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Ser mujer es peligroso en América Latina

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Chayathorn Lertpanyaroj - Shutterstock

Macky Arenas - publicado el 23/03/21

El fenómeno de la violencia intrafamiliar hunde sus raíces en el terreno cultural donde se esconden diferencias educativas fundamentales

Hace poco escribíamos sobre el feminicidio en Cuba. Tal y como han evolucionado las cosas en las últimas semanas, nos quedamos cortos. El fenómeno avanza con sorprendente rapidez hacia peor. Cada día se reporta, si no un asesinato, al menos agresiones importantes dentro del núcleo familiar.

El portal de la Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina y el Caribe publicó el pasado 10 de marzo: “Mientras que en la mayoría de países de la región las legislaciones avanzan en la protección de la mujer con acciones como la tipificación del feminicidio, en Cuba la tendencia es contraria. Ocultamiento de cifras, escasa o nula protección policial e impunidad son algunas de las realidades que sufren las víctimas”.

Como bien apuntan, poco cuenta la considerable presencia de mujeres a nivel estatal y político, que según cifras oficiales representan el 46 por ciento de la fuerza laboral del sector público-civil y el 65 por ciento de profesionales y técnicos del país. Mientras que en las últimas elecciones del Poder Popular se eligió a un 40 por ciento de delegadas y a un 30 por ciento de presidentas de asambleas municipales.

De acuerdo con la estadística que llevan medios independientes y plataformas de la sociedad civil, este sería el feminicidio número doce (12) en lo que va de año en la mayor de las Antillas. Justo el 8 de marzo, la semana anterior, otra joven cubana fue ultimada en Bayamo y su hermana y padre heridos al intentar protegerla de su pareja. Se conocieron imágenes del movimiento de autos policiales el 15 de marzo (2021) cuando encontraron asesinada y violada a la florista llamada Maribel Torres Mora.

Por las redes circula la macabra historia de una cubana quien, apenas a los 20 años, tocó sobrevivir por primera vez. “Desde su sillón de ruedas –consta en el reportaje de Claudia Montero para Cubanet- Leydis García Medina, 43 años, residente en el batey Deseadas del municipio Colón, en Matanzas, reconstruye las últimas dos décadas de su vida: hace más de dos décadas Alexander Flores Miranda, su pareja en ese tiempo, la golpeó y después la lanzó del quinto piso del edificio donde vivía”.

En Venezuela las cosas no son menos preocupantes. Y en todo el Caribe. Pero no todo puede explicarse por la pandemia, tal vez el pico que presentan los hechos, pero no el fondo del problema que viene creciendo desde hace mucho tiempo.

El nudo es intrafamiliar

No sólo estamos hablando de violencia de género, es decir, del hombre hacia la mujer o viceversa, que aunque mucho menos frecuente también ocurre. Lo más significativo es que se trata de una agresividad intrafamiliar que pone sobre el tapete el deterioro de la familia en sí misma, el cual que viene dado, a su vez, por la desvaloración que la sociedad viene cultivando hacia las relaciones y estructura familiares.

Virginia Rivero, una abogado experta en temas relativos a la mujer y la familia -miembro de la directiva de la Unión Internacional de Mujeres Católicas- pone el acento en un aspecto que parece crucial: “Desde la niñez, en nuestros países las diferencias educativas impuestas por estructuras patriarcales definen diferencias en la educación de hombres y mujeres. El hombre ha sido formado para dominar, para mandar, para someter y conseguir, no obstante, que la mujer lo obedezca, se le amolde y hasta lo quiera y se quede a su lado, así como es”.

El gran obstáculo es, hay que subrayarlo, cultural. Basta que una mujer se encuentre en semejante situación hogareña, para que su madre le diga: “Bueno, hija, aguanta, piénsalo, trata de arreglar las cosas. Ése es el carácter de tu marido, pero hay que manejarlo…” Acota Virginia: “Lo que no se dan cuenta es que la mujer se halla en peligro inminente. Mientras nosotras hablamos este tema, hay infinidad de parejas inmersas en un espiral de violencia tal que por minutos, horas o días, en nuestros países se registran casos graves de violencia intrafamiliar, muchos de las cuales llegan al feminicidio”.

