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¿Lloras? Busca en tu interior

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Ameu | Shutterstock

Tus hijos necesitan llorar.

Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/04/21

Y encuentra la respuesta, la paz y la felicidad al escuchar a Jesús decir tu nombre

Hay una pregunta que resuena en estos días de Resurrección.Es la pregunta que Jesús le hace a María Magdalena al encontrarla llorando junto al sepulcro vacío:

“Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: – Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Apenas dicho esto, volvió la cara y vio allí a Jesús, aunque no sabía que fuera él. Jesús le preguntó: – Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”.

Esa pregunta ha recorrido los días de la Semana Santa hasta haber sido testigos de la resurrección.

La búsqueda de los discípulos que pensaron el domingo de Ramos que todo iba a ser tan distinto.

Por un momento creyeron que iba a salir todo bien, y Jesús iba a ser coronado como rey. Un reino de este mundo, no algo tan lejano.

Pero no, lo que ellos buscaban no sucedió. Y vinieron el miedo y la tristeza. Corrieron las lágrimas del llanto.

¿Por qué lloro?

YOUNG MAN CRIES,

A la luz de la resurrección todo queda más claro y el corazón se llena de esperanza. Ya la muerte parece no tener la última palabra.

Pero esa pregunta llega a mi interior en medio todavía de la muerte, de la oscuridad, en medio de este tiempo extraño que vivo, lleno de pandemia y de incertidumbres.

¿Por qué lloro? ¿A quién busco en medio de mi noche? Es la pregunta que atraviesa siempre mi alma.

Porque me detengo al borde del camino en cosas poco importantes. Porque no me fijo en la meta de mis pasos y me olvido del ideal que persigo.

Y me pasa como a María Magdalena que no ve a Jesús, sino a un hortelano. Un pobre hombre sin respuestas. Hasta que pronuncia su nombre: María.

Y cesan las lágrimas y todo cambia.

¿He dejado de buscar?

Pero ese encuentro no sucede siempre. Porque me he dedicado a perder la vida en lugar de darle valor a las grandes cosas en mi corazón.

Dios me quiere mucho más de lo que yo me quiero. Conoce mi nombre y lo pronuncia para que deje de buscar su cuerpo muerto y me fije en lo que está vivo.

Me ha elegido para ser su hijo, para caminar a su lado por un camino de esperanza. Tengo una misión imponente entre mis manos, no quiero olvidarlo.

Con frecuencia no me doy cuenta. Pienso que soy demasiado pequeño y mi vida no vale mucho.

Y dejo de buscar, de preguntarme nada. Sobrevivo entre grandes tristezas y pequeñas alegrías pasajeras.

¿Qué busco de verdad? ¿A quién busco?

En primer lugar creo que me busco a mí mismo y no acabo de encontrarme nunca. Pablo Neruda decía:

“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.

Mi gran tarea

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Encontrar mi verdad más íntima es la búsqueda más importante de mi vida. Y algún día lo encontraré si busco de forma correcta.

Quiero pensar que ese día será la hora más feliz, no la más amarga. Saber quién soy, de lo que soy capaz.

Conocer mi alma y mis rincones ocultos. Percibir mis miedos y darles un sí. Acariciar mis límites sabiendo que en ellos me encuentro con mi pequeñez, con mi pobreza.

Esa es la gran tarea que tengo ante mis ojos. No quiero olvidarme de buscar en lo más hondo la felicidad que anhelo.

No fuera de mí, no en las circunstancias, en el gobierno que gobierna mi país, en la situación económica que me trae o me quita la paz, en la salud propia o de las personas a las que amo.

¿Qué busco? Quisiera ser capaz de mantener la calma en medio de las tormentas y los mares revueltos.

Con la certeza de saber que mi paz no me la dan otros. Yo la encuentro dentro de mí y bebo de la fuente que mana en lo más hondo de mi interior.

¿Hacia dónde?

No tengo miedo a lo que puede matar el cuerpo pero no el alma. Es mi alma la que quiero conservar sana, con paz.

La vida, lo que acontece, no es definitivo, nunca lo es. Puedo ser feliz en las circunstancias más ásperas y difíciles. Puedo mantener la calma aunque muchos la pierdan junto a mí.

Soy dueño de mis silencios, de mi búsqueda en lo profundo de mi ser. El padre José Kentenich me lo dice de forma sencilla:

“¿Hacia delante? ¿Hacia lo alto? No, hacia dentro, más profundo“.

Si no busco dentro de mí dónde echar el ancla de mi vida viviré perdido, sin un rumbo claro.

Se abre ante mí la esperanza de un sepulcro vacío. Pero yo puedo seguir quedándome, como María Magdalena en la superficie de las cosas.

Creer de verdad

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Han robado el cuerpo de Jesús. Han ocultado su carne. No voy más allá de esa evidencia. Ya no está, pero no me acabo de creer la resurrección.

Así pasa a menudo en mi vida. Me pierdo en los detalles, en la superficie de las cosas que me suceden.

No busco más adentro. No voy a lo esencial. Me quedo en los detalles sin buscar en lo hondo. Y me pierdo en las sutilezas sin indagar, sin pensar más.

Que pena caer en esta actitud tan mundana. No creo en los milagros, ni en la vida eterna.

Cuento las cifras de los enfermos. Critico al gobierno que gobierna, el que sea. Hablo mal de los que hacen las cosas mal.

Me fijo en lo que falta, en lo que no es perfecto. Deseo que pase lo malo y llegue lo bueno para poder ser feliz, para vivir tranquilo, sin miedos.

Deseo una vida más cómoda, más lograda, más plena, pero no hago nada por vivirla de verdad.

Me conformo con la mediocridad de una vida de superviviente.

Necesito fe

¿Qué busco en mi interior? ¿Qué necesito en esta hora de vida cuando el sepulcro está vacío?

Necesito que Dios venga a mí y me saque de mi mirada estrecha y pobre, que ensanche mi horizonte y me haga confiar en Él, en su amor y creer en todos esos imposibles que descarto, porque me falta fe.

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