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Cómo reconocer las oportunidades más importantes de tu vida

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La escucha es la virtud que más valoran los trabajadores.

Chris Lowney - publicado el 06/04/21

Para responder a la vocación de tu vida de forma plena,
necesitas desarrollar el “radar Elí”

Si eres como yo, nunca habrás conectado la historia de Samuel y Elí del Antiguo Testamento con tu propia vida. Qué caray, lo cierto es que apenas recordaba esa historia. Sin embargo, no hace mucho volví a leer la historia y se me encendió una bombilla: nuestras vidas son, a menudo, una serie de oportunidades perdidas y el “radar Elí” es la solución.

En este famoso episodio bíblico, Samuel escucha una voz mientras duerme y la confunde por la de su mentor, Elí (1 Sam 3). Samuel despierta a Elí y le pregunta al anciano por qué lo ha llamado. Sin embargo, Elí, que no tenía nada que ver con esa llamada, envía al joven Samuel de vuelta a dormir. Sucede lo mismo otra vez y luego otra.

La mayoría de nosotros nos molestaríamos enormemente si un muchacho nos interrumpe constantemente nuestro preciado descanso. Pero el sabio Elí ya había entendido a esas alturas que era el Señor quien llamaba a Samuel. Así que indica al joven Samuel que permanezca atento. Por supuesto, la llamada se repite y, en esta ocasión, Samuel responde: “Habla, Señor, porque tu servidor escucha”, y así empezó la aceptación de Samuel de su vocación como profeta.

¿Qué tiene que ver esto contigo y conmigo?

A mí no me sobresaltan voces incorpóreas mientras duermo, y si tú escuchas voces de noche, probablemente es por una pesadilla o una fiebre alta, más que por la voz de Dios llamándote a abandonar tu profesión y convertirte en profeta.

No obstante, aunque no escucho voces de noche, sí escucho voces durante todo el día. Me cruzo con un chico en la calle que me pide algo de dinero suelto, me contacta alguien que ha perdido su empleo y busca mi consejo o mis contactos, me encuentro con un vecino anciano que quiere charlar…

Las oportunidades

Igual que Samuel pensó erróneamente que la llamada era la voz de Elí, yo cometo un error similar: doy por sentado que las voces que me llaman son la de un mendigo desamparado o la de un vecino mayor solitario. Empatizo con ellos, por supuesto, pero con frecuencia estoy demasiado ocupado como para ayudar. Creía que mi problema es que si me distraigo constantemente con estas interrupciones, nunca avanzaré con mis tareas diarias.

Reconocer quién me llama

Pero ese no es en absoluto el problema. Mi problema real es que no entiendo quién me llama de verdad a través de esa persona en la calle o del vecino anciano. Jesús mismo dejó claro quién llama en estas situaciones: ““Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.

A veces me avergüenza imaginar que llego a las puertas del Paraíso y escucho a Jesús decirme: “Oye, amigo, ¿recuerdas cuando dije eso de ‘todo lo que hicieron por uno de mis hermanos…’, en referencia a los que tienen hambre, sed, no tienen ropa o están encarcelados? ¿Qué parte no entendiste?”.

Ver a Dios en esos encuentros

De ahí nuestra necesidad de desarrollar el “radar Elí”. Igual que Elí instruyó a Samuel para escuchar la llamada de Dios, nosotros debemos también aprender a escuchar a Dios hablándonos y ver a Dios presente en los encuentros fugaces que llenan nuestros días. Sin el radar Elí, esos momentos pasan desapercibido ante nuestros ojos sin aparente trascendencia. Sin embargo, una vez que el radar Elí se fija en la llamada y la presencia de Dios en estos encuentros, empezamos a percibir que quizás se encuentren entre los momentos más significativos de nuestra vida.

Y no es una hipérbole. Una venerable corriente de espiritualidad cristiana enfatiza que nuestra vocación y nuestro camino cristianos hacia la santidad a menudo se encuentran en momentos muy pequeños y fortuitos. Por ejemplo, el jesuita del siglo XVIII Jean de Caussade denominó a este hecho “el sacramento del momento presente” y Teresa de Lisieux lo llamó el “caminito”. En nuestro propio tiempo, el papa Francisco enfatizó este mismo aspecto al señalar la frecuencia con que Jesús exhortaba a sus discípulos (y nos pide a nosotros) que prestemos atención a los detalles.

Ninguno de nosotros dispone de un Elí que nos acompañe a todas partes indicándonos cuándo nos llama Dios. Cada uno de nosotros tiene que agudizar su propio “radar Elí” o, dicho de otro modo, prestar atención a su propio “caminito” o su propio “sacramento del momento presente”. Así que, la próxima vez que alguien te pida unas monedas, quizás deberías responder como Samuel: “Habla, Señor, porque tu servidor escucha”.

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