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¿Pensando en cortar relaciones y cerrarte?

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Luisa Restrepo - publicado el 16/09/21

Jesús lanza una invitación valiente que resume toda su misión en una sola palabra: "Ábrete"

La expresión “no temáis” aparece más de cien veces en la Biblia como para mostrarnos que el Señor conoce nuestros miedos, sabe que tenemos miedo, y continuamente nos invita a tener coraje.

A veces el miedo nos lleva a encerrarnos. De este modo nuestras relaciones pueden volverse pesadas, algo insostenibles.

En particular hoy, en un mundo hiperconectado, donde continuamente nos vemos obligados a escuchar palabras que no nos ayudan, donde continuamente se nos solicita, se nos cuestiona; en un mundo donde estamos sobrecargados de imágenes, de mensajes que muchas veces son repetitivos; tenemos ganas de apagarlo todo, de no escuchar a nadie.

Por otro lado, también sucede que no nos sentimos comprendidos. A veces nuestras palabras son mal entendidas. Esto nos lleva a encerrarnos en nuestro mundo y a desconfiar.

Rechazo y ayuda

Somos como el sordo del Evangelio, es decir, hemos dejado de hablar y ya no queremos oír.

Como ocurre en otras ocasiones en los Evangelios, este hombre no va a Jesús por iniciativa propia, sino que lo traen otras personas.

Quizás son los que no aceptan su silencio, los que ya no pueden comunicarse con él, quizás incluso los que están molestos por su silencio.

La necesidad de la soledad

SAD WOMAN, BEACH

Frente a este hombre Jesús hace un gesto que seguramente habrá asombrado a quienes lo trajeron: lo lleva a un lado, casi como si sintiera y aceptara su necesidad de soledad, silencio o quizás, simplemente, de una relación auténtica.

Cuántas relaciones falsas vivimos cada día: gente que no es sincera, gente que intenta aprovecharse de la debilidad del otro, gente que busca su propio interés, gente que solo te busca cuando te necesita.

Quizás este hombre se retiró porque ya no podía soportar un mundo de falsedad.

Jesús responde a esto ofreciéndole una relación personal e íntima, haciendo gestos que expresan una proximidad muy fuerte, un contacto profundo: pone los dedos en sus oídos y le toca la lengua con su saliva.

Es un momento de silencio en el que resuena una sola palabra: ¡Ábrete!, ábrete a este mundo que te asusta, ábrete a las relaciones que te han decepcionado, abre tu corazón a esa vida que has renunciado a afrontar.

Cerrarnos no es la solución, aunque siempre aceche la tentación de no querer saber más.

Hablar correctamente

Cuando este hombre finalmente se abre a las relaciones, Marcos nos deja un detalle significativo: este hombre no solo vuelve a hablar, sino que habla correctamente, como si el evangelista quisiera aludir a un error o una incapacidad para expresarse.

¿Podría ser esta una razón para cerrarse?

A veces, de hecho, somos incapaces de comunicar adecuadamente lo que queremos transmitir y, ante nuestra incapacidad, renunciamos a comunicarnos.

Es difícil decir lo que significa “hablar correctamente”, pero quizás si comenzamos a ser honestos y consistentes, nuestra comunicación se verá beneficiada, incluso si quienes nos escuchan no están listos o dispuestos a escuchar lo que queremos decir.

Hablar correctamente también implica una cercanía cada vez más profunda al Evangelio.

En nuestra vida como creyentes no basta con escuchar y anunciar la Palabra de Dios para conocer a Jesús. Es necesario pasar por la Pasión con Él: sólo allí podremos conocerlo de verdad.

No hay atajos para convertirnos en discípulos: la revelación de la identidad de Jesús solo es posible cuando lo vemos negado y preso para seguirlo y contemplarlo en la cruz.

“Pero todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón». Esto es lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta pequeña palabra, «Effetá» —«ábrete»— resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás”. 

Benedicto XVI

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