Hace unos años, en pleno apogeo familiar, con niños pequeños, embarazos, etc., no tenía mucho tiempo, o eso creía yo, para dedicarme a mí, a mi aspecto exterior... Y mucho menos para el interior. Tenía una premisa errónea: ¿para qué? ¿Para qué arreglarme cuando no consigo salir de casa? ¿Para qué arreglarme viéndome tan horrible al final del embarazo? ¿Para qué ponerme una camisa preciosa si no voy a poder evitar el disparo de la papilla de fruta? ¿Para qué soñar con Aire de Loewe si, después de cada toma, no consigo evitar el olor a “Eau de Leche-regurgitada”. ¿Para qué?
Sólo había unos días en los que me preocupaba de secarme el pelo con secador, escoger una ropa bonita, abrir un abandonado neceser de maquillaje, y me venía arriba. ¿Te puedes imaginar cuáles eran esos días? Eran los días que tenía algún niño ingresado en el hospital. Esos días encontraba el tiempo, era consciente de que a mí, y sólo a mí, era a quien iba a ver ese pequeñito durante todo el día. Era yo la que podía añadir color a esas cuatro paredes, y era yo la que podía refrescar y endulzar el aséptico olor del hospital.
Y es que la realidad es meridiana: ”tenemos que cuidarnos para poder cuidarlos como se merecen”. Si me pudiese tomar un café con mi yo de hace 25 años..., ¡buff, cuántas cosas le diría! Pero te aseguro que no dejaría de insistirle en que tenemos que cuidarnos fuera y dentro de casa. Me diría que, para las cosas a las que damos importancia, siempre encontramos tiempo. Por eso:
- Arréglate (y protégete) también para esa papilla de fruta.
- Procura buscar la ropa que te haga ser una embarazada favorecida.
- Trata de estar ideal también con la ropa de andar por casa, que no tiene por qué ser una camiseta estirada con una chaqueta llena de bolas…
La mentalidad, el objetivo de todo esto, se aleja claramente de la vanidad. Estamos hablando de otra cosa: estamos hablando de entrega.
Entrega. Una entrega que te inocula esas ganas de hacerle la vida agradable a los tuyos, de crear un entorno amable, apetecible, ilusionante. Asume que tú eres el 80% del decorado de su vida. Por ellos toca cuidar nuestro exterior (sí, estoy pensando en las rebajas). Pero también el interior. Tienes que buscar momentos para cuidarte, para mantenerte. A partir de cierta edad, hacer ejercicio no puede ser una opción: es una necesidad. No sólo por estética, sino también por salud física y mental.
A mi yo de hace 25 años, le diría que no conseguirás estar feliz, ilusionada, aunque tu exterior sea perfecto, si no cuidas tu interior. Hablo de los cuidados que requerimos para esas pequeñas rozaduras que nos incordian todos los días. Que no son graves, pero que nos hacen perder la paz, y que si no las vamos curando, tratando, se pueden convertir en heridas más profundas:
- Un comentario desafortunado en el grupo de padres de whatsapp.
- La mala cara de un vecino en el portal.
- La sensación de que te persigue una nube negra que te rocía permanentemente con un “no llego a nada”.
- La torpeza con que has tratado a los que más quieres…
Son esas rozaduras pequeñas, pero que todos los días traen consigo, y que necesitan su tratamiento, su crema hidratante que calme la irritación y que genere una instantánea sensación de desahogo.
La mejor enfermera para esas rozaduras la tienes muy cerca, vivas donde vivas. Pregúntale a Ella qué opina de tu rozadura, qué necesitas... No tienes que ponerle en antecedentes, ya lo sabe todo. Es la única que ha vivido contigo todos esos instantes desde fuera, pero también desde dentro. Sabe perfectamente lo que ha sentido tu corazón. Y es la única que puede curarte y animarte a que te cuides. Porque, sólo cuidándote, podrás darte, con la medida que se da Ella, es decir, sin medida. Responde al nombre de María.