Hay migrantes que se arriesgan a cruzar una de las regiones más bellas pero también pantanosas del continente. Es un área selvática ubicada en el límite de América Central (Panamá) y América del Sur (Colombia). Ha funcionado históricamente como una barrera natural a la comunicación por carretera entre ambos subcontinentes.
Si bien es un entorno idílico para los aventureros experimentados, debido a su poca comunicación con el exterior, la selva es punto de encuentro entre traficantes, y delincuentes. Si bien es un paraje de gran belleza paisajística gracias a la biodiversidad de su flora y fauna es un ecosistema en el que conviven tanto jaguares como águilas, pumas, arañas o monos, y cuatro grupos de etnias indígenas; también, fuera de los tramos turísticos frecuentados, entraña los peligros que todo bosque encierra. Hay peligrosos animales salvajes que coexisten con coloridas aves, así como bosques vírgenes, manglares y lagunas. Algunas de sus zonas son reconocidas como Patrimonio de la Humanidad.
Es una zona peligrosa, ya que puede sorprender con fuertes lluvias y arrolladores vientos. Además, se sabe que la selva sirve de refugio a guerrilleros colombianos. Hay pantanales y cordilleras que llegan a alcanzar una altura máxima de 1.875 metros: también hay valles donde existen ciénagas permanentemente inundadas, saltos de agua y frenéticas cataratas.
La selva del Darién abarca una gran región localizada en las áreas limítrofes, específicamente, entre Panamá y Colombia. La selva abarca toda la provincia panameña del Darién, los distritos de Chimán y este de Chepo. La parte colombiana llega a los departamentos de Chocó y Antioquia.
La selva, también conocida como el Tapón de Darién, ha sido considerada una barrera natural entre ambos países, dado que no existe una vía terrestre oficial que comunique ambos extremos de la selva. De hecho del Tapón de Darién es el punto donde se interrumpe la carretera Panamericana, la cual une diversos países del continente.
Se trata de un frondoso y tupido bosque de unos 20.000 kilómetros cuadrados aproximadamente, que fueron investigados por primera vez hace unos 500 años por el explorador español Vasco Núñez de Balboa.
Para los migrantes, cruzar la selva del Darién representa una peligrosa travesía. Cruzan con niños y sin suficientes insumos ni la experiencia para culminar con éxito semejante trayecto. Hubo un momento en que Panamá decidió frenar la penetración por esas vías, así que muchos migrantes quedaron varados en medio de la selva. Los que conseguían llegar enfrentaban la realidad: no podían pasar. En efecto, junio del 2020 Panamá tomó la decisión de aislar a cerca de 200 migrantes en la espesa selva del Darién, luego de que 90 de ellos dieran positivo al Covid-19. Confinados en un campamento improvisado, migrantes africanos, haitianos y cubanos recibieron alimentos y servicios.
Personas obligadas a migrar por encontrarse atrapadas en guerras y conflictos, debido a las complejas situaciones a que los arrastró la pandemia o por huir de la pobreza, la marginalidad y el hacinamiento, se lanzan a este tapón con la esperanza de avanzar hacia el norte. Pero toda la letra que proclaman los tratados sobre derechos humanos y las predicaciones sobre acogida, se estrellan ante la realidad: ejercer esos derechos implica superar obstáculos que pueden llegar a costarles la vida o vivir experiencias en verdad espeluznantes. “Vi morir a muchos –dijo un testigo- a muchos, hay muchas colinas, pantanos y ríos. De cualquier lugar una serpiente puede salir del agua”.
En abril del año en curso, los migrantes reanudaron sus rutas selváticas. Cubanos, venezolanos, incluso de varios países de África o Asia, esperaban la reapertura de las fronteras de Panamá, cerradas desde hace meses por la pandemia, para poder continuar su ruta hacia Estados Unidos. Ahora han reiniciado su travesía a través del difícil paso hacia América del Norte con la esperanza de lograr su propósito. Vienen incluso y según los registros, desde lugares tan remotos como Palestina Y Afganistán.
Los caminos verdes tienen el atractivo de la ausencia de controles, pero siempre desembocan en un embudo que los reconoce - o desconoce- y envía a centros de refugio.
El paso no es libre ni el asunto expedito. Son semanas a través de una selva impenetrable que califican como una verdadera odisea, una frontera que en realidad es un muro entre Panamá y Colombia. Allí se pierden migrantes y se ocultan traficantes, pero se corta la ruta más larga del mundo, la ruta panamericana que optan por tomar, con todos los peligros que encierra, latinoamericanos y africanos por igual. Miles de migrantes del mundo entero esperan constantemente su oportunidad para ingresar al Darién.
Un caso inédito se presentó cuando un grupo de cubanos, que caminaba la peligrosa selva del Darién, escucharon el llanto de una pequeña. “¿Dónde estás mamá´?”, gritaba la niña, al tiempo que sollozaba sin parar, solita, en medio de aquel bosque oscuro e interminable. Era obvio que había perdido al grupo a donde pertenecía y, de repente, como enviados del Cielo, aparecieron estos cubanos que de inmediato la tomaron en brazos, la consolaron y hasta la metieron a un río para retirar las capas de lodo que cubrían sus piernas. No era caribeña, por su acento notaron que debía haber venido de lejos.
Ocurrió hace apenas días. A través de videos, los migrantes dieron a conocer al mundo este hecho que no tiene precedentes pero que ha permitido visibilizar una realidad terrible, el caso de los niños - aún recién nacidos- que quedan abandonados por los caminos, selvas y montañas que cruzan tantas familias para escapar de sus insoportables cotidianidades.
Los cubanos son de los más arriesgados. Uno de ellos, preguntado sobre si no le atemorizaba meterse “en la boca del lobo”, dijo: “Si, me voy a meter en la boca del lobo, ¡pero yo le voy a salir por detrás!”. Mucha osadía pero lo cierto es que no siempre encuentran la salida. Aún así, lo prefieren antes que permanecer en sus países de origen.
“La niña, de entre 8 y 10 años, estaba llena de fango. Los cubanos la encontraron en uno de los caminos que recorren usualmente los migrantes que vienen desde Colombia hasta Panamá en pleno corazón de la selva del Darién. La menor era guiada por uno de los cubanos, quien le servía de apoyo y guía durante el camino”, relataba una nota del portal Cubanosporelmundo.
Tomada de la mano del cubano, la pequeñita avanzaba por los caminos con carita de tristeza. El hombre, a fin de distraerla y hacerla sonreír, la tomó en brazos mientras un compañero fotografiaba la escena con su teléfono móvil. Pero no hubo manera. Su expresión era de susto y angustia. Y no es para menos, después de lo que vivió. Se veía cansada y calcularon que llevaba horas sin ver a nadie.
Los migrantes confesaron que les recomendaban no temer a la espesura. “Aquí lo único que se consigue es cadáveres y niños abandonados”. Y es el caso que el grupo en cuestión hizo un macabro hallazgo. Una persona muerta al lado de unas piedras muy blancas, tal vez porque se perdió, le sobrevino un ataque o, simplemente, sufrió inanición. Lo cierto es que se toparon con un cadáver masculino, aun con sus ropas, pero ya esqueleto, visión que jamás olvidarán.
Una experiencia terrible cuya única cara positiva fue una pequeña que tuvo la inmensa dicha –que ella tardará en calibrar- de que un grupo de cubanos la encontrara y llevara con ellos hasta la civilización. Fue un "rescate" pues la salvaron de un destino fatal. Dios y la Virgen le enviaron a sus ángeles de la Guarda. Es probable que pueda unirse a sus familiares. Sería el próximo milagro.