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De rebelde y pandillera al convento

PANDILLERA

Gentileza

Jesús V. Picón - publicado el 23/04/21

Vivía sin límites y portaba un arma pero hoy es Sor Julieta, religiosa de la Congregación de las Hermanas Marcelinas

María Julieta Ávila Pérez nació en Xalapa, Veracruz. Tiene 38 años de edad, y 23 de ellos los ha vivido dentro de una congregación religiosa fundada bajo la protección y modelo de santa Marcelina, quien vivió en el siglo IV y fue hermana y educadora de los santos Ambrosio y Sátiro.

Hoy Sor Julieta lo ve claro:

“Mi historia vocacional comenzó dentro de mi familia, que fue la semilla”.

En casa ella era la tercera de un total de 9 hermanos. Su papá tenía problemas con el alcohol, pero un hombre trabajador y amigable, mientras que su mamá, una mujer de fe, proveniente de una familia muy humilde, supo sacar a sus hijos adelante.

Demasiado inquieta

Sin embargo, cuenta Sor Julieta:

“Uno crece a veces solo al ser de los mayores; a veces uno tiende a cuidar a los más pequeños, a tomar responsabilidades de adulto, etcétera; y todo ese proceso hizo de mí una persona muy rebelde”.

Al mismo tiempo, fue una niña y una adolescente con iniciativa, con creatividad, muy sociable, rodeada de amigos, destacada en el estudio, pero constantemente inquieta:

“Siempre he sido una persona súper inquieta en la vida y esto me ha llevado a tomar decisiones tanto correctas como incorrectas; es decir, metí la pata en muchas ocasiones durante mi adolescencia”.

La suya era una vida sin límites:

“Tenía ideas y las llevaba a cabo; si quería irme de pinta, me iba de pinta; si quería hacer travesuras, las hacía; no medía realmente, no tenía límites, y eso era peligroso.

Mi mamá me decía: ‘Oye, tú no te pones un tope y eso te puede llevar a consecuencias terribles’.

Siempre había peleas con mis papás; las discusiones que teníamos eran específicamente por eso, porque no respetaba límites, aunque a veces sabía que los había.

Yo me percataba de que no tenía miedo de ciertas cosas, entonces eso me llevó a agregar amigos”.

Malas compañías

pandillas siguen violentas

“En mi región había bandas de jovencitos, bandas callejeras, y a mí me encantaba crear ese tipo de enlaces, con esos chavos; con chicos incluso más grandes que yo.

Salíamos a jugar; me empezaba a meter en círculos de este tipo de amistades que empezaban a drogarse, empezaban a tomar”.

A pesar de ello, Julieta nunca perdió su pureza:

“En ese círculo no había límites, pero nunca viví una experiencia de relación sexual, nunca la viví, gracias a Dios, aunque las había ahí”.

Aquel grupo de amigos no era recomendable:

“Yo veía cómo robaban, veía lo que llevaban a veces a sus casas de mercancía robada; yo era cómplice en cierta forma, al saber lo que ellos hacían”.

Pero no los imitaba, salvo en esto:

“Algunos vivían armados, y yo cargaba un arma siendo adolescente, porque estaba siempre a la espera de si salía alguien al encuentro; así podía defenderme”.

El arma que ella usaba era una navaja tipo alemana. “No andaba yo con pistola, aunque en la universidad me decían ‘Sor Pistolas’”. Ella veía en la navaja un arma que podía esconder o sacar rápidamente.

Peleas callejeras

Julieta sabía pelear, a puño o con arma. Estuvo inmiscuida en peleas callejeras en su etapa de secundaria. Cuenta:

“En la región donde vivo había pandillas; había pandillas del Norte, había pandillas del Sur; todo era por regiones, por colonias, por barrios, y mi barrio era muy sonado y bueno. Entre barrios nos peleábamos por diferentes cosas.

Recuerdo que en una ocasión yo participé por defender a una amiga a la que le estaban echando pleito por cuestiones de sus hermanos”.

“Son situaciones penosas de contar, porque dices: ‘¡Ay una madre peleando!’. Pues sí, uno cuando es adolescente no piensa en lo que puede suceder”.

Sin embargo, Julieta tenía una consigna: “Todo, menos matar o herir”. La defensa física era prioridad, pero su intención nunca fue la de hacer daño al otro.

En busca de pertenencia

FRIENDS, SUNSET, SEA

Lo cierto es que Julieta era muy apreciada en el ambiente en el que vivía:

“Mis amigos me admiraban, me querían mucho; tenía muchos amigos varones, más que chicas. Mis vecinos me querían mucho”.

En su situación la amistad era algo muy importante:

“Algunos de mis hermanos también se juntaban para jugar, y te estoy hablando de chicos de 14, 15, 16 o 20 años.