Por sólo citar algunas cifras que dan cuenta de la expansión del fenómeno desde mucho antes de la pandemia, diremos que en 2018, al menos 3.529 mujeres fueron asesinadas por razón de su género en la región. Información oficial de 15 países de América Latina y 4 países del Caribe mostró que 4.555 mujeres fueron víctimas de feminicidio o femicidio en 2019. En 2020 los datos revelaban que una mujer era asesinada cada dos horas en el continente. Es escalofriante. Y si consideramos que son muchos los casos en donde no se denuncia por temor o se confunden con homicidios tradicionales, el número podría elevarse increíblemente.

El portazo salvador

Las situaciones de violencia no se hacen esperar, a veces desde el comienzo mismo de la relación. Obviamente, el proceso es gradual hasta llegar al feminicidio que representa el culmen de la agresión. Las cosas comienzan vejando y humillando, haciendo sentir a la mujer inferior, incluso se toca el extremo de encerrarla en casa sin poder salir a menos que lo haga con la pareja. Si la mujer se rebela y resiste, sobreviene la violencia máxima, el asesinato. Es la triste y cotidiana historia en muchos de nuestros países, en unos más que en otros, pero es recurrente.

Hay un factor que no es de fondo pero es casual. De acuerdo a lo revelado por la OMS (Organización Mundial de la Salud), en paralelo a la pandemia del Covid19 se ha generado una importante expansión emocional de delitos de esta naturaleza entre los cuales –no habiendo estadísticas- podría incluirse el repunte o rebrote del feminicidio.

No cabe duda de que la pandemia ha potenciado el tema de la violencia entre las parejas y su rostro intrafamiliar se ha disparado con la violencia hacia los más vulnerables de la familia, los niños, la mujer, los ancianos. “Valga un ejemplo –dice la especialista- si un hombre pierde su trabajo por el cierre o quiebre de empresas durante la pandemia, eso lo tornará irritable. En lugar de dar un portazo e irse, lo que no puede por la cuarentena, con quien la va pagar? con la mujer o los hijos que son los más débiles y los que tiene al lado”.

La pandemia aísla a la gente. La mujer está aislada, encerrada con su agresor 24 horas. Sus relaciones de apoyo en la comunidad y en su familia se han cortado. No tiene quien la escuche, la acoja o la defienda. Se agudizan las tensiones en el hogar, que siempre las hay pero todo depende de cómo se manejan. La vía violenta es la peor.

Se impone rescatar la paz en el hogar y la resolución de conflictos por la vía del diálogo, del encuentro con el otro para evaluar lo que ocurre y buscar una solución. “Hay otros factores presentes en la situación de pandemia y particularmente en nuestros países, ya golpeados por la grave realidad económica, como lo son la falta de recursos, el dinero que no alcanza, el que conserva su trabajo ya no produce lo mismo. Todo ello exacerba las tensiones en el hogar, con pandemia o sin pandemia y el alerta rojo está encendido ante el repunte emocional a que se refiere la OMS durante este año en que el Covid19 ha causado estragos”.

Ansiedad y depresión, explosiva combinación

Un estudio reciente de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas reveló que el 46% de la población venezolana estaba presentando altos niveles de ansiedad y depresión. Todo ello potencia la violencia. “Hay pocas cifras –agrega Virginia- a pesar de que existe una obligatoriedad por parte de los gobiernos de aportar números. Ellos no se conocen. Si están recogidos, no se han publicado”. Obviamente, en algunos países como Cuba por ocultamiento; en otros, por desmerecimiento del problema, como pasa en casi todas partes.

Hay cifras de Cepaz, una ONG en Venezuela que está haciendo una gran labor en el monitoreo de la violencia. Hace poco dio a conocer que para este año el panorama es alarmante. El 44% de episodios violentos contra la mujer se produce entre los 22 y 42 años; por otra parte, los agresores también son jóvenes, entre 19 y 32 años, con antecedentes de violencia. El 11% es feminicidio de mujeres adultas mayores entre 64 a 80 años.

“Esto pone de relieve otro factor que interviene, pues si a esos jóvenes violentos se les hubiera atendido y tratado, otra habría sido la historia, probablemente no habrían llegado a cometer el femicidio. Otro dato es que el 33% de ellos está en fuga, a pesar de que se conocen pues, por lo general, el agresor tenía vínculos de convivencia con la víctima pues al menos en un 50% de ellos, eran matrimonios, unión de hecho, parejas. 27.8, casi uno de cada tres, es un miembro de la familia. Eso te dice claramente que la que está enferma es la familia”.

