Las catacumbas de san Marcelino y san Pedro son una de las 60 catacumbas esparcidas por toda Roma.
Estas se encuentran en la actual Casilina, vía que antes era llamada Labicana, en la zona ad duas lauros, es decir, en los dos laureles, debido a dos grandes arbustos que se encontraban en la entrada de la residencia del emperador Constantino.
Dentro de la residencia imperial ad duas lauros, el emperador Constantino construyó, entre el 315 y el 325 d.C., el mausoleo dinástico en el que sería enterrada su madre Elena.
Toda esta área con las zonas limítrofes fue donada por el emperador a su madre, por eso las catacumbas que fueron excavadas entre los siglos III y V d. C. también eran llamadas catacumbas de santa Elena.
Estas catacumbas acogieron a cristianos muy ricos, por eso está adornada de maravillosos frescos de los cuáles muchos quedaron para la posteridad, con ayuda de las técnicas láser actual.
Las catacumbas fueron dedicadas a los santos Marcelino y Pedro, ya que allí se conservan sus cuerpos, gracias a la matrona romana Lucilla. Ella les dio una sepultura cristiana luego del cruel martirio llevado a cabo por mandato del emperador Diocleciano en el año 304.
La primera noticia del martirio de los dos santos nos la transmitió Dámaso (m. 384), quien da fe de haberla aprendido en su juventud de boca del mismo verdugo.
De acuerdo con el testimonio del Papa, el juez había ordenado que los dos mártires fueran decapitados en las profundidades de un bosque (llamado en esa época Selva Negra, en la actualidad Selva Candida) para que nadie los encontrara.
Conducidos al lugar, los obligaron a cavar sus tumbas con sus propias manos. Por un tiempo sus tumbas quedaron escondidas hasta que Lucilla supo de lo acontecido y se encargó de trasladarlos y darles mejor entierro.
Constantino en la misma zona de las catacumbas hizo construir una basílica en honor a los santos.
La basílica, junto con el Mausoleo de Santa Elena, las Catacumbas de los Santos Marcelino y Pedro y otras series de edificios funerarios y religiosos constituye el denominado Complejo Arqueológico ad Duas Lauros.
La basílica estuvo en uso hacia finales del siglo VIII d.C. Y su declive comenzó coincidiendo con el traslado de los restos de los santos Marcelino y Pietro.
Durante la Baja Edad Media, la basílica fue abandonada gradualmente y, con el tiempo, cayó en mal estado.
Con sus 18 mil metros cuadrados y sus 16 metros de profundidad, son las terceras más grandes por extensión en Roma y representan un auténtico tesoro de la Roma cristiana subterránea.
Después de una restauración de los ambientes financiada por la República de Azerbaiyán, desde abril del 2014 las catacumbas se pueden visitar con regularidad.