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“El día del ataque, yo estaba trabajando en la parroquia. Estaba en el interior, en la casa del cura… Debían de ser las dos del mediodía. Los insurgentes de Al Shabaab llegaron y atacaron la parroquia de Palma”.
LO recuerda con emoción el catequista Paulo Agostinho Matica, residente en Palma (Mozambique).
El 24 de marzo de 2021, en cuanto se escucharon los primeros disparos y las primeras detonaciones de bombas, el catequista corrió a salvar los registros eclesiales.
En esos archivos están registrados las bodas y los bautismos de la parroquia, lo cual representa la memoria histórica de la comunidad católica de Palma.
Durante dos días, mientras la ciudad estaba ocupada por los terroristas, mientras las personas huían y los disparos y las explosiones retumbaban por doquier, Paulo Agostinho permaneció oculto en la casa parroquial.
Al tercer día, decidió tentar su suerte y se marchó a casa de un amigo. Desde ahí, marchó hacia Quitunda, una pequeña aldea en la periferia de la ciudad de Palma, recientemente asociada a un megaproyecto de exploración gasífera.
El tesoro de la parroquia
Desde Quitunda, el catequista se dirigió a la localidad de Senga, llevando consigo los libros que considera como “el tesoro” de la parroquia.
Llegó allí la víspera del Domingo de Ramos. Toda la región era un escenario bélico. Los terroristas, que están del lado de Daesh (el autodenominado Estado islámico), dirigían uno de sus ataques más audaces en la provincia de Cabo Delgado.
Circulaban informaciones sobre que habían asesinado y decapitado a personas en Palma, de donde habían huido centenares de personas, todo en un ambiente de caos y terror.
Al llegar a Senga, el catequista se encontró con una pequeña comunidad cristiana. En medio de ese clima de guerra, con personas sin saber qué hacer o a dónde huir, algunos cristianos descubrieron la presencia del catequista.
“Me dijeron: Queremos rezar. Así que fui a la iglesia y rezamos”.
En ausencia del sacerdote, en la región de Cabo Delgado, es habitual que los catequistas celebren la liturgia de la Palabra. Así vivieron el Domingo de Ramos los cristianos de Senga.
Viaje de los registros en un país en guerra
Sin embargo, para Paulo, todavía quedaba encontrar un lugar más seguro para no perder los valiosos registros parroquiales.
De modo que partió hacia Mwagaza, otro pueblo vecino donde viven sus padres. “Permanecí allí hasta el 11 de abril”.
Después de saber que el ataque de Palma había terminado, Paulo decidió regresar, a pesar de todos los riesgos.
No sabía lo que le esperaba, tampoco sabía lo que podría encontrar en el camino.
“Regresé a la parroquia para ver cómo estaban las cosas…”.
Lo que encontró le impactó y entristeció profundamente. La iglesia había sido saqueada y había signos de destrucción por todas partes.
La puerta estaba rota. Los terroristas habían prendido fuego a muchas cosas, a los iconos, a algunos bancos, a los altavoces, incluso a las ventanas nuevas que acababan de reemplazar a las antiguas… Todo estaba destruido.
No son simples libros
Dos meses y once días después del ataque terrorista a Palma, el catequista se dirigió a Pemba para entregar los registros parroquiales durante una breve ceremonia a la cual Ayuda a la Iglesia Necesitada pudo asistir por videoconferencia.
Mons. Juliasse, administrador apostólico de la diócesis, alabó su valentía y su determinación:
“Ya conocía la dedicación de nuestro monitor en la parroquia de San Benito de Palma, pero estoy muy impresionado al ver que procuró salvar los registros de la parroquia”.
La valentía de Paulo Agostinho Matica permitió salvar los registros de la parroquia de San Benito de Palma.
En realidad, no son unos simples libros: en estas páginas manuscritas se encuentran los recuerdos de la comunidad cristiana, los nombres de quienes se casaron en esta iglesia y también los de quienes fueron bautizados y confirmados en ella.
Sin el coraje de este hombre, los registros parroquiales habrían servido de alimento para las llamas del odio que los terroristas encendieron en el suelo de la iglesia. Pero ahora forman parte del patrimonio histórico de la diócesis.
Por Thomas Oswald