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El gran Consolador que te hará sentir en paz

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Marco Sete | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/05/21

El Espíritu Santo es es capaz de llenarme de alegría y esperanza en mis tristezas

Me gusta pensar en el Espíritu Santo. Implorarlo, rezarle para que me traiga paz y consuelo:

“Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre. Fuente del mayor consuelo”.

Me gusta este Espíritu que me consuela cuando vivo con angustia, cansado, sin paz y atormentado. Es el gran Consolador que calma mis ansias.

El Espíritu que me pacifica cuando mi corazón está en guerra. Me hace más humilde cuando me muestro altivo y lleno de vanidad ante los hombres.

Quien te da alegría y esperanza

Me impresiona este Espíritu que es capaz de llenarme de alegría y esperanza en mis tristezas.

Y calma todos mis miedos levantando mi espíritu cuando decae y no sé dónde ir. Ese Espíritu Santo que me llena de alegría:

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.

Es el Espíritu que me refresca el corazón y me hace sentirme en paz y feliz con la vida que tengo, con los sueños que llevo grabados en el alma.

Renueva mi interior

Trae la paz cuando deseo la guerra. Da el perdón cuando brota en mí el odio. Despierta la alegría cuando es más fuerte en mí la tristeza.

¿Cómo lo puede hacer para que cambie todo lo que estoy sintiendo dentro de mi alma? ¿Cómo hace para cambiarme los sentimientos que brotan y que así se asemejen a los de Jesús?

Miro mi alma inquieta y apesadumbrada en muchos momentos de mi vida. Cuando las circunstancias son hostiles. Cuando lo que pasa a mi alrededor me llena de inquietud y de miedo.

Un Espíritu Consolador es lo que necesito. Que me consuele en mis pesares. Que me levante en mis caídas. Que insufle aire nuevo en mi interior y me eleve por encima de mis límites.

Mira… ven…

Me gustaría mirar hoy a lo alto y pedir que venga a mí el Espíritu de Jesús, el Paráclito que prometió enviarme Jesús para cambiarme la vida. Me gusta la oración que hoy rezo:

“Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.

Cuando me equivoco en mis decisiones. En los momentos en que me dejo llevar por las tentaciones para no hacer lo que me conviene y hacer precisamente lo que me hace daño.

Cuando me desvío del camino marcado por Dios, ese que me lleva a la paz y a la alegría. En los tiempos en que me siento seco y tengo una sed que no logra saciar este mundo que habito.

Cuando me siento enfermo en mi forma de amar a los demás y no logro quererlos como Dios los quiere.

Lava, levanta, salva

Tengo tanta necesidad de tocar el cielo que imploro ese Espíritu que me recomponga, que me levante y me salve.

Que lave mis manchas, esas que no logro perdonar porque me consume la culpa cuando peco y no alcanzo esos ideales que se dibujan ante mis ojos.

Quiero que dome mi espíritu rebelde, ese que no quiere ser dócil al querer de Dios y se levanta airado cuando el mundo no funciona de acuerdo con mis deseos.

Quiero calor de Dios para calmar los fríos que me paralizan impidiéndome así amar al prójimo y evitando que aflore en mí la compasión por aquel que más sufre.

Necesito en definitiva esa paz que me calme, ese fuego que me encienda, esa alegría que aleje todas mis penas.

Necesito elevarme por encima de todos mis miedos y límites. Y saltar todas las barreras que se interponen entre la cima de mis sueños y los límites de mis fuerzas.

Brisa y fuego

Un Espíritu como un aire nuevo, una brisa que todo lo cambie en mi corazón: mi forma de mirar, de hablar, de escuchar, de esperar con paciencia, de amar con ternura y delicadeza.

Un fuego que acabe con el frío glacial que a veces tengo en la mirada. Y que elimine esa indiferencia tenaz que me lleva a desentenderme de los problemas de los que están lejos y de los más cercanos.

Un Espíritu que me regale la paciencia que me permita recorrer tranquilo días y caminos antes de llegar a ese final que sueño.

Un Espíritu que dibuje en mi alma el deseo más noble y profundo, ese deseo que a veces tengo de dar la vida, de entregarme hasta el extremo, de mirar bien a los hombres y amarlos sin barreras, sin límites ni prejuicios.

Una necesidad vital

Tengo una necesidad imperiosa de recibir un Espíritu que forje de nuevo mi alma y me haga volver a ser un niño confiado y lleno de ilusiones.

Quiero ese Espíritu que aparte los malos presagios, elimine las tentaciones. Acabe con las angustias y haga nacer en mí, muy dentro, una vida nueva.

Quiero tener ese Espíritu que me permita escuchar con claridad y ver lo que Dios me pide, lo que susurra en mi oído. Sus más leves deseos de dar la vida y servir a los que lo necesitan.

Quiero recibir un Espíritu que colme todos mis vacíos y sane todas mis heridas.

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