Yo creo que todos teníamos muchas carencias, y este grupo nos afianzaba y a mí me gustaba porque me sentía parte, hacíamos como un centro de pertenencia”.

Por desgracia, “empezaba a circular la venta de droga entre mis compañeros, ya sea en la secundaria o en mi grupo de chicos de la calle con los que me juntaba”.

Y “ya cuando  empezaba a circular lo que era la venta de marihuana, o a veces cocaína, pues ahí yo ya no le entraba; sabía en lo que me estaba metiendo. No voy a negar que en algunos momentos me hicieron propuestas para vender”.

Lo que sí llegó en ocasiones a vender fueron cigarrillos en la secundaria, razón por la cual se ganó una suspensión.

¿Qué será el amor?

Su madre, al enterarse de lo ocurrido, le hizo ver a Julieta que ya tenía que poner un alto a la vida que estaba llevando, y la adolescente se esforzó por limitar sus participaciones con las malas amistades.

Sin embargo, dice:

“Yo sentía que tenía que ser un soporte casi materno con mis amigos. Me he desenvuelto mucho en esta parte materna dado que tenía la responsabilidad en casa, como cuidar a mis hermanos”.  

Este desarrollo en su capacidad de afecto hacia los demás se hizo palpable desde antes de ingresar a la congregación.

“Había mucha inquietud dentro de mi vida, de mi corazón.

Quería aprender qué era el amor, quería aprender qué cosa significaba tener una familia, qué significaba tener confianza en una persona sin que te defraude, quería tener la experiencia de que alguien te guardara o te conservara un secreto”.

En resumen, “yo quería algo bueno, pero en realidad no lo encontraba donde me estaba desenvolviendo, y yo veía que, en lugar de crecer para bien, estábamos creciendo para mal».

«Muchos de mis amigos actualmente están muertos, asesinados por el narcotráfico; otros están metidos en drogas”.

También recuerda Sor Julieta que, de las pocas amigas que tenía en su pandilla, algunas acabaron víctimas de la trata de blancas.

Sopesando la vida y la muerte

SUICIDE

Dice Sor Julieta:

“Yo siempre comprendo a los adolescentes que piensan en el suicidio, porque cuando uno no encuentra el hilo con el que se cose la historia, a veces se tienen vacíos profundos.

Y entonces uno se pregunta: ¿para qué estoy aquí?  De hecho, yo alguna a vez pensé en el suicidio”.

“Creo que todos pensamos tanto en la vida como en la muerte. Yo, como dos o tres veces, pensé en el suicidio por desesperación, por decepción de la vida; no por vida amorosa, sino porque yo no le encontraba sentido.

Era tanto a veces el sufrimiento que yo no veía que tuviera sentido vivir”. A la vez, ella se confrontaba con aquellos sentimientos: “¿Por qué siento esto? ¿Por qué quiero terminar con mi vida?”.

Ataque en la calle

“Un día salí con un amigo en bicicleta y nos abordaron dos chicos en una encrucijada; nos taparon el paso, nos metieron en una cuchilla de una cementera y llevaban palos, cadenas y nos agredieron.

A mí no me hicieron nada, porque el chico con el que iba dijo: ‘A ella no la toquen’.

Yo arrojé la bicicleta porque quería defenderlo, pero mi amigo estaba en sangre: lo habían agarrado a tubos, a cadenas, le habían hecho mucho daño.

Yo agarré la bicicleta y me fui corriendo para avisar a sus padres; su padre vivía con él y salió corriendo para hacer algo, pero estos chicos ya se habían ido.

Ellos también hubieran podido agredirme a mí y no lo hicieron; ellos fueron mis compañeros de la primaria, aunque ese hecho sucedió cuando yo estaba en la secundaria.

Eran chicos que habíamos crecido juntos, pero eran de otras pandillas y por riñas de calle nos querían agredir”.

“Estos dos amigos que agredieron al chico con el que yo iba en la bicicleta. Años más tarde se hicieron parte de los Zetas,  un grupo del crimen organizado, y hoy en día están muertos.

Mi otro amigo está muerto, asesinado, quizá por aquellos a los que les vendía droga. No lo sé, pero los tres están muertos y yo sigo viva, el Señor me ha regalado la vida para dar vida.

Ese es un gran regalo y son rutas que solamente me podré explicar cuando esté frente a frente con el Señor, solamente ahí voy a comprender muchas cosas”.

“Quiero comprar a tu hija”

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Cuando tenía 14 años de edad, Julieta trabajaba como niñera cuidando a tres niños pequeños en el hogar de una persona conocida, un hombre de quien la comunidad creía que era una buena persona. Sor Julieta relata:

“A mí quién me contrató fue la esposa de este señor. Una tarde él llegó y me botó un paquete de dinero y me dijo: ‘Quiero todo’.

