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¿Covid-19: vacunarse o no vacunarse?

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Jaime Septién - publicado el 14/09/21

Las vacunas contra la Covid-19 han despertado una fuerte polémica en torno a varios aspectos médicos y éticos, por lo que mucha gente ha preferido no vacunarse

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El doctor Ramos-Kuri (mramosk@yahoo.com.mx) es actualmente director del Centro de Investigación Bioética y Genética en Querétaro (México). Cursó la maestría en Investigación en Inmunología-Virología y el doctorado en Genética Molecular por la Universidad Nacional Autónoma de México y, además, ha hecho carrera como un muy destacado investigador en temas de la bioética del inicio de la vida humana.

–Doctor Ramos-Kuri, primero que nada, ¿cómo se encuentra ahora el estado de vacunación contra el coronavirus en el mundo?

La vacunación mundial contra el coronavirus avanza a pasos agigantados, comenzó apenas en diciembre del 2020, y se calcula que para el 12 de agosto pasado treinta por ciento de la población mundial –algo así como 2,500 millones de personas– ya recibieron al menos una dosis de la vacuna. Tan solo la vacuna de Astra/Zéneca se distribuye en 184 países.

–¿Hay algún precedente sobre la rapidez con la que se ha atacado un virus como éste?

Debemos reconocer que con este virus hemos tenido algo de suerte para descubrir vacunas. Por ejemplo, desde mediados de los ochenta se ha intentado crear vacunas contra el virus VIH-SIDA y el virus del dengue, y aún no se han podido concretar por razones biológicas. La vacuna contra el coronavirus se comenzó a estudiar a principios de siglo por la aparición del primer coronavirus, y con base en estos estudios se pudieron crear casi una decena de vacunas en menos de un año.

–¿Para usted, como especialista en virología, la vacuna aporta más beneficios que reacciones contrarias?

La vacuna aporta grandes beneficios: disminuye la posibilidad de infección severa, el riesgo de hospitalizarse pero, sobre todo, disminuye el índice de mortalidad por la Covid-19. Se calcula que sólo un paciente por cada millón de personas vacunadas fallecen por la Covid-19; mientras el índice de mortalidad entre los infectados no vacunados, es del uno al dos por ciento, lo que demuestra el gran beneficio de la vacuna.

Sin embargo, algunos sectores de la población se oponen a la vacuna, y de hecho, en las redes sociales circulan múltiples comunicados en este sentido. Al mismo tiempo, escuchamos casos cercanos que declinaron vacunarse y han fallecido por Covid. Por estos pacientes se habla ahora de una “pandemia de los no vacunados”. Dos tipos de grupos se han opuesto al uso de vacunas: los grupos anti-vacuna y algunos grupos pro-vida. Así mismo hay dos tipos de objeciones: por riesgos a la salud, y por cuestiones éticas.

–Analicemos los argumentos que existen en contra de las vacunas, para tratar de determinar en qué aspectos llevan o no razón, para ayudar a nuestros lectores a tomar una mejor decisión, ¿le parece?

La primera objeción que encuentro es la de la generación de una tromboembolia por la vacuna. Este es, con mucho, el efecto adverso más grave de la vacuna: se calcula que uno de cada millón de pacientes que reciben vacuna de adenovirus (por ejemplo, Astra/Zéneca y Sputnik) presentará embolia vascular, y uno de cada cuatro millones de vacunados, fallecerá por este problema.

Sin embargo, hay que dejar en claro que esta mortalidad por embolia está muy lejos del uno al dos por ciento de pacientes que fallecen por Covid-19. Para que quede más claro: por cada paciente que fallece por efecto adverso de la vacuna, morirían unos diez mil pacientes no vacunados.

–Hay, también, una supuesta diseminación de la vacuna por el cuerpo, que daña otros órganos …

Está bien demostrado que la vacuna no se disemina a otros órganos, o en todo caso lo hace en cantidades muy pequeñas, pues estas vacunas están diseñadas para que el virus vacunal no se pueda replicar, por lo que prácticamente toda la vacuna permanece en el sitio de inyección. Quizá muy pocas partículas podrían, eventualmente, viajar por la sangre, pero son cantidades tan pequeñas que no representan riesgo para ningún otro tejido.

En cambio, en la infección por coronavirus, cada célula infectada produce cerca de cien mil virus; estos virus recién producidos infectarán a miles de células tanto a su alrededor como en otros órganos, y cada 24-48 horas cada célula infectada repetirá este ciclo. Estas son cantidades estratosféricas de virus que sí dejará secuelas importantes en algunos órganos, o incluso puede provocar la muerte del paciente.

–¿Hay algún riesgo de transgénesis en los seres humanos?

