En diversos estados del país y en la capital, en la Ciudad de México, cientos de miles de personas marcharon ayer domingo para protestar por las recientes decisiones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de despenalizar el aborto y negar la condición de ser humano al embrión desde la concepción de la vida.
La marcha, organizada por asociaciones civiles y secundada por la Conferencia del Episcopado Mexicano (cuyos comunicados enfatizaron que se trataba de una marcha enteramente pacífica cuyo objetivo era resaltar el valor de la vida humana tanto de la mujer como del no nacido) logró congregar en Ciudad de México, Guerrero, Colima, Veracruz y otros estados muy probablemente a unas 300.000 personas.
Los días anteriores se produjeron marchas de feministas radicales, que realizaron actos vandálicos en catedrales e iglesias de varias partes del país (en Querétaro, en la propia Ciudad de México) y la acostumbrada marcha del 2 de octubre (bajo el lema “2 de octubre no se olvida”, rememorando la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, en 1968).
Contra todas las previsiones y acompañada del silencio de la prensa y de los medios, la concentración de ayer domingo 3 de octubre podría ser un parteaguas en la reconsideración del fallo de la Suprema Corte de Justicia, no solamente por el músculo mostrado por la corriente pro-vida mexicana, sino por la representación en ella de todos los estamentos sociales y de todos las confesiones religiosas de México.
Además de que en esta ocasión las concentraciones no se centraron solamente en el tema del aborto, sino que recuperando el lema que se había puesto en boga en años anteriores (“Queremos que vivan los dos””), se incorporó a la demanda el respeto irrestricto a la mujer. De hecho, los organizadores y la Conferencia del Episcopado Mexicano fueron muy claros al subrayar que al considerar al cuerpo de la mujer como un objeto, se fomenta aún más el machismo mexicano.
Sobre este último aspecto, es necesario considerar que la despenalización del aborto deja sin pena ninguna también al sujeto violador o a quienes hayan inducido a la mujer a “deshacerse del producto” en las primeras semanas de gestación. Y eso es particularmente peligroso en un país como México donde cada día se comete un promedio de diez feminicidios, es decir, diez asesinatos de mujeres por su mera condición de mujeres.
Uno de los aspectos centrales de la manifestación en Ciudad de México (que partió del Auditorio Nacional por la calle central de Reforma hasta el monumento que corona el Ángel de la Independencia, en el corazón de la capital) fue la realización de un ultrasonido a una jovencita de 15 años de edad realizada por un médico. La joven, de nombre Ana, fue invitada a la marcha. Y en medio de consignas de sí a la vida, por un minuto y por medio de altavoces, la gente pudo escuchar los latidos del corazón del bebé.
Los obispos de México, a través del presidente de la Conferencia del Episcopado, el arzobispo de Monterrey Rogelio Cabrera, resaltaron que la marcha fue organizada “en su totalidad por laicos católicos y miembros de otras denominaciones religiosas”. Esto fue importante puesto que, desde la izquierda que gobierna al país se quiso etiquetar como una marcha “de los obispos”, cosa que quedó previamente desmentida.
El arzobispo Cabrera, de visita en Roma por sus XXV años de ordenación episcopal fue muy claro en un mensaje al subrayar: “Nosotros, como pastores del pueblo, les hemos animado (a los laicos) para que la marcha se realice en paz y respeto con todos”.
E insistió: “El mejor testimonio que podemos dar a favor de la vida es respetando las diferentes formas de pensamiento que existen en el mundo. No se trata de ser cómplices de aquello que nada bueno hace a la vida del ser humano”.
Participantes de la marcha resaltaron a los medios de comunicación que la movilización a nivel nacional fue “histórica”, debido a que miles de personas salieron a las calles en distintas ciudades del país para manifestar su apoyo a la mujer y la vida. Según organizadores, participaron 150 mil personas tan solo en Ciudad de México, y a ellas se les debe sumar las miles que participaron en marchas en diversas ciudades del país.
En un artículo periodístico publicado en El Heraldo de México, el nuevo secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, Rodrigo Guerra, señaló la importancia que tuvo esta concentración en calles mexicanas: “En momentos en que una maquinaria irracional aplasta la protección normativa de la dignidad de la vida humana naciente en varias partes del país, en momentos en que no se escucha a la razón sino sólo a la pasión, es tiempo de reflexionar sobre las causas que explican el fácil recurso, la amenaza abierta o encubierta para imponer la voluntad de poder aún a costa de la evidencia en contra”.
La “evidencia” es que hay vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural de la persona. Y que, por razones políticas o de “lógica del poder”, dicha evidencia no se puede encubrir. Fue lo que gritaron ayer miles de mexicanos y mexicanas (muchas más mujeres que varones) al mostrar su convicción –compartida por 7 de cada 10 habitantes de México de no al aborto, sí a la vida y sí a la protección integral de la mujer.