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Es innegable que la actitud es algo nuestro que nada ni nadie puede asumir por nosotros.
Existen personas que emanan un sentido positivo. Son cultivadores de optimismo, esperanza, alegría. Son agradecidas y muestran quietud cuando afrontan una situación difícil.
Nuestro problema es que muchas veces pasamos por la vida con los ojos cerrados pues no reconocemos en el presente y en cada circunstancia Su presencia.
No nos admiramos de todo lo que se nos da en cada instante. No nos sorprendemos con lo que la vida nos regala.
Cuando en verdad, es increíblemente esperanzador poder mirar la realidad buscando el Misterio que hay dentro de ella.
Jesús supo mantener una actitud positiva y orante en cada momento difícil de su vida. Su meta fue siempre buscar la voluntad del Padre.
Nosotros, como cristianos, somos capaces de afirmar que la realidad es siempre positiva.
Pero esto no lo hacemos como consuelo, sino por la fascinación que produce esta realidad en nosotros a la luz de nuestra propia experiencia.
Cuántas veces hemos visto a hombres y mujeres enfrentarse a su realidad de una forma “que no es de este mundo”.
No se trata del optimismo “de todo saldrá bien”. Sino un optimismo que nos empuja a buscar la voluntad de Dios.
No hay mayor testimonio que manifestar con nuestra propia vida ¡lo positiva que es la realidad! Ya nos lo anunciaba San Pablo:
En estos tiempos complicados que nos está tocando vivir ¿qué es lo que necesita la humanidad?
Encontrar a alguien que atestigüe cómo puede cambiar nuestra vida cuando confiamos en Cristo y nos dejamos amar por Él.
Cuando uno verdaderamente experimenta que es querido, se introduce una gran “novedad” en la forma de acoger la realidad.
Por eso, al igual que Pedro, también nosotros clamamos: “Si nos alejamos de Ti, ¿dónde vamos a ir? Solo Tú tienes palabras que explican la vida”. Sin Tu palabra, sin Tu presencia, estamos perdidos.
¿Cómo no vamos a ser siempre positivos si somos amados y salvados por Dios? ¿De dónde nace nuestra esperanza?
En los momentos de desventura y reconstrucción, es importante que no veas los problemas como barreras o las caídas como insuperables.
Ponte metas, identifica las cosas buenas que tienes en tu vida, acepta los cambios y coge impulso para salir mejor y más fortalecido después de las adversidades.
Por tanto, ¡todo lo puedo en Aquél que me conforta! (Filipenses 4,13).
Vivir con una actitud positiva no significa que no nos duela el mal, las desgracias, la muerte, la incertidumbre.
Pero sí significa que podemos decir que Quien nos da la vida ahora nos la da para siempre. El hombre es la “única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo” (Gaudium et spes, 24). ¿No es esto algo fascinante?
Vivir con una actitud positiva no es algo que depende sólo de nuestras fuerzas, que a veces flaquean, nos ahogan y nos hacen abandonar, sino de Su victoria salvadora que se revela en la compañía humana que es la Iglesia.
Aquel que hace que todo sea positivo es Alguien real y continuamente presente, aunque se muestre a través de instrumentos incapaces como tú y yo.