Me espanté, quería salir corriendo; pero él, obviamente, cerró la puerta. Yo temblaba de miedo, pero me dije: ‘En el nombre sea de Dios. Si me ataca, yo ataco y no importa hasta dónde’”.

“Logré liberarme de esa situación, abrí la puerta y escapé”. La adolescente llegó a su casa, sin aliento y con gran temor de que no le creyeran, pero le dijo a su mamá lo sucedido.

“Esa tarde-noche se encontró el hombre con mi papá, los dos ya en situación de copas. Esa persona, en venganza de que no sucedió lo que él quería, le dijo a mi papá que yo había sido”.

Le inventó una historia y al final le dijo: “Oye, quiero comprar a tu hija”. De este modo, “mi papá pensó que yo ya había hecho cosas; pero en realidad no fue así”. Entonces el padre de Julieta le dijo que se fuera de la casa.

“A pesar del incidente, “nunca me fui de la casa. Seguí viviendo en mi casa como hija, pero teníamos una relación muy fría mi papá y yo.

Él desconfiaba mucho de mí y, bueno, era lógico por el tipo de temple que tenía,  y porque me veía convivir con personas no adecuadas”.

“Yo jamás volví a poner pie en la casa de este hombre; tampoco tuve nunca el valor de ir a denunciar. Eso hubiera sido lo mejor, pero yo no sentía el apoyo de quién tendría que habérmelo dado”.

Acusada de robo

Antes de que surgiera claramente su inquietud vocacional, la adolescente Julieta empezó a trabajar:

“Yo trabajaba cuidando perros, yendo a casas a  limpiar, etcétera. Trabajé en semáforos, trabajé haciendo comida, lavando trastes, hacía todo lo posible”.

Pero en una ocasión hubo un robo en la casa donde ella cuidaba a un perro.

“Me denunciaron por un robo que yo no cometí, no lo hice yo. Cómo me dolió ver a mi madre llorar. Llegó mi mamá y me dijo: ‘Hay un citatorio; es una denuncia de robo, y lo que dicen es que fuiste tú’.  

En algún momento intenté hablar con mi mamá, le dije: ‘Créeme, yo no fui’”.

Se hizo una investigación y finalmente se retiró la demanda porque había evidencia de que la adolescente no era culpable del delito.

“Esa experiencia me ayudó a dar otro salto en mi madurez, en mi persona; pensé en qué podía yo hacer para ayudar a otros”.

Novio protestante

La adolescente Julieta sentía atracción por un chico de su pandilla, que era traficante de marihuana y cocaína, pero nunca se dio el noviazgo. Sin embargo, sí tuvo otros novios.

“Uno de ellos, con el que iba un poquito más en serio, era un vecino, a quien quise muchísimo”.

Este chico no era católico sino protestante.

“Convivimos mucho; él me visitaba y mis papás no sabían que yo tenía novio, nunca lo supieron aunque sí lo intuían. Era una relación muy fiel; siempre he tenido fidelidad en las relaciones”.

Dios se valió de ese muchacho para alejar a Julieta de la pandilla, pues él no pertenecía a ésta.

Precisamente viviendo esa relación de noviazgo, Julieta sintió el llamado de Dios hacia la vida consagrada. Ella cuenta:

“Yo le dije: ‘¿Sabes qué? Siento esto en mi corazón y quiero hacer la experiencia’, y me contestó: “En lo que hagas estaré de acuerdo; yo estaré aquí, esperando’.

Cuando yo finalmente me decido por entrar, él buscó pareja y hoy es un hombre casado, tiene su familia”.

El primer llamado

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Ahora bien, ¿de qué se valió Dios para despertar la inquietud religiosa en Sor Julieta? Así lo cuenta ella:

“Termino la secundaria y hago mi examen de admisión para entrar a la prepa. Estando en Banderilla, Veracruz, me visita una amiga y me dice: ‘¿Sabes qué?, vengo de visitar un convento’; y agregó: ‘Tú también podrías, pues es para todos; tú puedes ir a hacer una experiencia’.

Yo respondí: “No, a mí no me cae, no me gusta, no quiero ser eso, yo no quiero a los sacerdotes’”.

“Yo de verdad no quería a los sacerdotes; tenía de vecino a un sacerdote que nos humillaba, nos decía muchas cosas; no recibí un buen testimonio y yo blasfemé contra los sacerdotes, contra la Iglesia, contra todo.

Yo dejé de creer en Cristo, dejé de creer en la Eucaristía; yo incluso no había hecho ni la Primera Comunión con la devoción adecuada.

