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Podemos usar el dolor como excusa, para infligir más dolor o para quitar la responsabilidad de tener que hacer lo correcto aunque sea con la esperanza de dejar de sufrir o borrarlo.
Cuántas veces he escuchado que la violación se usa como justificación del aborto, por ejemplo. Detrás de esos "ya ha sufrido bastante", "sería como ver la imagen de quienes la lastiman todos los días", "no es querido", hay tanto dolor y, lamentablemente, la interrupción del embarazo no ofrece salida.
Podemos multiplicar el dolor para sentirnos menos solos en el sufrimiento.
Quedar atrapado en él.
Convertirlo en ira, resentimiento, venganza. Es correcto, normal y parte de cualquier camino de sanación atravesar todos estos sentimientos, sin negarlos o peor aún, guardar silencio sobre las preguntas que traen consigo, durante el tiempo que sea necesario. Lo importante no es dejar de apuntar al verdadero objetivo: una nueva serenidad.
Danya Sherman, una estudiante estadounidense de 24 años, llevará para siempre, dentro de ella, el sufrimiento de la noche en que fue violada por un conocido. Estaba en España para una experiencia universitaria en el extranjero.
Una noche en un club le ofrecen un cóctel con una sustancia extraña en su interior. Bebe sin darse cuenta, y esa noche es violada.
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Danya podía lidiar ese dolor de muchas maneras: decidió mirarlo a la cara, hablar de ello con otros amigos, superando su vergüenza al descubrir que ese horror era algo mucho más común de lo que pensaba.
Ella tomó esa violencia e hizo algo con ella, por todas las mujeres. De hecho, esto es solidaridad femenina y verdaderamente empoderador.
Su gesto nunca borrará el dolor del recuerdo, esa punzada en el estómago que le tomará como un dejavu mientras toma una copa en algún otro lugar.
Sin embargo, una cosa es cierta: mientras siga siendo prisionera del dolor, mientras lo use como escudo o como excusa, los verdugos seguirán violando. Seguirá en ese bar, víctima inconsciente de un sufrimiento narcótico que no la deja vivir.
Danya ha transformado uno de los muchos pañuelos sobre los que habrá derramado lágrimas amargas y dolorosas en el instrumento de salvación para muchas otras niñas.
KnoNap es la start-up fundada por esta estudiante de la Universidad George Washington que fabrica un pañuelo capaz de detectar la presencia de drogas en las bebidas. Simplemente humedece y espera a que cambie de color para saber si el cóctel contiene drogas o no.
El objetivo, explica el CEO en un vídeo, era crear algo discreto, que permitiera no renunciar al "bienestar social" o la seguridad: este es el motivo de una servilleta blanca común y sencilla. Tan simple que se puede cambiar por una servilleta normal, y con un coste tan competitivo que se puede sustituir por las clásicas en muchos bares sin desembolsos exagerados para los propietarios del local.
Danya Sherman y su empresa han sido incluidas en el ranking Forbes de 30 emprendedores sociales menores de 30 años.
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Ha logrado no solo mirarse a sí misma, sino ver más allá de su historia, aquella sobre la que muchas veces se dobla aún más en estos casos, perdiendo también el contacto con la realidad.
En lugar de preguntarse por qué no había nadie allí para ella, esta chica decidió, aunque herida, cuidar de otras mujeres. Nadie la ha protegido de la violación, pero hoy, gracias a ese dolor, alguna otra chica no sufrirá la misma violencia.