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Nacieron en Francia en 1881 como una forma de expresar públicamente la fe de los católicos en la presencia de Cristo en la Eucaristía. Y quizás pocos lo sepan, fue una mujer laica francesa su mayor impulsora, Marie-Marthe-Baptistine Tamisier.
Precisamente, la fe en la Eucaristía floreció en la Francia laicista como una suerte de "nueva evangelización" de la época. Por ello, no es de extrañar que los primeros congresos fueran más bien de calado nacional.
Pero ante su evidente éxito, con el papado de san Pío X se hicieron mundiales: Roma, Colonia, Montreal... y Madrid. Elegida como sede en 1909, se celebraría dos años después, coincidiendo con la celebración del Corpus Christi.
Estos primeros congresos anteriores a la Primera Guerra Mundial no tenían "guión" ni lema: sencillamente eran actos públicos de adoración eucarística. Precisamente por ello, las imágenes de la época son casi los mayores testimonios de su impacto religioso y social.
La designación de Madrid, según el historiador Julio de la Cueva, se veía con temor por un importante sector del catolicismo español. Y muy comprensiblemente, pues casi coincidió con la Semana Trágica de Barcelona, un levantamiento popular de protesta contra el gobierno que desató una tremenda ola anticlerical, con quema de conventos incluida.
El presidente español en ese momento, el liberal-progresista – y también devoto católico – José Canalejas, había promovido una ley, aprobada en 1910, que limitaba la actividad de las órdenes religiosas.
Conocida como Ley del Candado, fue muy mal recibida por la Santa Sede, y movilizó a un amplio sector católico (la Asociación Católica de Propagandistas entre ellos). Hizo que la Santa Sede enfriara sus relaciones con España. Y también fue mal recibida por los sectores a la izquierda, que la consideraban insuficiente.
En fin, que esa España convulsa entre facciones irreconciliables (al propio Canalejas le asesinó un anarquista en la calle Carretas en 1912) no parecía el escenario más adecuado para un Congreso Eucarístico. O precisamente sí, por la misma razón.
En la organización del Congreso estuvo muy implicada la propia Familia Real española, a través de la tía de Alfonso XIII, Isabel de Borbón, que presidía la junta del congreso.
Isabel era una mujer muy querida por el pueblo, que la apodaba cariñosamente "La Chata". Se dedicaba a todo tipo de obras humanitarias y de interés social.
Ella fue la cara más visible, pero toda la familia real se volcó con la celebración del Congreso; hasta el punto de que el propio Alfonso XIII, sin previo aviso, acudió al acto de clausura del congreso en la Basílica de san Francisco el Grande.
Incluso, el Rey organizó dos ceremonias religiosas en el mismo Palacio Real: la consagración de España y la entronización de la Eucaristía. Este gesto, del que según algunos historiadores como Javier Tusell, el gobierno tenía conocimiento, contribuyó a suavizar las tensas relaciones con Roma.
Las imágenes que traemos a continuación son una muestra de la devoción de la época. Las calles se impregnaron de un verdadero fervor religioso, a pesar de las críticas de la prensa liberal.
Alrededor de cien obispos, más de diez mil sacerdotes y cerca de 50.000 fieles venidos de todas partes de España participaron en el Congreso. Se vivieron momentos muy emotivos durante la solemne procesión eucarística en la centralísima calle y puerta de Alcalá; así como misas y comuniones en el Parque del Retiro.
Estas imágenes contrastan dolorosamente con las sangrientas persecuciones religiosas que se vivirían en ese mismo escenario, solo 25 años después.