A mí se me había complicado creer en las cosas de Dios; mi mamá siempre batalló conmigo en eso.

No me aprendía ni siquiera el Credo, por eso ni siquiera pasaba el examen para la Primera Comunión.

Fui muy fría, fui muy cruel con Dios; yo le pedía siempre pruebas, yo le decía: ‘Si Tú existes, haz que esto cambie; si Tú existes, hazme ver esto”. Yo le exigía a Dios”.

Signos

Pero Dios habría de llegar a la vida de Julieta, desarmándola por completo:

“De pronto, empiezo a ver signos muy puntuales. En una ocasión, granizó horrible en la casa de mis papás, se destruyó toda por el granizo.

Y yo por primera vez vi a mi papá y a mi mamá hincados, rezando, debajo de la lluvia, hincados y llorando, pidiendo a Dios. Eso me quebrantó el alma, y fue un primer signo”.

“El segundo signo fue la fuerte discusión que tuvimos mi papá y yo por lo de aquel hombre que quería comprarme.

Yo fui a la iglesia que estaba atrás de mi casa, era una capilla; fui directo hacia el crucifijo y le dije: ‘¡Ya, oye, ya! ¡No se vale, no sé ni quién eres! Mis padres creen en Ti’.

Y me eché un round con Dios, supuestamente; le discutí por qué hacía las cosas así, si Él tenía el poder de cambiarlo todo.

Le dije que no iba a creer hasta que Él no me diera signos. Y entonces resulta que me llega esa invitación a este convento, del que hablaba esta amiga”.

Necesito a Dios

A partir de entonces, a pesar de que Julieta intentaba seguir rechazando la fe y a los sacerdotes, empezó a sentir la necesidad de Dios.

“Yo sentía que algo me faltaba, sentía que lo que estaba haciendo no era correcto.

Me percataba de que no era una persona ni feliz con lo que hacía ni que estaba dando felicidad a los demás, sino que estaba siendo un dolor de cabeza para mis padres.

Entonces yo me preguntaba: ‘¿Qué es lo que realmente quiero en mi vida?’. Me veía como rota, como quebrantada”.

“Sin embargo, yo me visualizaba en un proyecto haciendo cosas. Por ejemplo, uno de mis sueños cuando me inscribí a la preparatoria.

Yo había elegido la carrera técnica de turismo porque quería viajar, quería conocer gente, quería trabajar, quería sacar dinero, quería tener cosas.

Vivía con esa inquietud de ser mejor y de salir de ese ambiente que me estaba quitando todas mis energías”.

Una decisión sorpresiva

“Resulta que, no sé por qué, una mañana me levanté, fui con mi mamá a su trabajo, toqué la puerta y le dije. ‘¡Mamá, quiero que me ayudes; quiero buscar un convento y quiero hacer una experiencia!”.

A raíz de esto, la mamá de Julieta habló con el papá, y éste se fue a buscar conventos, pero no se lo comentó a su hija.

Finalmente una noche le dijo:

“Mira, tu madre dice que quieres ser religiosa o monja. Mira que ellas llevan una vida muy sacrificada; es una vida entregada a Dios. ¡Tú ni siquiera crees en Dios! Mira cómo te comportas.

No tienen ahí la libertad que aquí sí. Ellas viven de sacrificio, y tú ni siquiera sabes hacer sacrificio”.

Su padre tenía razón, pero Julieta suplicó: “Papá, yo quiero; dame la oportunidad. Quiero ver de qué se trata esa vida”.

Marcelinas

Y entonces él le extendió un papel que decía “Marcelinas”, y le dijo que podía ir con tal familia para entrar en contacto con las Hermanas en México.

“Al día siguiente fui a pedir informes. En esa misma semana agarré mis cosas y me fui a México a hacer una experiencia de una semana. O sea, yo no lo pensé, yo dije ahora o nunca”.

Julieta había sido admitida en la preparatoria, en Veracruz, y pensó que las cosas seguirían con su rumbo normal al terminar aquella experiencia vocacional.

Pero, al llegar el último día de aquella semana, Sor Antonia Contaldo, que era la superiora de la comunidad, le dijo: “Tienes vocación”.  

A Julieta realmente le habían encantado estar con las religiosas, así que se dijo: “¿Por qué no? ¿Qué pierdo? Tengo 15 años, tengo una vida apasionada en vocación”.

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Primeros pasos en la fe

Así que regresó a Veracruz por el resto de sus cosas, y vivió su primer año en México, con las Hermanas Marcelinas.

“Me mandaron a estudiar en una escuela, porque no conocía mi fe. Aprendí a rezar el Rosario, aprendí un poquito más de la Eucaristía e hice por primera vez una Comunión como si hubiera sido la primera; me pasaron por pura misericordia”.

