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Así es como Dios me hace ver lo que tengo que hacer

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TaraPatta | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/10/21

Me juzgarán los hombres pero el juicio que vale es el de Dios y para Él vale más el amor que el dinero

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A veces me pregunto qué tengo que hacer. ¿Hay que decir que sí o que no a lo que me piden? ¿Hacer caso a mis deseos o reprimirlos para que no molesten? ¿Intentar cumplir todo para ser perfecto o dejarme hacer por Dios ablandando mis resistencias?

Esta pregunta me despierta por las mañanas. ¿Qué quiere Dios que haga hoy? ¿Dónde quiere que vaya, que esté, que viva y ame?

Las preguntas se agolpan en el alma y me turban.

Estaría dispuesto a dar la vida, pero darla siempre duele y guardarla es más cómodo, más apacible, más sencillo. Dice la Biblia:

«Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos».

La sabiduría y la prudencia antes que todo el oro del mundo. Antes que las ganancias que puedo conseguir con mis talentos, con mis bienes.

Qué pobre lo que hago

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Quiero dejar huella con mis obras, quiero cambiar este mundo con mi esfuerzo. Y luego sé que tan solo permanece el olvido, el silencio, el vacío.

Incluso me recuerdan mal o se quedaron con una parte de mí y la interpretaron. O mi fama va cambiando, para bien o para mal.

Y todo lo que construyo queda destruido con el paso del tiempo. No hago nada importante. Y no dejo un legado por el que haya merecido la pena vivir.

¿Qué tengo que hacer…?

Quedan las palabras flotando en la neblina de esta vida, en la humedad del amanecer. Cuando el día cae ya muriendo.

Y siento que deseo algo eterno, el amor y la vida, un cielo ganado o conquistado. Y que mis obras logren lo que Dios me pide.

¿Qué quiere Dios que haga?

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Resuena su voz dentro de mi alma. Prudencia, sabiduría, luz, paz, presencia de Dios muy dentro que me calma en todos mis afanes.

No tengo miedo porque sé que no podré añadir un solo día a mi vida. Y al final simplemente quedará lo que he amado, lo que he entregado.

Es lo que merece la pena, lo que de verdad importa. Dice el salmo:

«Sácianos de tu misericordia, Señor. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor. Ten compasión de tus siervos. Por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos alegría. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos».

Misericordia, sensatez, compasión, alegría y júbilo. Que la bondad de Dios me llene el alma. Todo eso es lo que pido.

Amor mejor que dinero

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No quiero bienes porque el dinero y los logros no me harán feliz, aumentarán solo mis preocupaciones.

El amor de Dios me cambia por dentro. Él puede hacerlo y volverme prudente y sensato.

Puede hacer que elija y haga lo que me hace bien y me da paz. Que no me empeñe en obsesiones que me intranquilizan.

No puedo cambiar el mundo entero y no puedo hacer posible lo que los demás me exigen.

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Lo que importa es la valoración de Dios

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Alguien malinterpretará mis gestos y no por eso habrá sido en vano toda mi entrega. Me juzgarán los hombres pero el juicio que vale es el de Dios.

Yo sólo tengo que caminar con un corazón sabio y prudente. Pidiéndole a la vida lo que pueda darme.

Sin pretender que todo sea como yo creo mejor, de acuerdo con mis deseos.

Es vanidad pensar que soy perfecto. Los años me pueden hacer más sabio o todo lo contrario.

De mí depende que pueda aprovechar las cruces y heridas para crecer o para hundirme en lo hondo de mi amargura.

Si aprendiera a vivir podría ser una buena ayuda para el niño que comienza su camino. Si aprendiera a no buscarme a mí mismo en lo que hago y digo.

Y si supiera que no tengo que hacer nada especial para que Dios me ame. Él ya lo hace aunque yo no haga nada, aunque nada entienda.

Pedir sabiduría

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Me gustan los sueños que leo entre líneas, mientras Dios me habla y me toma de la mano. Un poco de sabiduría preciso para entender las respuestas.

Sólo mi sí o mi no pueden alterar el camino. Y no importan las caídas siendo yo tan pequeño.

Tal vez me hacen falta preguntas para empujarme en la vida. Me pongo en camino y todo parece fluir delante de mis ojos. Acallo mis deseos y me siento muy pequeño.

La realidad es que merece la pena suplicarle a Dios sabiduría para entender su voz. Su Palabra me parte por dentro ayudándome a seguir sus deseos

Sueño con un corazón abierto para escuchar sus palabras. Y siento el silencio de su amor presente en medio de mi alma.

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