– En mi noviazgo, el tiempo entre cita y cita me parecía eterno, y cuando estábamos juntos, me parecía de solo unos instantes… Solo que tan intensos, que consideraba estar en el cenit de nuestro amor.
Así contaba en consultoría una joven mujer tras una ruptura amorosa.
– Cada instante era mágico, y suponía que podríamos eternizarnos en ellos, sin imaginar que pronto, ante las normales exigencias de nuestras vidas, las actitudes de conquista menguarían, por lo que no llegamos a comprometernos.
– ¿Se siente defraudada?
– Mas bien pienso que nos defraudamos mutuamente.
– En realidad, existe el autoengaño de quienes creyendo amarse, viven más que nada en un monologo con el efecto del bienestar que el otro que logra causar. Por ello, intentan permanecer instalados en la inmediatez de ese presente sensible.
¿Pudo haber sido así?
– Pienso que sí, pues luego creímos que los cambios en el estado mágico del enamoramiento, eran un síntoma negativo que anunciaba el principio del fin, y así fue.
¿Cómo lo explicaría?
– Que esos momentos no eran en sí, la manifestación y la prueba de la plenitud del amor.
Pasa que no se puede detener el correr del tiempo, y las circunstancias cambiantes en la vida de los enamorados. Y eso hace necesario asimilar los cambios que trae el día a día, a medida que el futuro se convierte en un presente nuevo y distinto.
Un tiempo que presenta el reto de la rutina, o, sobre todo, cuando conlleva la experiencia de dificultades, malos entendidos, insospechados defectos y más realidades, en las que los enamorados deben aprender a encontrarse.
Circunstancias, que exigen renovados esfuerzos, para sostener la dinámica amorosa, por encima de las limitaciones personales y de entorno.
Significa que, para amar verdaderamente, no se debe intentar paralizar el mágico instante. Pues no es así como el buen amor vence el tiempo, ya que estos contienen una verdad que reclama de suyo el futuro, en forma de entrelazamiento co biográfico, que trasciende la relación.
– De acuerdo, sin embargo, y a pesar de mi fracaso, algo me dice que existe un espacio de tiempo propio del amor, que es maravilloso, y puede durar para siempre. Y, si eso es verdad, quisiera comprenderlo correctamente, ante la posibilidad de un nuevo noviazgo y el formar un matrimonio.
¿Acaso el mío es un romanticismo enfermizo?
– Bueno, más bien es una idea que es necesario ajustar a la realidad.
– Ciertamente, el enamoramiento es maravilloso y cumple su función, más, que dure para toda la vida, no es condición del buen amor.
Es maravilloso, porque los enamorados pueden concebir una belleza superior a la que en realidad tienen las cosas, logrando formar otra “realidad” en su mundo interior, única e irrepetible, para luego manifestarla en la sublimidad de una caricia, una mirada, un abrazo, sentidas expresiones y más…
Mas, es de todos sabido, que esa intensidad de enamoramiento, siendo un buen punto de partida hacia un amor más maduro, debe ser superada. Pues si el amor es vivido solo como un sentimiento, que, como el viento viene y va, sin que dependa de nosotros, entonces tarde o temprano se concluirá, que no se ama.
Por ello, el amor es ante todo un sentimiento anclado en la reflexión.
Y… una vez que hemos llegado a este punto ¿Cuál es tu propia conclusión?
– Bueno, que el noviazgo y sus momentos maravillosos, plantan la semilla que contiene el germen de un compromiso por el que los novios y luego esposos, encuentran los “como si…”, y no los “por qué no…”, acerca del hacer de sus vidas una sola historia.
Y esa semilla, al germinar, da el fruto de la familia.
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