“Mi primera confesión fue muy sufrida, porque yo no estaba acostumbrada a confesarme; me temblaban los pies, me temblaba el corazón al decir mis pecados.

Mis pecados eran crueles, porque sé que hice mucho daño a muchas personas, como al sacerdote ese que le grité, y a las religiosas que iban ahí con él; hice cosas que no debí haber hecho”.

Después de eso, continuó su camino de preparación con las Hermanas Marcelinas, estudiando el Catecismo de la Iglesia Católica, la Biblia y el idioma italiano.

Poco después la enviaron a la ciudad de Querétaro, a estudiar la preparatoria en el Colegio de las Marcelinas.

Pero terminada la preparatoria, Julieta entró en una crisis:

“Me empiezo a cuestionar: ¿será esto para mí? ¿Es esto lo que yo quiero? Mi familia me necesita, puedo regresar con ellos. Ya conocí entre 3 y 4 años de vida consagrada y ya vi de qué se trata; ya vi sus altos y sus bajos, ya probé. ¿Ahora qué sigue?”.

La lucha entre dos amores

PANDILLERA

Sor Julieta está convencida de que la lucha del amor “va a estar siempre en nuestro corazón; pero es una batalla entre un bien y un bien mayor, como diría el método ignaciano en el discernimiento”.

Sucede que, cuando Julieta estaba en sus primeros años de preparación con las Hermanas Marcelinas, iba en las vacaciones a casa de sus padres.

Y sucedió entonces que aquel muchacho narcotraficante que tanto le había gustado en sus años de secundaria pero que no había sido su novio, comenzó a visitarla y a llevarle regalitos.

“Como que intentaba jalarme hacia afuera otra vez”.

En ese momento ella tenía 19 años, y aquel amigo le propuso matrimonio.

“Y yo decía: ¿Qué hago? Mi mayor sueño resulta que aquí está, la persona que me gusta”.

Una pausa

Esa fue una de las razones por las que Julieta decidió hacer una pausa de un año en la congregación, a fin de discernir si verdaderamente la vida consagrada era lo suyo.

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Entró en una profunda crisis emocional y afectiva. Pero algo dentro le decía que aquel matrimonio no era el camino.

Hasta hubo una petición de mano, en la que el padre del muchacho visitó a los padres de ella para exponer la voluntad de su hijo de contraer matrimonio con Julieta y que ya se quedara ahí. Mas ella tomó una decisión:

“Yo dije: ‘No, yo quiero seguir mi camino de discernimiento vocacional y, por favor, no es el momento para tomar una decisión tan importante’. Entonces él y yo nuevamente regresamos a ser amiguitos”.

Un amor más grande

Si bien “poco a poco me di cuenta de que estaba enamorada de él, con el paso del tiempo fui poniendo ese amor en un espacio de mi corazón y ahí se quedó; mi amor por Dios era más grande, lo superaba”.

Además aquel muchacho siempre estaba metido en problemas: “Lo fui a visitar a la cárcel, lo fui a visitar en anexos, en rehabilitación”.

De hecho, años más tarde, cuando Julieta ya era religiosa consagrada, aquel joven fue asesinado afuera de su casa.

“Yo le lloré, de verdad me di cuenta de que ese espacio en mi corazón se cerró absolutamente y me dije: ‘Yo ahorita sería una mujer viuda si me hubiera casado con él; pero Dios me dio la certeza en mi corazón de decir no, él no es el camino’.

Para mí son signos, ésos y otros, que he aprendido a leer en mi vida, en mi corazón y en mi interior”.

Ella amaba a ese joven, pero también amaba a Dios.

“Yo sí quería a esta persona, pero también quería a Jesús; entonces yo tenía que poner esto sobre una balanza.

Estaba con un boleto para irme a Italia a una experiencia de discernimiento y búsqueda de Dios; o bien podía  quedarme aquí, en este círculo del que tanto quería salir”.

Año de discernimiento

La joven solicitó entonces su salida,  “para hacer un año de experiencia fuera, para conocer más. Y entonces me ofrecieron un año fuera, en Italia, en una parroquia”.

“Yo usaba para ese entonces, antes de irme a Italia, un hábito; pero decido dejarlo, también en acuerdo con mis formadores”.

Era 2003, y Julieta se va a Italia como seglar a hacer un camino de discernimiento.

En Italia, Julieta fue acogida por dos religiosas, Sor Lucia Avantaggiato y Sor Cristina Lombardi en el pueblo de Brivio.

Dedicada al estudio y a la asistencia

Y se dedicó a dar catecismo a los adolescentes, al trabajo en oratorio, a jóvenes y asistencia a adultos con síndrome de Down.