Existe cierto temor porque el ARN de esas vacunas pueda integrarse a nuestros cromosomas, forme parte de nuestro ADN y cree un tipo de transgénesis, que hasta se herede. Pero ninguna de las vacunas utilizadas se integran al ADN, eso está ampliamente demostrado: tanto en vacunas con adenovirus (vacunas Sputnik y Astra/Zéneca), o las vacunas formadas por ARN embebido en lípidos (vacunas de Moderna y Pfizer), penetran a las células del músculo inyectado, o a células del sistema inmunitario, producen la proteína S durante pocos días, se identifican como extrañas y se forman anticuerpos contra ella, después de lo cual se degradan y eliminan. Miles de ensayos durante tres décadas de experimentación con adenovirus, y ARN tanto en humanos como en modelos animales, lo demuestran.

–¿Y la falta de ensayos clínicos de la fase III de nuevos fármacos?

Esta objeción es parcialmente cierta. Veamos: antes de aplicar las vacunas en la población, se probó en varias fases de experimentación que demostraron que eran efectivas y tenían baja toxicidad. Primero se probaron en modelos animales (estudios de fase preclínica); seguida por varias fases clínicas: primero en voluntarios sanos (fase clínica I), luego se probó en médicos que atendían pacientes Covid (fase clínica II), y finalmente en decenas de miles de personas expuestas al contagio (fase clínica III). Ha sido la vacuna en fase III más probada en toda la historia de la vacunología.

Sin embargo, debido a la emergencia sanitaria era prácticamente imposible realizar una fase III tardía para observar los posibles efectos a mediano y largo plazo, al menos durante unos dos o tres años, como hubiera sido lo ideal. Aprobada la fase III temprana, se aplicó en población abierta, pero dando seguimiento a los vacunados, que corresponde a la Fase IV de experimentación.

–¿En qué situación estamos a 18 meses de haber sido declarada la pandemia?

Se cuenta ya con un año de seguimiento de fase III, y varios meses de fase IV, que no han mostrado otros efectos nocivos más que los ya descritos y en cambio las vacunas sí han protegido millones de vidas.

–Muchos grupos y personas se refieren a un problema ético por el uso de embriones abortados, lo cual es un argumento de peso que me gustaría que usted aclarara

Las células utilizadas para producir algunas vacunas provienen de embriones abortados. Este es el obstáculo ético más serio por el que, en especial algunos grupos provida, –y con cierta razón– se han opuesto a la vacuna: estas células se utilizan para la producción de algunas vacunas (por ejemplo, Astra/Zéneca y Cansino), y casi todas las vacunas utilizaron estas células en algún momento de su experimentación.

Pero veamos: la historia de éstas células se trata de dos líneas celulares (llamadas células MRC-5 y las células 293) obtenidas de sendos embriones: el primero abortado en 1966 y el otro en 1973. En ambos casos las células se obtuvieron con fines experimentales, ya que es difícil obtener líneas de células provenientes de un ser humano. El análisis ético, muestra que aunque hay cierta cooperación al mal, se trata de una cooperación de tipo remoto.

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–¿A que se refiere usted con el término “cooperación remota”?

La cooperación remota se define como aquella que contribuye pero que no lleva a la comisión del acto. No se considera culpable cuando hay razones serias y proporcionadas. Varios detalles así lo muestran: la obtención de células fue hace medio siglo; no se han requerido más embriones, pues las células originales se siguen multiplicando en cultivos celulares desde entonces; no se buscó eliminar la vida de un ser humano para obtener las células, etcétera. Si, por ejemplo, se utilizaran abortos recientes para cada lote de vacunas, eso sí sería éticamente inaceptable.

De hecho una comisión de científicos de la Santa Sede lo definió así: «Todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces pueden utilizarse con la conciencia tranquila, con la certeza de que su uso no constituye una cooperación formal con el aborto del que derivan las células utilizadas en la producción de las vacunas».

–¿Basado en su experiencia no solo en el campo de la virología, sino también en el campo de la bioética, usted qué conclusión saca?

Partiendo de la autonomía de los pacientes para vacunarse o no, está claro que en las circunstancias actuales, no vacunarse lleva un riesgo mucho mayor al de sus efectos nocivos. El punto es que la Covid-19 causa una mortalidad muy alta, por lo que en esta pandemia la vacunación es cuestión de vida o muerte: suman ya cerca de cerca de millones de fallecimientos por Covid, pero si se eliminaran el distanciamiento social y las vacunas, hubiera perecido hasta cuatro por ciento de la población mundial, algo así como trescientos millones de personas.

El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (“Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19” del 21 de diciembre de 2020) aporta otro aspecto central y muy positivo de la vacuna: ésta procura el bien común, vacunarme implica un riesgo pequeño pero también proteger a los que me rodean y, en último término, a toda la sociedad.

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