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Las bases del apego sano: estar disponible para el niño

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Sergii Sobolevskyi - Shutterstock

Ignasi de Bofarull - publicado el 16/04/21

Las cuatro condiciones para que un niño prospere

Cuando un padre y una madre, unos cuidadores en la escuela infantil, se proponen sacar adelante a su hijo, a su alumno, el primer objetivo es que sean conscientes de que van a cometer errores. No hay padres perfectos, pero sí hay padres capaces de dedicar a sus hijos un tiempo precioso para que estos crezcan en un ambiente de seguridad.

La presencia debe ser de calidad: no debe consistir en coexistir, en tenerlos ahí ciertamente arrumbados ante la tele o en un parque de cuatro barandillas de madera de un metro y medio de lado y 80 centímetros de alto.

“¿Pero si allí tiene todos sus juguetes?” Sí; pero este niño o niña puede pasarse horas sin que los padres, la madre, les echen un vistazo. Puede que la madre o el padre anden arriba y abajo en otras cosas. O incluso que salgan de casa y le dejen en el parque solo media hora. Excepcional, pero posible.

Eso no da seguridad: genera berrinches a veces inconsolables. Esta parentalidad, cuando menos desatenta, no genera a lo largo de los años los mejores progresos cognitivos, socioemocionales, conductuales y, a largo plazo, liderazgo profesional.

Cuatro condiciones para un apego sano

Siguiendo a Daniel Siegel y Tina P. Byson (El poder de la presencia, 2020), las condiciones para que un niño prospere, desde el plano del apego seguro, son cuatro. 

La primera es que se sientan como se ha dicho más arriba, seguros, que sepan que no les va a pasar nada malo. Deben sentir, en su mente, que sus padres los protegen ante incertidumbres o miedos reales o imaginados. 

La segunda es que deben sentirse vistos. Deben notar que la dirección de los ojos de padres y cuidadores apunta hacia ellos. Todos hemos oído alguna vez que los niños nos dicen a los padres y a los cuidadores: “Mamá  (o señorita) mira que hago”. Necesitan que se les preste atención y de ese modo ir confirmando que sus avances o sus juegos son acertados y reconocidos por el cuidador. 

La tercera, muy relacionada con la primera y la cuarta, es que deben ser consolados oportunamente. En castellano existe una palabra muy expresiva que habla de confortar a aquel que padece o está afligido.  Un niño no debe ser dejado por mucho tiempo gimoteando pues se ha caído y se ha rascado una rodilla, aunque sea un rasguño mínimo. Sus lágrimas deben ser enjugadas con ternura: ahí se construye una buena relación con el mundo. El niño acaba pensando “El mundo que me rodea no es hostil: siempre me curan”. 

En esa dirección va la cuarta condición: un niño debe sentirse a salvo ante el entorno que le rodea. Ese sentirse a salvo le va a facilitar adentrarse en el mundo con seguridad sintiéndose a gusto con el entorno de su habitación, de su aula, del parque infantil del barrio o en el recreo de la escuela donde se relaciona con otros niños. 

No solo en casa. En la escuela se insiste en que estas cuatro condiciones le permiten percibir el mundo del entorno como amigable, y, en esa misma medida explorable: en objetos, hechos, y en relación con las personas, con sus cuidadores y sus iguales.

Neuro Biología Inter Personal (NBIP)

Ahí, entre esas cuatro condiciones tan entrelazadas, un niño, una niña, alcanza su apego seguro. Un apego que se basa en las interacciones de calidad, que a la vez son educación de calidad, con sus cuidadores y que son, a su vez, el predictor de un buen desarrollo. 

Y además estas interacciones se traducen se alojan, material, fiscalmente, es bien sabido, anatómicamente en el cerebro. Siegel y Bryson defienden que el apego seguro se interrelaciona estrechamente con lo que ellos mismos denominan la Neuro Biología Inter Personal (NBIP).

Como se ha leído y dicho en muchos estudios científicos el ambiente –sobre la base de acciones y condiciones de apego seguro- se traduce en cambios en el cerebro, en la arquitectura cerebral.

El cerebro no es estático ni rígido, es dinámico y cambia en función de lo que sucede en el ambiente: el hogar, la escuela infantil, el barrio, el lugar de veraneo, en casa de los abuelos o de los primos.

Es lo que se denomina la neuroplasticidad: plásticamente el cerebro se deja moldear por la vida. Las conexiones cerebrales para enlazarse oportunamente necesitan atención, acciones significativas, la recepción de cuidados, el estrecho seguimiento (seguros, vistos, consolados y a salvo).