También aprovechó el tiempo  yendo a estudiar a Milán: “Tomé materias de formación cristiana; como ocho materias me eché durante un año en el seminario”, entre ellas  teología fundamental, teología moral y psicología de la religión.

En aquel año “conocí a una excelente persona que me encantó, se llama Ernesto Oliviero.

Ernesto funda El Arsenal, que es una institución de ayuda para ex líderes políticos que quieren cambiar de vida.

«Fui una vez a una de sus pláticas, leí sus libros. A Ernesto lo conozco en persona y me inspiró a ser agente de paz, promover la paz.

Yo hasta ahorita trabajo mucho con esa actitud: ser pacífica, incluso en mis relaciones, en mi forma de hablar, mi forma de formar. La paz, la paz, la paz. Y de él conozco esta idea de salir del cascarón, de ayudar a las personas a salir del cascarón”.

La Virgen María arregla las cosas

PANDILLERA

Hacia el final de su año de discernimiento, a Julieta le regalaron un viaje a Francia, para ir al santuario de la Virgen de Lourdes.

“Para ese entonces tenía que entregar mi carta de salida o de entrada con las Marcelinas.

Yo ya había conocido a las hermanitas de Charles de Foucauld, fui a Roma a conocerlas; fui a un monasterio con las hermanas benedictinas de la isla de San Julio; también fui con misioneras. Yo andaba en búsqueda, pero mi tesoro no estaba en esos carismas”.

Julieta se dio cuenta que eso significaba que ninguna de esas congregaciones era para ella, pero ansiaba encontrar su sitio, su vocación.

«Ve a la fuente»

Entonces en Francia, Julieta llega a la gruta de la Virgen de Lourdes:

“Yo lloraba muchísimo, y le decía: ‘Dime, ¿dónde es mi lugar?’,  y yo en mi corazón escuchaba: ‘Ve a la fuente’. 

El milagro de Lourdes fue en la fuente donde Bernadette rascó la tierra y surgió agua; entonces yo voy ahí, me acerco a la gruta donde está el agua que brota, y en mi corazón se repite: ‘Ve a la fuente’.

Entonces yo reflexioné: ‘¿Cuál es la fuente? ¿Dónde nació mi vocación? En donde están las Marcelinas. ¡No hay más: es con las Marcelinas!’”.

“Al sentir esa inspiración sentí en mi interior una gran paz. Tengo la certeza de que mi lugar es con ellas, ser Marcelina.

Así que regreso al hotel y escribo mi carta pidiendo que me admitan de nuevo. Eso fue como en junio, y en julio aproximadamente me admiten”.

Una tesis rechazada

No hubo vuelta atrás. Los siguientes años Julieta se dedicó de lleno a conocer más íntimamente a Dios, a participar en varias misiones y a estudiar la licenciatura en pedagogía.

Después de terminar su licenciatura, Sor Julieta hizo su tesis para titularse.

“Pero me la rechazaron en la universidad, porque trataba sobre el fraude en las escuelas universitarias.

Mi tesis era La ética en las universidades; hice mi trabajo inicial de recabar información, y algunas entrevistas con alumnos sobre si habían participado en sistemas de corrupción al interior de sistemas educativos, fuera preparatoria o universidad; y resulta que sí”.

Presentó entonces su primer esbozo del trabajo, en el que aparecían datos específicos de corrupción a nivel superior, incluso en la propia universidad donde ella estudiaba, así que le dijeron: “Tu trabajo está muy bien, pero déjalo, busca otro tema”.

Logra realizar otro tipo de modalidad para titularse y es así como culmina sus estudios universitarios.

Finalmente, el 24 de agosto de 2013, Sor Julieta hizo sus votos perpetuos en la Catedral de Santiago de Querétaro, en una celebración eucarística presidida por el obispo don Faustino Armendáriz.

Investigando el mundo de la trata de blancas

Durante sus prácticas como licenciada en pedagogía, Sor Julieta estuvo haciendo  investigaciones de campo sobre la trata de mujeres en la zona de La Merced, de Ciudad de México; en especial sobre la trata de niñas.

¿Cómo se le ocurrió a Sor Julieta meterse en este asunto? Ella relata:

“Cerca de La Merced había un grupo perteneciente a la etnia de los triquis de San Juan Copala, a los cuales nosotras, como Marcelinas, íbamos cada sábado a dar asistencia. Les enseñamos a hacer diferentes cosas en cuestión educativa, e hicimos proyectos de intervención en esta comunidad que estaba ahí”.

Pero “vivían en la calle, y ahí abrí los ojos: me di cuenta de que estaba toda una fila de chicas a dos o tres cuadras. Tú pasas por ahí y ves a las chiquitas, a las señoras, a las jóvenes… ¡y a los jóvenes, porque también hay chicos ahí!”.

