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La vida de película del nuevo venerable, el profesor Sándor Bálint

BALIT SANDOR

bibl.u-szeged.hu-CC BY 3.0

Esteban Pittaro - publicado el 25/05/21

Profundamente mariano, como declara el obispo de Szeged-Csanád László Kiss-Rigó, “habría tenido una carrera profesional más grande si no hubiera adoptado la fe católica”

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En el último decreto reconociendo las virtudes heroicas de Siervos de Dios, asoma el nombre de otro laico contemporáneo, Sándor Bálint. Se trata de un profesor y humanista húngaro fallecido en 1980.

Se suma a los recientemente declarados venerables Enrique Shaw, hombre de empresa. También de Amparo Portilla Crespo, a cargo de las tareas del hogar. No hace más que confirmar que en las tareas cotidianas que todos tenemos por delante podemos encontrar motivos de santificación.

Iluminó el mundo de las ciencias

Sándor (Alejandro) Bálint fue un destacado profesor y humanista. Estaba dedicado especialmente a la etnografía religiosa, desde la que iluminó el mundo de las ciencias sociales poniendo en relieve la influencia de la identidad religiosa de los pueblos.

Su nombre se ganó su lugar en la literatura etnográfica húngara y europea. Esto pese a estar buena parte de su vida bajo permanente seguimiento y persecución de parte del régimen soviético por, justamente, promover la identificación de raíces y valores ajenos a los comunistas. Además de una causa penal que tuvo que enfrentar, estuvo vedado de la docencia en su universidad. Pero no se alejó de la academia ya que continuó con su investigación.

Había nacido en Szeged en 1904. Huérfano de padre de muy niño, fue criado por su madre campesina en un contexto de humildad, pero no por ello alejado de los museos y las presentaciones artísticas y culturales de la ciudad. Los puntos en común entre la belleza de las tradiciones campesinas y la de las bellas artes, que comenzó a explorar de niño y luego estudiante, fueron el motor de su contribución científica.

Todo lo hacía, pese a que en al menos dos ocasiones se le invitó a rehusar de ella, con una comprometida visión católica. “La fe católica entrelaza mi cosmovisión, mi ciencia”, se animaba a asegurar, consciente de las consecuencias que podría tener.

Sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, había comenzado a proyectar, junto con otros, en secreto, una propuesta democrática cristiana húngara. Entendía, habiendo vivido y viste el horror de la guerra que era necesaria una “revolución moral” basada en “la enseñanza de Cristo” y su caridad.

Vida política

Llegó a ser parlamentario por dos años, y fue combatiendo desde sus ideales y su propio campo de investigación la progresiva eliminación de esas raíces cristianas de los fundamentos políticos de su país, por ejemplo, en la exclusión de la educación religiosa.

Pero en 1947 vio que la vida de un católico en la naciente República Popular Húngara, que se terminaría de fundar en 1949, no tendría lugar. Y dimitió al parlamento. Con ideas, como el tiempo fue mostrando, que hizo que lo persiguieran y acusaran desde la derecha y desde la izquierda.

Si bien no dejó de expresarse en términos políticos, particularmente bregando por la defensa de las libertades y proponiendo la doctrina social de la Iglesia y sus principios, concentró desde entonces sus contribuciones al ámbito de la investigación etnográfica religiosa.

Una carrera profesional más grande si…

“La religiosidad folclórica es también una composición artística. En la formación artística de la iglesia”, creía, y fue documentando prácticas de piedad, estudiando su origen, poniendo de manifiesto siempre las raíces culturales no sólo húngaras sino también europeas.

Como se desprende del libro “Bálint Sándor: a tudós és a politikus”, editado en 2007, en sus convicciones católicas era “sólido como una roca”. Lo fue escondiendo gente en su casa durante la ocupación alemana. También lo fue al perdonar a quienes injustamente lo habían llevado a un juicio penal, incluso pidiendo no saber quiénes lo acusaban para que la ira no crezca en su corazón.

Lo fue también al hacerse cargo de la escolaridad de familias humildes, aún con sus propias necesidades. Y también al enfrentar duras cruces familiares personales, en las que siempre impuso el perdón. Su matrimonio fue anulado, pero al tiempo, enterado de que ella había concebido un hijo, le brindó apoyo económico y emocional. La cuidó en la enfermedad y adoptó al hijo como propio.

Profundamente mariano, como declara el obispo de Szeged-Csanád László Kiss-Rigó, “habría tenido una carrera profesional más grande si no hubiera adoptado la fe católica”.

No sólo no la rehusó, sino que buscó significarla y proponerla para un mundo parcelado en disputas. Su carrera universitaria podría haber sido más brillante, pero no la requirió para ganarse el afecto popular, particularmente en su Szeged natal, que inmediatamente tras su muerte en un accidente de tránsito en 1980 perpetuó su memoria.

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