Tengo un valor mayor desde que fui herido, porque soy más original todavía y puedo lograr que mis heridas, esas que tanto me cuestan y duelen, lleguen a ser fuente de vida
Mis heridas me hacen una persona única. Recuerdo muy bien de dónde vienen. Recuerdo la escena en la que fui herido, el momento, la persona, las palabras, los hechos.
No tengo que hacer un gran esfuerzo. Siento hasta los olores y percibo la luz de aquel mismo momento.
Aunque hay algunas otras heridas que quizás no sé de dónde vienen. Están ocultas en la nebuloso de mi infancia o juventud o simplemente mi espíritu de supervivencia las tapó para que no siguieran doliendo.
Son heridas visibles u ocultas. Pero todas ellas me hablan de mi verdad, de mi historia. Como recordaba un joven hace unos días:
«No olvides tu historia pasada, aunque te arrepientas de lo que has hecho. Porque gracias a esa historia santa, la tuya, eres hoy el que eres».

Mis heridas me identifican
Esa es mi verdad, el color de mis heridas, su hondura, su dolor.
Y si no sé cuáles son mis heridas y no me conozco, siempre habrá un momento, o una época en mi vida para ahondar en mi historia y tocar el lugar que más me duele. Abrirlo a la gracia de Dios, a su misericordia.

También las heridas de Jesús le identifican. Pienso en esos dedos de Tomás tocando la herida de Jesús. Mis dedos han tocado mis heridas alguna vez.
He sentido el dolor porque sé que desde que las tengo reacciono ante la vida desde lo que sufro, desde lo que yo soy.
No cuento mis heridas, no las publico, tengo pudor.
Tocar las heridas
Pero sí he dejado que alguien alguna vez metiera con respeto sus dedos y me ayudara a entenderlas y a aceptarlas.
Y veo también los dedos de Jesús tocando mis heridas, como yo las suyas. Él llenando con su luz mi oscuridad, yo penetrando con mis sombras en sus luces.
Así es ese encuentro desde mi herida. Y aceptar esa verdad llena de luz mi corazón.
Por eso me gusta tanto la mirada de Jesús sobre Tomás, que también está muy herido.
Jesús no le echa en cara su falta de fe. No habla mal de su envidia ni de su rabia, de esa actitud inmadura que había provocado la desunión en el grupo de apóstoles.
No le recrimina por sus pensamientos más íntimos. Simplemente le muestra su amor infinito y le permite tocar sus propias heridas para comprobar que es Él.

¿Puede haber un amor tan grande, tan humano, tan de Dios?
Jesús calma
Tomás no puede dejar de sorprenderse. Es un milagro. Jesús ha venido sólo para estar con él, para conducir su mano al interior de su costado. Para decirle que lo ama con locura. Y él sólo puede exclamar:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Un amor así es el que quiero tocar en mi vida para creer como Tomás. Aunque Jesús me recuerde lo importante:
«¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Yo quiero que Jesús me deje meter la mano en su pecho. Y quiero que Él meta su mano en mis heridas. Que vuelva por mí.
Él viene a salvarme y a levantarme por encima de todos mis miedos y rencores. A calmar mis iras y tristezas.
Viene a hacerme creer en el sentido de mi vida, aunque palpe a menudo lo que he sufrido.

El gran regalo
Y entonces exhala su aliento sobre mí como hoy hace sobre los suyos. Aquellos a los que ha amado. Les da su fuerza para que ellos a su vez sean testigos de su misericordia:
«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidas».

Ese día octavo, cuando ha pasado una semana de la Resurrección, de la Pascua, Jesús les muestra el camino a los suyos. Les muestra que no hay que desconfiar.
Al pensar en ese día descubro que Dios me ama. Y entiendo que me basta con creer en el amor personal de Jesús por mí.
No se olvida de nadie. Tomás es tan importante como cualquiera de los otros. Y por él vale la pena dejarlo todo y ponerse en camino.
Jesús vuelve por Tomás porque le importa, porque no puede permitir que desconfíe de su amor y dude de su verdad.
Las heridas son las huellas de la vida en el alma. Y la mirada de Jesús me hace comprender que tengo un valor mayor desde que fui herido.
Porque soy más original todavía. Y puedo lograr que mis heridas, esas que tanto me cuestan y duelen, lleguen a ser fuente de vida para otros, para mí.