“A mí me empieza a llamar la atención y digo: ‘Yo tengo que hacer algo’. Pido permiso a mi superiora y solicito abrir una investigación para un trabajo que se estaba dando también en la universidad”.

Sor Julieta enfocó su investigación en “descubrir cómo llevan a estas chicas, y cómo las sacan”.

Engañadas

Vio que son engañadas fácilmente, extraídas de sus comunidades. Una de las víctimas le platicó:

“Un hombre llegó a vivir a mi pueblo; se hizo muy amigo de mis papás y nos dijo que nos iba a dar estudios, que nos ofrecía trabajo en Ciudad de México;  y pues mis papás confiaron y hasta la fecha no los he vuelto a ver”.

A esta jovencita se la llevaron a la capital mexicana junto con otras chicas, donde vivieron bajo amenaza.

Pero las hacían enviar dinero a sus casas, ya que era parte del plan para disfrazar que estaban trabajando.

Así pues, los “padrotes” hacen un trabajo paciente y astuto, viviendo en ciertas regiones por un tiempo, a fin de “estudian bien las zonas  y verifican en los pueblos el tipo de ‘mercancía’ humana que van a obtener”.

Sor Julieta descubrió que los estados de donde más constantemente llegan estas chicas esclavas son Oaxaca, Chiapas, Veracruz y Tabasco. Pero también las hay de Colombia y de Perú.

Al rescate de las víctimas

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Cuenta Sor Julieta:

“Mis entrevistas abordaban a menores que estaban ahí. Fue un estudio que me dio pánico realmente, me dio pánico ver esa realidad; esas chicas decían: ‘Fuimos engañadas’ y ‘Fuimos traídas’.

Y yo les preguntaba: ‘¿Por qué no regresaste? ¿Por qué no huiste? ¿Por qué no te safaste de esta situación?’ y contestaban: ‘Me da vergüenza regresar a mi casa, con mis padres; me da vergüenza que vean en lo que me he convertido’.

“Conocí el lugar a donde llevan a sus niños, porque muchas de ellas quedan embarazadas”.

Después de dar a luz, “llevan a sus niños a un lugar por el Zócalo”, donde los bebés son cuidados.

Se trata de la casa de “una congregación; no recuerdo, pero creo que es de los misioneros”.

Ahora bien, ¿cómo tratar de ayudar a las víctimas? Dice Sor Julieta:

“Mi licenciatura me pedía algo práctico, así que descubrimos que había brigadas de educación para ellas, para que terminaran de estudiar y así buscar otras alternativas”.

De nuevo entre las bandas

Cuando Sor Julieta fue enviada de nuevo a Querétaro, fue asignada a trabajar en Bolaños, una zona peligrosa.

“Ahí tenemos una institución educativa: Centro Educativo Mariana Sala. Este centro es una institución de apoyo social a niños de bajos recursos.

Atendemos lo que es Rancho San Antonio, Bolaños y Puerta del Cielo; nosotros estamos hasta arriba, en Puerta del Cielo, y atendemos a toda la gente de esa zona, especialmente a niños, porque nuestro carisma va en cuestión a la educación, a formar a la persona, a sacar lo mejor, lo bello, lo verdadero y lo bueno de cada uno”.

En Bolaños se enfocó en el trabajo con los adolescentes. También tuvo a su cargo el servicio social de jóvenes de diversas universidades y niveles socioeconómicos.

Y entonces dirigió una investigación de campo para la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) junto con una treintena de jóvenes que estaban estudiando en ella Ciencias de la Seguridad, que es la licenciatura que estudian los que van a ser policías.

El estudio consistió en investigar la zona de Bolaños, las áreas de tráfico de droga, las áreas de bandas, qué  chicos estaban inmiscuidos en bandas, todos los crímenes denunciados y no denunciados, etc.

Todo ello para “rescatar la importancia que tenía el Centro Educativo como punto de referencia en esa zona”.

Al final presentaron el trabajo no sólo a la UAQ sino a diferentes entes de gobierno, como aportación para contribuir a la seguridad de aquella zona.

“También fuimos promotores de salud, y con ancianos promovemos los valores del cuidado del adulto mayor. Ahí me di a la tarea de hacer muchas cosas, pero mi punto son los adolescentes”.

«Vuela hacia tu sueño»

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“Ahí hay mucho adolescente que se está perdiendo, y me enfoqué en hacer un proyecto que se llama ‘Vuela hacia tu sueño’.

Es uno de los de los proyectos que más me apasionaron, porque era para formar a los jóvenes: hay que ir con ellos y a dónde están ellos”.

