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¿Quién dirige la Iglesia católica cuando el Papa está incapacitado?

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Antoine Mekary | ALETEIA | I.MEDIA

Camille Dalmas - publicado el 24/07/21

El papa Francisco se recupera tranquilamente de una operación de colon. Pero ¿a quién corresponde el gobierno cuando el Papa se encuentra incapacitado para ejercerlo?

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Francisco se operó por una inflamación del colon el pasado 4 de julio. Se recupera tranquilamente de su operación y debería poder volver de nuevo al ataque próximamente. Pero ¿qué pasa mientras el Papa no puede ejercer su autoridad?

Cuando un Papa muere, las cosas son muy claras desde un punto de vista canónico: el poder se confía, durante el periodo de sede vacante, a un camarlengo.

El camarlengo, escogido previamente por el Pontífice, se encarga entonces de las cuestiones corrientes hasta la elección del nuevo Papa.

Hoy en día, si el papa Francisco muriera, el actual camarlengo, el cardenal estadounidense Kevin Farrell, sería quien tomaría las riendas durante algunos días del Estado más pequeño del mundo.

“El Papa sigue siendo Papa incluso en el hospital”.

Sin embargo, el derecho canónico no lo tiene previsto todo. Existe una zona gris a partir del momento en que el Papa ingresa en el hospital.

En el caso reciente de principios de este mes, el Soberano Pontífice es plenamente consciente y no está en cuestión el tema de la gobernanza: nada cambia.

“El Papa sigue siendo Papa incluso en el hospital”, declara un canonista que ha trabajado en este asunto al más alto nivel y que prefiere permanecer en el anonimato.

El imposible “impedimento” de un Papa

Pero ¿qué sucedería en el caso de que un Pontífice se encontrara, por ejemplo, en coma o sufriera alguna incapacidad crónica que le impidiera gobernar?

¿Qué se hace si el Papa se volviera física o mentalmente incapaz de gobernar y también de renunciar?

El Papa “es el único que puede renunciar libremente a su poder”, precisa el canonista.

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Como recuerda la revista digital jesuita America, el derecho canónico prevé un motivo para que los obispos queden “impedidos” y que permite retirarles la responsabilidad de su diócesis en caso de  “cautiverio, relegación, destierro o incapacidad”.

Entonces, el obispo auxiliar o el vicario general asume la dirección de la diócesis mientras espera a que se nombre un sucesor.

Si se aplicara este canon al caso del Papa, considerando que es el obispo de Roma, implicaría que debería tomar el relevo su vicario para la diócesis, el cardenal Angelo De Donatis.

“Teóricamente, no se dispone de criterios para impedir a un Papa en incapacidad de gobernar”.

Sin embargo, el obispo de Roma no es un obispo como los demás, según indica el canon 335.

Este artículo prevé el caso en que la Santa Sede se encuentre “vacante o totalmente impedida”.

¿Laguna jurídica?

No obstante, en dicha situación, “nada se ha de innovar en el régimen de la Iglesia universal” durante este periodo.

La cuestión de la incapacidad de gobernar de un Papa es, de hecho, una auténtica “laguna” en el derecho canónico, según reconoce el canonista.

“Teóricamente, no se dispone de criterios para impedir a un Papa en incapacidad de gobernar”.

Resultado: si la situación se presentara, el jurista debería “interpretar” los raros elementos existentes para encontrar una solución.

Esta aporía ha estorbado a varios predecesores del papa Francisco, en particular a los Papas llegados después de la Segunda Guerra Mundial.

La razón principal está en el significativo aumento de su esperanza de vida, dado el progreso de la medicina durante esos años.

Sin embargo, la incapacidad médica no era la única eventualidad considerada por un pontífice.

Pío XII: “Se llevarán al cardenal Pacelli, no al Papa”

Recordando sin duda los secuestros dramáticos de los papas Pío VI y Pío VII durante la Revolución francesa, Pío XII contempló la cuestión de la incapacidad de gobernar.

