“La Lorenza Sola” vive sola entre los cerros, a más de 4000 metros de altura, acompañada de cabras y llamas, a las que cuida y quiere como sus hijas.
Con los años, la vida de Lorenza Mamaní se ha complicado, puesto que ella ya no puede caminar y arrearlas como otrora. Pero sigue en el cerro, su casa, heredera de una cultura ancestral que no le impide rezarle a “Tatita Dios”, a Jesucristo, a “mamita” Santa María. Ella, con su Pachamama como aliada, sola bajo la luna en la inmensidad de la soledad cordillerana de Fiambalá, al oeste de Catamarca.
Estos días es noticia porque un amigo pasó a visitarla, la encontró descompensada, casi desvanecida, deshidratada producto de las aguas congeladas, y activó un operativo sanitario que incluyó traslado en helicóptero y ambulancias 4X4 para la anciana, conocida como la última diaguita.
Se conoce como diaguitas al conjunto de pueblos originarios del actual noroeste argentino y norte chileno que se comunicaban con el idioma Cacán. Dominados por los incas a finales del siglo XV, pasaron luego a dominio de la corona española, aunque es legendaria la historia de la resistencia de algunos de sus pueblos.
Pese a que cariñosamente se conoce a Lorenza como la última diaguita, no es la última heredera de estos pueblos, su cultura, sus costumbres. En el censo 2010, habitaban suelo argentino 67.410 personas que se identificaban como diaguitas o descendientes de diaguitas. Muchos casos integrados a distintas urbes, en otros casos en comunidades como las seis que existen en la propia Catamarca. En Fiambalá no hay, pero sí en Río Grande, a unos 100 kilómetros, donde probablemente resida de ahora en más Lorenza, de acuerdo a lo que informaron a la agencia Télam las autoridades sanitarias de la provincia.
El vínculo de Lorenza con su tierra, con sus animales, con sus ancestros, pero también con los poblados y sus vecinos, ha enternecido a generaciones de catamarqueños. Tiene más de un poema dedicado a ella, y alguna canción. Recibió un reconocimiento de la Cámara de Diputados; en una ocasión, la ex gobernadora Lucia Corpacci dijo de ella: “es la memoria viva de nuestra cultura e historia como pueblo”.
El Esquiú le realizó en una ocasión una entrañable entrevista. Su historia, quizá, encierre mucho más que los 90 y pico de años contenidos en su cuerpo. Es símbolo de una lazo cultural cuya riqueza expresa el Papa en Fratelli Tutti:
En realidad, una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades “a su modo”.
Esto provoca el nacimiento de una nueva síntesis que finalmente beneficia a todos, ya que la cultura donde se originan estos aportes termina siendo retroalimentada. Por ello exhorté a los pueblos originarios a cuidar sus propias raíces y sus culturas ancestrales, pero quise aclarar que no era «mi intención proponer un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje», ya que «la propia identidad cultural se arraiga y se enriquece en el diálogo con los diferentes y la auténtica preservación no es un aislamiento empobrecedor». El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural.
En sus bajadas a la ciudad, además de visitar médicos y amigos, Lorenza Sola pasaba a visitar a la Virgen del Valle, su Mamita. Un aborigen, como ella, la encontró por vez primera hace 400 años. Lorenza en la montaña quizá estaba sola, pero nunca así se sentía. Su “mamita” estaba con ella.