Así que “me empecé a juntar con las bandas, ya tanto que era experta;  me empecé a juntar con los jovencitos para saber qué era lo que veían, qué era lo que escuchaban, cómo vivían; fui a sus casas, los visité, conviví con ellos”.

“Uno ellos me dijo: ‘Nosotros sabemos que tú intentas ser como nosotros, que tú intentas sacarnos de aquí’.

Y me pusieron una canción que dice: ‘Tú no eres como yo, tú no vistes como yo, porque yo soy de barrio y tú no’. Ellos me decían su vida con la música”.

“En fin, con estos niños mi tarea era promover valores, promover la vida, promover la educación”.

Compartiendo con los jóvenes

“Una vez les hice hacer una caminata en la noche. Por la parte de atrás de la UAQ hay terrenos baldíos, oscuros, donde no hay nada ni nadie. Les dije: ‘Tráiganse una lámpara y vamos a hacer un recorrido como haría un migrante’.

Los hice vivir como un migrante: cómo vive, cómo traspasa tierras para llegar al otro lado donde está el mundo soñado, porque ellos no quieren estudiar, ellos quieren irse a Estados Unidos y creen que allá está todo lo mejor”.

“Fue una experiencia donde invité a los chicos a irnos en la noche; hicimos paradas en algunos puntos de esos terrenos, y les iba contando historias de migrantes: cómo mueren las familias, cómo se pasan, lo que sufren los que no llegan, los que llegan lo que dejan atrás. E historias, historias, historias. Eso les encantaba a los adolescentes”.

“Me enfoqué en hacer un proyecto para ellos e inventé una estrategia de intervención que se llama ‘Anonimus’, para que ellos nos contaran sus historias.

Es una técnica pedagógica que inventé por la necesidad que sentía de ayudarlos,  e invité a varios profesionistas a hablar de su proyecto de vida para que los chicos vieran que es posible un cambio de vida.

Invité a centros de rehabilitación para que nos compartieran lo que vive un rehabilitado, una persona que está interna”.

Es posible cambiar

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Sor Julieta es testimonio vivo de que sí es posible cambiar de vida. Y, cuando ese cambio es hacia Dios, suceden cosas hermosas.

Ella, entre otras cosas, vio cómo las relaciones con su padre eran restauradas:

“El día de mis votos perpetuos vinieron por primera vez a visitarme mi papá y mamá; nunca habían venido; en las visitas familiares siempre estuve sola”.

Sus padres están separados, pero, “cuando mi papá vino a mis votos perpetuos, fue algo muy emocionante para él ver a su hija consagrada, su hija religiosa. Tuvimos una plática en la que  me dijo quería renovar su vida, ser diferente”.

Ahora quiere mucho a su hija y, cuando ella lo visita, “soy su reina, por así decirlo, porque pues casi no me ve, y, cuando me ve, me hace fiesta”.

De su mamá dice Sor Julieta:

“Me quiere mucho, es una mamá que siempre ha estado cercana en mi vocación, en mi vida, en mis inquietudes; una persona que es muy frágil. Me ha permitido entrar más en su vida ahora que soy religiosa, me confía muchas cosas”.

“Obviamente, a mis 38 años, que ahora tengo, siendo que desde los 15 que me salí, he cambiado mucho.

Ya no soy la chica rebelde que ellos tenían en casa. Pero ha sido una gran sorpresa, ¡vaya sorpresa el tener una hija religiosa!”.

“Mis hermanos me aman, me adoran y somos muy unidos. De mis nueve hermanos, tengo un hermano que está en la Marina nacional; también un medio hermano, él fue asesinado”.

Volvió distinta

En cuanto al impacto de su conversión, dice:

“La gente se saca de onda porque no creer que uno cambie de vida. La visión que tenía la gente cuando me veía con las pandillas era mala.

Cuando se empezaron a dar cuenta de que ya no estaba en casa, de que ya no estaba Julieta en las calles, pues empezaron a preguntarse: ¿Dónde está esta niña? ¿Qué le pasó? ¿La mataron? ¿Se la robaron? ¿La regalaron? ¿Qué le hicieron?

Yo regresé con un hábito y la gente me vio y se empezó a interrogar y a acercar. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste tu familia?

Cada vez que voy a casa, los vecinos me invitan a comer, platican conmigo; hay quien me pide consejo. Así ha sido el retomar las relaciones con los vecinos”.

«Lo adverso es un regalo»

Y concluye Sor Julieta:

“Dios nos pone con la espalda en la pared, nos desarma y nos recrea”, pues, “a pesar de estar con las piezas rotas, nos hace ver lo bellos que somos”.

De hecho,  “todo lo adverso es el regalo donde vas a descubrir la belleza de algo. Es un misterio el sufrimiento; es un misterio,  pero también es una cita con Dios”.

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