Encerrado en el Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial, el Pontífice se planteó muy seriamente el riesgo que corría frente a la amenaza nazi.

Según su secretario de Estado, el cardenal Domenico Tardini, el Papa puso en práctica contramedidas precisas en el caso de que el Tercer Reich llegara a tenerlo en su punto de mira.

En concreto habría preparado una carta en la que declaraba su dimisión y daba instrucciones para que los cardenales eligieran a su sucesor. “Si me raptaran, se llevarán al cardenal Pacelli, pero no al Papa”, habría afirmado Pío XII.

Las precauciones de Pío XII estaban lejos de ser superfluas. En efecto, cuando Mussolini, bajo la presión de los Aliados, fue derrocado por el pueblo italiano en 1943, los alemanes barajaron durante un tiempo un plan de represalias para secuestrar y asesinar al líder de la Iglesia católica.

La carta de Pablo VI

El historiador Roberto Rusconi informa de que la cuestión de la incapacidad también la contempló su sucesor, Juan XXIII.

El Papa Bueno se habría preguntado durante su pontificado sobre la posibilidad de renunciar a causa de su estado de salud precario, dañado por la pesada tarea del Concilio Vaticano II.

Por su parte, el Papa siguiente, Pablo VI, descartó públicamente la posibilidad de una renuncia.

No obstante, en 1965, escribió varias cartas al decano del Colegio cardenalicio en las que evocaba la posibilidad, en el caso de que se encontrara en coma o sufriera demencia, de poder ser impedido y reemplazado después de un nuevo cónclave por otro Papa.

Sin embargo, estas cartas no tienen valor legal, aunque forman parte del “magisterio informal” del antiguo Pontífice, según explica el canonista.

Esta correspondencia, exhumada mucho después de su muerte, no da ninguna razón para creer que hubiera permitido desencadenar una fase de vacancia si el Papa italiano hubiera estado en una situación de incapacidad.

El proyecto de canon de Benedicto XVI

BENEDICT XVI

El Papa que más ha trabajado en esta posibilidad fue Benedicto XVI. En 2005, el Pontífice alemán quedó muy marcado por la larga agonía de Juan Pablo II durante los últimos años de su pontificado.

Al estar muy cerca del poder, fue testigo de este periodo de inestabilidad, sobre todo desde el punto de vista del gobierno de la Iglesia, cosa que le motivó a imaginar posibles respuestas.

Le habría solicitado al cardenal Julian Herranz, entonces presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, redactar un canon para cubrir el vacío jurídico.

La tarea quedó finalizada y preveía que la tarea de impedir pudiera ser decidida por el Colegio cardenalicio, bajo la convocatoria de su decano.

Según este proyecto, al término de una investigación y una consulta de expertos médicos, sobre todo, los cardenales tendrían derecho a poner solemnemente fin al pontificado y abrir el periodo tradicional de vacancia de poder con miras a un cónclave.

Sin embargo, este canon, aunque fue presentado al líder de la Iglesia católica por entonces, jamás fue promulgado.

Benedicto XVI no tuvo necesidad de él porque, de hecho, encontró otra respuesta a la cuestión que se planteaba.

Como temía estar incapacitado para gobernar debido a su frágil salud, el 265º Papa decidió finalmente, ante el estupor general, renunciar preventivamente al ministerio petrino en 2013.

Benedicto XVI, que sigue con vida ocho años después, confesó hace poco que no pensaba que fuera a vivir tanto tiempo.

En una entrevista reciente con su biógrafo Peter Seewald, confirmó que fue el tema de su salud –en particular su incapacidad para efectuar largos viajes, concretamente la JMJ prevista en Brasil durante el verano de 2013– lo que lo motivó a poner fin a su pontificado.

La “renuncia preventiva” de Benedicto XVI es una forma indirecta de responder a la aporía jurídica que representa una situación de incapacidad para un Pontífice.

El “vacío jurídico” sigue irresoluto, confirma el profesor de derecho canónico. “Si se produjera una situación así, estaríamos en terreno desconocido”, concluye.

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