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Cómo digerir lo que sucede y evitar que el subconsciente te domine

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/07/21

Cuando las impresiones no han sido elaboradas, hay en mí una fuerza misteriosa que me mantiene en constante inquietud

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El calor y el frío. La lluvia y la sequía. Las heladas y el resurgir de la naturaleza. El calor que asfixia y el frío que hiela el alma.

El viento y la calma. Las tormentas y los momentos de sequía esperando una gota de agua. Son los extremos que se unen y me desconciertan.

De un extremo al otro. De la salida del sol hasta su ocaso. Momentos que se suceden en el tiempo de forma continua.

Y en medio de tantomovimiento mi corazón recorre las horas y los días, fatigado y feliz, soñando el cielo.

Y esperando tocar las alturas, a tiempo o a destiempo, poco importa. Anhelando esa paz que deja el saber que soy amado como soy, con eso basta.

Alguien a mi lado, como ausente o presente al mismo tiempo, recorre mis días. Es esa historia santa que tejen mis manos, o las de Dios. Esa historia hollada por mis pies recorriendo senderos sin término.

Llenar el tiempo de sentido

La lluvia que sorprende súbitamente mis pasos furtivos. El calor que parece adueñarse de mi vida y quitarme el aliento.

Y el tiempo encadenado al presente, ese instante sagrado que tanto amo. Porque es un don, un bendito regalo.

¿Sabré usar bien las horas que tengo, los días que se quedan prendidos a mi piel?

Me da miedo perder la oportunidad que tengo de ser feliz, dejar que se vaya. Y sentir que Dios me invita a amarlo a Él en cada instante. Y yo me olvido tantas veces.

Como ese niño embobado con tanto estímulo que me aleja de la contemplación y del silencio.

Asimilar lo que me pasa

¿Cómo aprenderé a digerir todas las cosas que me pasan cada día? ¿Cómo aprender de todos los estímulos que me mantienen despierto, inquieto y alegre?

No quiero guardar en el alma heridas por no haber respetado los silencios, las horas de pausa, para dejar que sanen en las manos de Dios. Decía el Padre José Kentenich:

«Cuando las impresiones no han sido elaboradas, actúan casi como serpientes que se arrastran durante un tiempo en el subconsciente pero que, de pronto, saltan hacia arriba. ¿Cuál será el efecto? Hay en mí una fuerza misteriosa que me mantiene en constante inquietud».

J. Kentenich, Lunes por la tarde,Tomo 2: Caminar con Dios a lo largo del día

Lo no digerido en el alma se cuela muy dentro de mí y provoca sentimientos negativos que me enferman. Me hieren con esa fuerza misteriosa que tienen las experiencias fuertes y dolorosas.

Esos estímulos que desde fuera golpean la pared del corazón no me dejan indiferente.

Trabajar el sufrimiento

Necesito aprender a digerir el sufrimiento. Trabajarlo y dejar que el alma se calme.

Hacer duelo ante las pérdidas y los dolores. No cerrar la puerta como si no hubiera pasado nada.

No vivo en una burbuja, protegido y escondido, vivo en medio del mundo expuesto al dolor.

Amo y odio. Soy feliz y me indigno. Hiero y me hieren. Perdono y me perdonan. Abrazo y rechazo. Soy querido y despreciado.

Todo sucede en mi alma. Lo bueno y lo malo. Y siguen quedando estímulos que guardo sin guardarlos de verdad. Los retengo sin trabajarlos.

De la superficie a la profundidad

Y no me dejo tiempo para ahondar, tan en la superficie vivo que me pierdo.

Y no encuentro el momento para detener mis pasos aunque sólo sea por un tiempo. Ni en medio del trabajo. Ni en medio de las vacaciones.

Es como si nunca estuviera preparado para enfrentar mi vida, para encontrarme con mis miedos, con mis dolores y mis heridas.

Es como si nunca fuera el momento para bucear dentro de mi alma buscando paz y silencio, alegría y reconciliación.

Mi alma necesita reposo y silencio en este momento. Son muchos los estímulos y las experiencias que no acabo de digerir, de trabajar, de asumir.

Duele el alma por dentro y no me doy cuenta. Dejo pasar la vida ante mis ojos viviendo en la superficie de un mar aparentemente en calma.

Como un náufrago en medio del mar, incapaz de llevar la barca a buen puerto, con una sed profunda y sin saber cómo responder a todo lo que necesito.

Así voy a la deriva, sin brújula, sin timón, sin velas y sin luz.

Dios recompone mi vida

Y en medio de mi corazón escucho la voz de Dios que me invita a detenerme, a parar, a meditar.

Quiero callar muy dentro y esperar. Que pasen las horas, los días en un abrazo de Dios que quisiera fuera eterno.

Es lo que necesito siempre de nuevo para recomponer mi vida. ¡Cuánta gente enferma del alma! Decía el Padre Kentenich:

«Hay innumerables personas que están hoy enfermas, también corporalmente. ¿Saben por qué? Por esas impresiones no digeridas y por que no saben qué hacer con su sentimiento de culpa«.

Reposo, silencio, luz

¿Qué necesito? Detenerme. Hacer silencio. Dejar que la lluvia calme mi calor y el sol caliente apacigüe el frío del corazón.

Quiero vivir cada momento con lo que tiene. Entregándoselo a Dios y dando gracias por lo que me toca vivir en presente.

Esa canícula que me hace soñar con el frescor y el agua. Ese frío hondo en los huesos que hiela mi jardín.

Espero siempre vientos más amables y playas con más paz. Quiero detenerme y dejar que la luz calme mis ansias y haga desaparecer la inquietud.

Y Dios con su mano pasa por cada arista limando mis asperezas. Cuando me dejo el tiempo para Él.

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