Hace ya un año que en España, y en otros tantos países a lo ancho del mundo, nos veíamos obligados a recluirnos en casa. El confinamiento estricto al que nos sometimos durante varios meses nos hizo darnos cuenta de la importancia que tiene para nosotros el hogar que habitamos y todo lo que sucede dentro de él.
Estar 24 horas metidos en nuestras cuatro paredes despertó en muchas personas el deseo de reformar algún rincón de su hogar, decorar el salón, empezar a cultivar tomates en la terraza o adentrarse en el fascinante mundo de la panadería casera (la harina, y no sólo el papel higiénico, escaseó en los supermercados durante semanas).
Es más, según el portal inmobiliario Idealista, el confinamiento incrementó el deseo por comprar casas grandes y chalets con piscina y jardín.
Así, mientras que nuestro interés por las cosas de la casa iba en aumento, un libro escrito por varias autoras americanas encontró en estos tiempos de pandemia el abono necesario para iniciar una revolución aún más profunda en miles de hogares católicos de Estados Unidos.
Theology of home, finding the Eternal in the Everyday (Teología del hogar, encontrar lo eterno en lo cotidiano,TAN Books, 2019) es un precioso volumen lleno de inspiradoras imágenes. Con él sus autoras, Carrie Gress, Noelle Mering y Megan Schrieber, profundizan en el significado trascendente del hogar.
"Esta es una simple guía para ayudar a reorientarnos hacia nuestro verdadero hogar, permitiéndonos pensar a conciencia en cómo hacer que nuestros hogares en la tierra estén mejor equipados para llevar a todos los que viven en ellos a la Casa del Padre", explican en la introducción de este libro, que, de momento, sólo está disponible en inglés.
La Teología del hogar no es por tanto un compendio de recetas, trucos o consejos para tener la casa más bonita y ordenada, sino un modo de entender los elementos básicos de un hogar como un medio para vivir en la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana.
El objetivo es hacer de nuestras casas una especie de “lugar santo” (un santuario), donde no solo haya alimento para el cuerpo sino, sobre todo, para el alma.
Esta meta se materializa de formas muy concretas. Por ejemplo, decorando nuestros hogares con elementos que nos ayuden a rezar y a hacer palpable nuestra fe; usando la luz de las velas para crear un ambiente más cálido; viviendo los tiempos litúrgicos de una forma consciente dentro de la familia.
También, creando tradiciones que generen grandes recuerdos de comunión entre nosotros, marcando el ritmo del día con diferentes oraciones (el Ángelus, la bendición de la mesa, etc.); o simplemente dando un sentido trascendente a todo lo que hacemos en nuestro quehacer diario.
El alimento es uno de esos elementos básicos que marcan el ritmo vital de una casa. Pensar el menú, hacer la compra, guardarla, preparar los platos, consumirlos y limpiar, comida tras comida, son tareas laboriosas y cíclicas que dan forma a nuestros días.
Sin embargo, esta prevalencia de la comida en nuestra vida tiene un significado más profundo que el de simplemente alimentarnos.
"Nutrimos nuestras relaciones a través de las tareas diarias de los platos, los suelos cubiertos de migas, los adolescentes hambrientos que van a buscar agua para un niño más pequeño, los intentos de conversación civilizada y los gritos de risa ante las tonterías de un hermano. En medio de estos detalles se tejen hilos simples, pequeños y extraordinarios", explican las autoras.
La comida tiene un sentido comunitario pero también ceremonial. Nuestra vida litúrgica está marcada por los tiempos de ayuno y de fiesta, y en con cada Eucaristía recibimos al mismo Cristo como alimento. Él es el único que puede saciar realmente el anhelo de plenitud de nuestra vida.
Que las tareas domésticas no son un plato fácil con el que lidiar es evidente. Su carácter repetitivo y voluble (la cocina dura recogida lo que tarda en llegar el siguiente turno de comida) genera muchas veces tedio y frustración.
En cambio, la Teología del hogar enseña que todas esas "tareas de servicio como lavar la ropa o los platos pueden asumirse con más facilidad cuando se entienden en el contexto del gran esfuerzo por crear belleza en lo cotidiano".
Esforzarse por amor en crear una vida bella con aquello que tenemos y se nos regala es el modo de transformar la pesada carga de los quehaceres domésticos en un medio de santificación.
Abrir nuestra casa a otros es abrirles también nuestra vida y nuestra intimidad. El hogar cristiano no es una isla apartada del mundo. Y, aunque la situación de pandemia desaconseje ahora las visitas, lo cierto es que entre los católicos existe la llamada a salir de la comodidad y la seguridad de nuestra forma de vivir por amor a los demás.
La hospitalidad requiere esfuerzo; supone preparar las camas, hacer una limpieza extra, cocinar para más personas o atender las diversas necesidades del huésped, pero esta es una forma de evangelizar que tiene una fuerza especial.
Las autoras aseguran que "quizá no podamos conseguir que todos nuestros amigos y conocidos atraviesen las puertas de una iglesia católica, pero sí podemos conseguir que entren en nuestras cocinas".
"Nuestros hogares no están destinados a ser meras plataformas de lanzamiento para nuestro éxito en el mundo; más bien, nuestro éxito en el mundo es por el bien de nuestro hogar".
Con esta contundencia explican las autoras que el trabajo o la carrera profesional sólo tiene sentido cuando está al servicio del hogar, y no al revés. Si el trabajo se considera como un bien separado y en competencia con el hogar o se empieza a ver la identidad personal como derivada del trabajo, la vida doméstica empieza a devaluarse.
"El trabajo, a menudo tedioso, de la vida doméstica y de la crianza de los hijos, se eleva y ennoblece cuando tanto el marido como la mujer lo reconocen como una participación en un bien excelso, valioso en sí mismo y en aras de su fin último de santidad", explica el libro Theology of home.