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La «maravilla» de tener hijos adolescentes

TEENAGER BOY,

myboys.me | Shutterstock

La depresión y el Bullying infantil, un auténtico drama social

Mar Dorrio - publicado el 05/04/21

¿Eres capaz de ver la mano de Dios en la adolescencia? Sabemos que Dios no juega a los dados, tiene un plan. Aunque muchas veces… parece imposible que no se haya despistado.

La tentación de no ver la mano de Dios en algunos momentos nos aborda con frecuencia a los padres de familia, sobre todo cuando atravesamos la adolescencia de algunos de nuestros hijos.

Lo que ocurre con hijos adolescentes

Sé fehacientemente que, para muchos, la adolescencia pasa como una suave brisa, pero, cuando chocas de frente con una “adolescencia bravía”, tienes la sensación de estar dentro de una ciclogénesis explosiva que afecta, desordena y desequilibra las vidas de todas las personas circundantes:

  • Se percibe un aumento de los decibelios de la casa, con gritos, portazos, o cualquier otro gesto que demuestre autoafirmación.
  • Ese mismo niño, que prefería jugar en el salón en lugar de en su habitación para no estar solo, ahora cumple una cadena perpetua autoimpuesta entre las paredes de su cuarto.
  • Ese ambiente agradable, con sabor a buen humor y positivismo, que tanto costó conseguir y que por fin envolvía al hogar, es saboteado por el mal humor que acompaña a las hormonas.
  • La confianza ciega en su madre que ese pequeñajo demostraba con los ojos, las sonrisas y los abrazos, han pasado a ser de una “dudosa credibilidad”. La frase “de héroe a cero” describe perfectamente el descenso en el escalafón que todos los padres sufrimos al llegar la adolescencia de nuestro antiguo “fan number one”.
  • La desilusión, preocupación y sensación de “estado de alarma”pueden desgastar la relación de los padres entre sí, anulando cualquier posibilidad de romanticismo.

Todos estos detalles pueden verse aderezados de pequeñas o grandes tragedias, consecuencias de malas decisiones o malos comportamientos, que muchas veces consiguen desanimar definitivamente a los padres: un botellón con resultado de borrachera , un noviazgo inconveniente, malas amistades, mentiras, descenso de las notas, pequeños hurtos.

¿Dios contaba con esos hijos adolescentes?

¿De verdad que Dios no miraba para otro lado cuando creó la adolescencia? Para responder a esa pregunta, quiero contarte una anécdota.

Una feligresa se desahogaba con su director espiritual de las últimas fechorías que había cometido su hijo adolescente. Te prometo que el adolescente en cuestión se había portado francamente mal. El sacerdote, después de escuchar tranquilamente, le contestó con firmeza: ”¡Qué maravilla!”.

La feligresa, muy sorprendida, le resumió lo que antes le había explicado detenidamente, por si el sacerdote no le había entendido. Pero éste, sonriendo, repitió: ”¡Qué maravilla!”. La feligresa, atónita, pensaba para sí, “¿qué maravilla?”, mientras dudaba de la salud mental y auditiva de su interlocutor. Entonces, el sacerdote repitió de nuevo: “¡Qué maravilla!”. Pero esta vez añadió: ¡Cómo te pone de rodillas ese hijo tuyo!

Los padres sentimos la necesidad de rezar

Y es verdad. Cómo sentimos la necesidad de rezar cuando nos reconocemos pequeños, incapaces, cuando ya “no controlamos” la situación. Pongo “no controlamos” entre comillas, porque, hasta ese momento, muchos podíamos pensar que controlábamos, que éramos capaces de prever los acontecimientos.

Dos movimientos nuevos

Pero la adolescencia de los hijos suele abrir la caja de Pandora que desvela la verdad: lo poco que podemos controlar en nuestras vidas y, mucho menos, en las de ellos. Y, entonces, nos toca practicar dos movimientos:
1. El que tanto maravilló al sacerdote: ponernos de rodillas. Pedir a Dios por nuestros hijos, siguiendo el ejemplo de Santa Mónica.

2. Cerrar los ojos y dejarnos caer en los brazos de Dios, confiar en Él. Sabiendo que no hay una sola lágrima, ni siquiera esa que se cae, sin espectadores, en la encimera de la cocina, que Dios haya obviado nunca.
El padre Jorge, sacerdote de mi parroquia, nos habló el domingo pasado en la homilía de un letrero en el que se podía leer: “God is nowhere” (Dios no está en ningún sitio). Mirando algunas adolescencias, podemos pensar eso. Pero, cambiando un poco la perspectiva, en el letrero se podía leer también: ”God is now here” (Dios está aquí ahora).

Así que, en el Cielo, alguien más que el sabio sacerdote del principio, estará pensando, “¡Qué maravilla!”, cada vez que la adolescencia nos ponga de rodillas. Y, sólo desde esa perspectiva, comprenderemos que Dios no jugaba a los dados cuando creó la adolescencia: Dios contaba con ella para sacar adelante su plan.

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