente ser cobrados.

Asumiendo que los gestores fueran lo más eficientes posibles, es decir no despilfarradores, cada país tendría incentivo a actuar de forma eficiente como las panaderías del cuento.

Pero los paraísos fiscales actúan aumentando la rentabilidad de los fondos descapitalizando al resto de economías, eliminándolas de la libre concurrencia. Esa acumulación en consecuencia puede dar lugar a que los países queden sin capacidad de competir y de tomar decisiones en el ámbito geoestratégico.

Ante todas estas filtraciones de actuaciones de evasión o minimización fiscal, es normal que el acento caiga sobre la actuación ética de aquéllos que esquivan contribuir con los sistemas comunes que le han facilitado acumular estos fondos.

Pero no deberíamos perder de vista dos elementos más que ante tanto alboroto mediático y hoguera inquisitorial de telediario se suele quedar entre bambalinas. Por un lado, las actuaciones de los propios paraísos fiscales que ofertan estas posibilidades con efectos de limitación de la libertad de concurrencia.

Por otro lado, que estamos presuponiendo la buena voluntad y la eficiencia de quienes gobiernan los Estados. La rectitud en su actuación es algo que no se puede presuponer. Y habida cuenta el despilfarro interesado y partidista que propician gobiernos de muchos países, es mucho suponer. Tanto que no podemos obviar también su falta de ética para con quienes sufren, aunque con tanto ruido suelen escabullir el bulto.

Si bien los mercados libres son instrumentos que han ayudado al desarrollo de las economías, la actuación en los mismos no está exenta de una ética. Más allá de disponer de valores de solidaridad en favor de los más necesitados, el cristianismo ha hecho gala de la importancia de llevarlos a la práctica, en hábito para forjar las virtudes que son necesarias para la fraternidad a la que estamos llamados.

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