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Mi gente me decepciona, ¿qué puedo hacer?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/07/21

Ojalá sepa descubrir la bondad y la belleza de las personas con las que convivo, Dios se esconde tras ellas

A veces me decepcionan las personas que están a mi alrededor. Quizás deba cuestionarme…

Cuando creo que yo lo sé todo no necesito escuchar a nadie más. Tengo la verdad y nada de lo que los demás digan me va a enriquecer.

Me da miedo caer en esa tentación de la rebeldía. Dejo de escuchar a otros, a los que siento menos sabios, menos doctos.

Y me cierro a escuchar la voz de Dios en mi vida. No me dejo complementar ni enriquecer.

Ven la vida de forma diferente a la mía y los rechazo. Dicen cosas distintas y hago oídos sordos.

Un cualquiera

Jesús es ese profeta que habla en la sinagoga en medio de un pueblo que lo escucha y tal vez dice lo que los suyos no quieren oír. Por eso les cuesta creer:

“En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: – ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí? Y esto les resultaba escandaloso”.

Dudan de Él y se escandalizan. ¿Por qué se cree alguien especial? ¿Por qué lo siguen? Saben que Jesús es uno cualquiera, un hombre nacido en Nazaret como ellos.

Les cuesta creer en Jesús, en su poder, en su sabiduría. ¿De dónde le viene el poder? Tiene razón Jesús cuando dice:

“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

En su propia casa, en Nazaret, lo desprecian. Allí donde se ha criado no es escuchado.

No lo aman y lo siguen aquellos que más lo conocen. Es la dureza de corazón la que impide ver a Dios oculto tras la carne de un hombre, de un familiar, de alguien cercano a quien amar y seguir.

De lejos es más fácil ver el brillo

PERSONALITIES

Es curioso. Con frecuencia no me cuesta mucho ver la bondad y la santidad en personas que no conozco tanto y no viven conmigo.

Parece como que la santidad brilla más de lejos y de cerca se vuelve opaca. O tal vez la mirada de cerca es más puntillosa, se fija en los detalles, no pasa por alto ningún defecto.

De lejos todo me parece bien. Es una santidad de un blanco reluciente. En la lejanía, sin entrar en las distancias cortas, todo parece estar bien.

Pero de cerca no. Me cuesta ver en mi cónyuge la luz de Dios. Me llama más la atención su pecado, su debilidad, su torpeza.

Por la misma razón me cuesta creer en mi propia santidad. Conozco la fuente de mi pecado, de mis faltas, como me recuerda el padre José Kentenich:

“¿Dónde está mi punto débil, a qué debo dar importancia? ¡Por favor, pregúntenselo a sí mismos! No será mucho; tal vez sea grande el número de faltas pero, si se fijan en cuál es la fuente, encontrarán sólo una”.

King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor

De cerca se nota más la debilidad

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Sé de dónde viene todo lo que hago mal. Normalmente hay una herida en lo profundo del alma y de ahí viene mi tendencia fundamental a no obrar el bien que quiero y realizar el mal que no deseo.

Así es mi torpe corazón. Por eso me cuesta creer que yo pueda ser santo. Una persona me decía el otro día: “Rece por nosotros, que somos pecadores”.

Sí, todos lo somos. El pecado nos une como experiencia común. Igual que el límite y la debilidad.

Quizás de lejos parezco inmaculado. Revestido de blanco brilla mi apariencia. De lejos las personas parecen mejores.

Pero aquellos que están más cerca me dejan ver su debilidad. Y el concepto de santidad que vivo está muy unido a la impecabilidad.

Por eso me cuesta creer como les pasa a los paisanos, amigos y familiares de Jesús. Ellos han vivido a su lado y tal vez no han sido testigos de nada extraordinario.

¿Cómo se puede creer en Jesús cuando era un joven como tantos otros allí en Nazaret? Dudan. No puede ser.

Descubrir la bondad de quien vive al lado

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¿Podría yo creer en la santidad de mi cónyuge? ¿O de mis padres, hermanos o amigos? Depende de mi mirada y de mi propio pecado.

Igual que me cuesta a veces alegrarme con el éxito ajeno, también me cuesta destacar las virtudes de las personas que están cerca. Siempre tengo algún pero que poner.

¡Cuánto bien me hace hablar bien de aquellos con los que comparto mi vida! Me haría bien fijarme más en sus virtudes y talentos.

Ojalá me dé alegría ver su vida y su verdad. Quiero tener una mirada pura que sepa descubrir la bondad y la belleza en mi hermano. Sin dudar de él, sin cuestionar su corazón.

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