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Dios salva ya en esta vida (aunque no como quizás esperas)

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Paul shuang | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 18/05/21

¿Por qué no acaba con todo el mal del mundo si es Todopoderoso? El dolor de ahora forma parte de la plenitud futura

Dios no me salva del sufrimiento y tampoco me libera del dolor. No realiza continuos milagros salvándome de mi muerte segura, de todo lo que me hace sufrir.

No es un Dios que evite que le vaya mal en la vida a quien cree en Él ciegamente. No es ese mi Dios en quien creo.

Es precisamente ahí, en el dolor, en mi sufrimiento, donde Jesús viene a salvarme.

Se abaja a la altura de mi herida, de mi angustia, de mi derrota.

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Adoration de la croix.

Lo que le pido a Dios, lo que busco en la vida

Yo miro mi vida temporal e imperfecta y me gustaría que mi Dios fuera distinto. Un Dios liberador de todo mal.

Un Dios que calmara todas las tormentas, acabara con las injusticias enviando fuego desde el cielo y resolviera así todos los conflictos. Un Dios hacedor de milagros cada vez que para mí sean necesarios.

Me he acostumbrado a soñar una vida sin dolor. Todo lo que hago en este mundo es querer vivir mejor, no peor. Busco la comodidad, que todo funcione bien.

Hago planes e intento que nada se me escape. El control me da seguridad. Es esto lo que deseo, calmar todas mis ansias y paliar todas mis dificultades en esta vida.

Y cuando la vida no me sonríe, me lleno de rabia. Me gustaría que el mundo entendiera todo lo que sufro y se compadeciera de mí.

Quiero que me ensalcen y admiren por mi resiliencia. Me gustaría recibir en esta vida muchos bienes por todo el mal sufrido.

Sueño con ese Mesías liberador en lo concreto, en lo material, en lo cotidiano. Un Salvador de almas perdidas.

¿Cómo es Dios?

SCROVEGNI

¿Por qué no acaba Dios con todo el mal del mundo si es Todopoderoso? ¿Por qué no establece su reino como una vuelta al paraíso? Sin dolor, sin muerte, sin enfermedad, sin pecado.

No lo sé. Me confunde este Jesús que vino a salvarme en mi angustia. Y a veces me pregunto cómo es mi Dios.

Si realmente no puede hacerlo, ¿resulta que tal vez entonces no es tan poderoso? Y si Dios quiere mi mal, ¿sería entonces mi Dios un Dios malo?

Si sólo es que mi Dios lo permite, ¿me encuentro ante un Dios cruel? ¿Con qué respuesta me quedo?

Hay varios caminos a la hora de mirar a Dios y yo tengo ideas preconcebidas. Pienso que un Dios bueno y todopoderoso no puede consentir el mal en la vida del hombre.

En el momento de la prueba, ¿creo?

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Y dejo de pensar. ¿Cómo se resuelve el dilema? Lo he visto muchas veces. Cuando el mal está lejos de mi vida, creo en Dios. Pero en cuanto me acecha pierdo la fe.

Es como cuando digo estar en contra del aborto, hasta que mi hija adolescente se queda embarazada y entonces le sugiero que aborte. ¡Cuánta incoherencia!

Puedo dar charlas fantásticas sobre la misericordia de Dios y su amor incondicional por mí.

Pero luego, cuando sufro un mal y me siento solo, me alejo de Dios, dejo de creer en su bondad.

La necesaria muerte…

En su libro Repensar el mal, Andrés Torres Queiruga se plantea esta realidad tan habitual en el corazón del hombre y dice:

“La salvación definitiva sólo puede venir con la muerte. No porque Dios quiera la muerte, sino porque la finitud histórica nace y tiene que morir. Pero no nos deja caer en la muerte y nos salva”.

Esta vida es finita y caduca. Unos cuantos años de camino. ¿Y después? Ese Dios en el que creo me promete la vida eterna.

Me muestra el camino al cielo, a la plenitud. Y en medio de mis angustias me levanta de mi dolor, de mi finitud, de mi muerte abriéndome el camino que lleva a la vida plena, a la esperanza eterna. El mal sigue sin tener un sentido.

Pienso en las preguntas que le haré a Dios cuando llegue al cielo. Seguramente entonces no me importarán ya las respuestas.

La promesa ilumina la limitación

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Entiendo que el mal forma parte de mi condición humana limitada y finita. Sé que soy imperfecto y deseo lo que no poseo y no amo bien lo que me pertenece.

No me alegro con lo que disfruto y no alabo a Dios por lo que me da. Le echo en cara que no tengo todo lo que podría tener. Mi infelicidad es culpa de Dios, pienso.

Pero no es así. Dios no me concede en mi vida mortal la inmortalidad terrena. Dios no hará realidad todos mis sueños aquí y ahora.

Pero pone en mi corazón un deseo de infinito para que nunca pierda la esperanza y no deje de luchar.

Me llama a la eternidad como camino de vida pleno después de la muerte, cumplidos ya mis días.

La felicidad futura ya existe en el amor de hoy

RELACJA

Sólo quiere que lo ame en mi vida. Que le dé torpemente un amor herido como respuesta a todo lo que Él me ama en mi indigencia.

Sabe que soy débil y no me pide lo imposible. Pero calma mis días llenos de miedos y me hace creer en el bien que ha sembrado en mi alma y en la de aquellos que caminan conmigo.

Y es así que entiendo que el dolor de ahora forma parte de la plenitud de entonces, cuando esté con Él para siempre.

Y la felicidad futura que anhelo está presente y viva en ese dolor que ahora sufro y me lacera el alma.

Y así vivo de una forma diferente porque tengo el corazón anclado en el cielo, en un Padre que me espera feliz al final del camino temporal y al comienzo del eterno.

Creo en ese Dios que me hace ver el bien oculto de los males que vivo. Y me hace descubrir una esperanza pequeña, naciente, en medio de la sequedad de mi dolor, cuando parece todo perdido.

Creo en ese Dios que camina conmigo y me levanta cada mañana. Me gustan su luz, su fuego y su presencia sanadora.

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