Una joya del pasado colonial e indígena mexicano que devoraron las llamas y la falta de previsión
El domingo 7 de marzo quedará grabado en el corazón y en la memoria de muchos mexicanos que admiran el patrimonio cultural histórico y religioso de su país.
Ese día, sobre la techumbre frágil del templo de Santiago Apóstol, en la comunidad de Nurío (Estado de Michoacán) alguna chispa provocó que el fuego se propagara en el tejamanil. Y se redujo a cenizas una de las joyas de la Meseta purépecha cuyos orígenes se remontan al obispado del ahora beato Vasco de Quiroga, Tata Vasco para los indígenas, en el siglo XVI.
Algunos le llamaban “la Sixtina de la Meseta”. Había recobrado su esplendor a partir de la restauración que se hizo comenzando en 2003 por parte del Consejo Nacional Adopte una Obra de Arte A.C., la World Monument Found y otras entidades y particulares.
Estas entidades, anteriormente, habían restaurado la pequeña capilla aledaña de la Inmaculada Concepción, situada en la zona de hospital o “la Huatapera”. Si bien el origen de los dos templos es del siglo XVI, se terminaron de construir en el siglo XVII.
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