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Qué bonito es amar desinteresadamente

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/05/21
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Alguien puede hacer o decir algo sin buscar nada más, sin pretender más de lo que parece perseguir... Me gustaría ser siempre bien intencionado

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Una palabra positiva desde el corazón, un gesto cariñoso sin más, una buena acción que solo habla de entrega. ¡Qué bonito es amar desinteresadamente! Escuché el otro día:

Y me quedé pensando. ¿Persiguen mis acciones y comentarios segundas intenciones? Cuando pregunto a alguien por algo, ¿estoy buscando otra cosa? ¿Escondo una segunda intención detrás de mi aparente inocencia?

Me gustaría ser siempre transparente y conservar la inocencia. No quiero buscar más de lo que dicen mis palabras.

No deseo albergar intenciones ocultas en mi alma. Sólo busco preguntar y contar las cosas con sencillez. Que lo que hago no persiga fines escondidos.

No quiero vivir tejiendo historias complejas, enrevesadas. Si digo no, quiero que mi no sea no. Y si digo sí, que sea sí.

No digo que no para que me pregunten de nuevo o porque estoy esperando algo distinto del que me pregunta.

Si te doy un abrazo o tengo un gesto de cariño contigo, es sólo eso, una expresión de mi cariño, nada más.

Cuando te pido algo, es sólo eso lo que quiero, no pretendo nada más que no te haya dicho. Y si digo que me gusta algo, no pretendo que me lo regales. Si te alabo por algo que haces bien, no te estoy diciendo que pongas tu don a disposición.

Quiero ser más simple. No toda acción tiene segundas intenciones. No toda pregunta busca algo distinto a lo preguntado. Es verdad.

Quiero mirar la vida con sencillez, sin complicarme en exceso. No deseo buscar segundas intenciones en todo lo que sucede a mi alrededor, en todo lo que me dicen.

Sencillez y simplicidad. Una mirada inocente sobre las personas, sobre sus actos y palabras.

Vivir así la vida es un don de María. Ella era así y guardaba todo lo que sucedía en su corazón sin hacerse muchas preguntas. Era niña y Madre sencilla.

Tiene María un corazón simple que no escudriña el corazón de los hombres buscando segundas intenciones.

Si digo que quiero seguir los pasos de Jesús, no es porque espero la admiración y el éxito en el camino emprendido.

Si decido servir al que me necesita, no lo hago para que a su vez él me sirva y me ayude. No hago un favor para ganar un amigo.

No presto mis bienes para buscar que luego me devuelvan con creces lo que recibieron.

Quiero ser más simple y sencillo. Sé que las cosas no son blancas o negras, hay matices y tonos grises.

Un deseo de dar la vida por amor encierra el deseo de recibir el amor en la misma medida.

Un corazón que quiere amar hasta el extremo sirviendo tiene en su interior el deseo de recibir amor a cambio. Eso no lo puedo negar. No hay intenciones totalmente puras.

Pero no siempre es así. Alguien puede hacer o decir algo sin buscar nada más, sin pretender más de lo que parece perseguir. Me gustaría ser siempre bien intencionado.

Me gustaría mirar el corazón de las personas sin entrar en el juicio y la condena de sus intenciones.

¿Quién soy yo para juzgar los sentimientos que hay en el corazón de mi hermano? No puedo juzgar ni condenar, no tengo derecho a hacerlo.

Cada uno sabe por qué hace lo que hace y lo que persigue al hacerlo.

Debo ser consciente y conocer mi alma para saber por qué actúo de una determinada manera. Ser honesto conmigo mismo y no engañarme.

Miro en mi corazón y sé que muchas veces mis actos tienen una doble motivación. Y a lo mejor la intención oculta no la revelo, me la guardo, pienso que es pecaminosa.

Dios conoce mi alma y sabe cómo es mi amor. Sabe que soy mezquino y egoísta y me quiere como a su hijo predilecto.

No le engaño a Él incluso cuando a mí mismo me engañe. Las intenciones puras no son tan frecuentes. Un corazón sin pecado no existe.

Tengo debilidades que hacen que se confundan en mi interior el bien y el mal. El ángel y el demonio. No soy sólo ángel, no soy solo demonio.

En todo pecador se esconde el germen de un santo. Y todo santo se confronta con su debilidad y se abisma ante la posibilidad de alejarse del bien que persigue.

No condeno a nadie, tampoco a mí mismo, sólo Dios conoce mi alma y juzga mis motivaciones. Sólo Dios sabe cómo soy en lo hondo de mi ser.

No subo a nadie al pedestal, como si ya fuera santo. Y tampoco condeno a nadie al infierno como si no tuviera una salida. ¿Quién soy yo para juzgar?

Mi corazón está dividido y con él divido el mundo en el que vivo. Comenta el papa Francisco:

Me gusta pensar que en este mundo de intereses que se oponen y luchan entre sí hay hombres, santos y pecadores, que eligen el amor como respuesta, el interés del otro antes que el propio y renuncian a sus planes legítimos por un amor más grande.

Creo en el poder de Dios en esos corazones hasta el punto de purificar su mirada, sus deseos y todos sus actos. Hay personas así.

No las canonizo en vida, pero veo en ellas una luz que les viene de lo alto. La belleza y humildad que irradian bastan para mostrarme dónde camina Dios.

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