Interpela a toda la sociedad

La violencia contra la mujer ha sido reconocida por la propia CIDH (Corte Interamericana de Derechos Humanos) como un problema creciente en la sociedad actual: es una violación de los derechos humanos, un problema social, un problema de salud pública y una barrera al desarrollo económico de los distintos países. Una sociedad que presente este fenómeno debe asumirse como insana. El tema afecta a toda una comunidad que debe preguntarse qué pasa con los valores, con la familia, con el desprecio por la vida.

Hijos crecidos en un hogar violento fácilmente aprenderán a resolver sus problemas por las malas y eso es un riesgo potencial para el mundo alrededor. Toda la sociedad debe involucrarse en la tarea de resolver. Dice Virginia: “Primordial es fortalecer la familia, los lazos que la unen, el diálogo, la comunicación entre la pareja, el respeto que se deben, concientizar en la dignidad inviolable del otro”.




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De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (Cepal), Brasil y México presentan el mayor número de casos en una región en la que la ausencia de Justicia es el común denominador en un desangre que no para. De nuevo, el gran obstáculo para frenar el desangre es la impunidad. Mucho se ha discutido si se trata de un vacío legal o de la ausencia de estado de derecho. Lo cierto es que en el caso de los asesinatos de mujeres, por razón de género, la impunidad es el resultado de la debilidad institucional cuyos síntomas son la falta de respeto por el Estado de derecho, la corrupción y una administración de justicia deficiente. Como quiera que se le mire, el Estado es principal responsable.

La mujer-cordero

La pregunta surge de inmediato. ¿Qué hace que una mujer cumpla todas las etapas del proceso de la violencia y permanezca allí, aún a riesgo de su vida? ¿Por qué esa sumisión hacia la fatalidad? ¿Por qué no decir basta y dar un giro a su situación? Es la pregunta que todo el mundo se hace, pero se trata de un proceso enraizado en la propia cultura a la que se pertenece, es muy complejo y la que está inmersa en ese conflicto, llena de temores y sin capacidad de decisión, no siempre se percata a tiempo.

México y Brasil son los países que registran más casos de feminicidio al año en la región, mientras que la tasa más alta por cada 100.000 habitantes la tiene el denominado Triángulo Norte de Centroamérica (El Salvador, Honduras y Guatemala), además de Bolivia y República Dominicana.

El blog *Connectas* destacó –de una nota escrita por Lorena Arroyo para Univisión- el triste caso de El Salvador, país donde, “a 25 años de la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin al conflicto armado, se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo y particularmente peligroso para las mujeres”. Según el informe The Small Arms Survey del 2016, es el tercero con la mayor tasa de muertes violentas de mujeres, solo después de Siria y Lesotho.

Esos países se llevan los deshonrosos primeros puestos en el ranking de las tasas más altas por cada 100.000 habitantes. Hoy, se suman Cuba y Venezuela a las naciones que encienden las luces rojas en este sentido.

“La violencia de género ocurre de forma sistemática en nuestra región. No conoce fronteras, afecta a mujeres y niñas de todas las edades y sucede en todos los espacios”, señaló Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la institución, con ocasión del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Pese a que se implementaran más de 90 medidas en toda la región para tratar de evitar los femicidios en el marco de la pandemia, la institución consideró que en general el funcionamiento de los servicios ha sido “muy complejo y limitado”.

La “guerra invisible”

Ciertamente y como se la ha calificado, se trata de una guerra invisible que mata a 12 mujeres por día en América Latina. El panorama regional es desolador. En noviembre del 2020, la agencia EFE, basada en datos de Cepal – Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal)- informó que en 2019 al menos 4.640 mujeres fueron víctimas de feminicidio en América Latina, lo que implica un incremento del 31,5 % respecto al año anterior. Han calificado esta lacra como una “pandemia en la sombra”.

Los feminicidios en Latinoamérica crecen exponencialmente, y la violencia machista afecta a millones de mujeres y de familias. Es un fenómeno al que el Estado y la sociedad deben poner freno de inmediato. “La gran cantidad de denuncias en línea y de forma presencial exige fortalecer la acción pública con aumento de recursos fiscales y medidas que garanticen la atención integral” –agregó el informe de Cepal- Es hora de hacer lo debido para evitar un cáncer terminal en esta materia.

Y lo debido y urgente es avanzar en forma integral y acelerada en la garantía de los derechos y la autonomía de las mujeres en sus dimensiones económica, física y en la toma de decisiones. Ello implica que los estados combatan efectiva y definitivamente la impunidad en los crímenes intrafamiliares.

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