Los modelos mentales

Y estas conexiones crean modelos mentales que con los años se fraguan en el cerebro y sirven para entender el mundo en lo que podríamos denominar un cerebro afirmativo. Son modelos mentales que explican, ordenan y facilitan el entendimiento de la realidad presente y facilitan anticipar las realidades y las relaciones futuras.

Es decir, son modelos mentales que se convierten en motores para analizar y andar adecuadamente por la vida. Motores conceptuales que presentan el mundo como un lugar habitable, transitable, para crecer, para explorar y que, a su vez, generan una fortaleza y una resiliencia para afrontar los retos.

El apego seguro es la base de estas expectativas positivas. A estos niños sus padres, sus cuidadores, la escuela les han proporcionado una manera de entender la realidad en la que su identidad infantil (con los años adolescente, adulta) se sentirán capaz, sin miedo, asertiva y abierta para resolver los desafíos futuros.

Está claro que la ausencia de este apego seguro puede generar unos modelos mentales reticentes y ansiosos, temerosos y reactivos que presentan el mundo como un lugar hostil y hasta temible sobre la base de un cerebro negativo que ha padecido un estrés empobrecedor de la personalidad.

Los estilos de cuidado y educación de padres y cuidadores 

Los cuidadores, los padres, con sus estilos parentales, con su modo de hacer, con su capacidad de generar las cuatro condiciones (seguros, vistos, consolados y a salvo) les proporcionan los escenarios para poner en marcha una feliz integración en el mundo que tiene que ver con el equilibrio socioemocional; los progresos cognitivos y académicos; y también con la construcción de una personalidad fácil, agradable, alegre y llevadera.

Pero, ¿cómo son en definitiva estos padres estos cuidadores? Cuál es el tono de su conducta, de su modo de hacer y actuar. 

Pues en primer lugar son padres y maestros previsibles, se pueden equivocar, pero ese error durará poco pues lo van a corregir porque están atentos. Son padres que llevan el coche de la vida familiar (o los cuidadores en la furgoneta del aula) con prudencia, no corren y si se aceleran pues en seguida frenan, y si el coche se estropea (el padre o el cuidador se equivoca) enseguida se repara.

¡Qué importante es reparar prontamente! Los errores, los gritos, las averías, la pérdida de aceite no perduran.  Siempre hay solución y reparación. Los padres perdonan a los hijos y piden perdón cuando se equivocan. 

En segundo lugar, son padres (cuidadores) que acompañan, que miran, que se interesan por sus hijos (alumnos). Están presentes en el colegio cuando hay una fiesta, en el hospital cuando al niño le ponen un par de puntos. Y los van a recoger cuando salen del cumpleaños de un amigo de la clase. 

Tercero: conocen el corazón del niño, sus sentimientos, pensamientos, recuerdos e ilusiones: eso es estar íntimamente presentes. Son padres cuyo talante es acompañarles en las alegrías y victorias y en las derrotas y contradicciones. Y ahí se asientan los modelos mentales de los que más arriba se hablaba. El niño anticipará  para sus adentros: “Voy a ser valiente porque mis cuidadores están presentes”. 

Teoría de la mente

A ese estar presentes en el corazón del niño en psicología se denomina Teoría de la Mente. Los padres y cuidadores entran en la mente del niño y le enseñan a constatar al niño que no solo es acompañado por fuera sino también por dentro.

Consecuentemente hay dos esferas: lo que sucede fuera (ambiente) y lo que sucede dentro (mente). Y hay que saber distinguir estas dos esferas y actuar en consecuencia. Los padres les hablan a los hijos de sus estados mentales cuando se hacen cargo de los dolores y pesares más profundos y que no se ven pues están en la interioridad.

Ahí está el consuelo: se conforta el sentimiento íntimo de pena y es bueno hablar de ello. No se trata de evitar el dolor sino de saber afrontarlo. Primero lo afrontan los padres y cuidadores curando el corazón más escondido, luego serán ellos mismos, niños y niñas, los que deberán recuperarse por dentro a medida que vayan creciendo.

Y lo sabrán hacer porque sus padres y cuidadores les enseñaron a mirarse dentro con esperanza. El objetivo principal es evitar que el estrés tóxico se apodere del niño a causa de miedos, inseguridad, desorientación o quizá trato negligente.

La labor de padres y cuidadores es evitar el peor estrés, en los primeros años, de los niños para que al mismo tiempo ellos, seguros, fortalecidos, vayan resolviendo en la vida sus propias situaciones de estrés. Los modelos mentales asertivos, arraigados en su mente, son la mejor atalaya para trabajar con resultados. 

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