La personalidad española del siglo XX que ha conseguido, mejor que ninguna otra, el difícil equilibrio entre los planos de la estética y la moral
Cuando se cumplen 40 años de la publicación de ‘Los santos inocentes’, una de las obras más populares del novelista Miguel Delibes, su trayectoria literaria se mantiene como un ejemplo vivo y destacado de compromiso con la creación literaria y la justicia. O como diría su compañero y amigo, el también escritor César Alonso de los Ríos, con la ética y la estética. “Para mí, Miguel Delibes ha sido la personalidad española del siglo XX que ha conseguido, mejor que ninguna otra, el difícil equilibrio entre los planos de la estética y la moral”, aseguró en su célebre libro de entrevistas con Delibes “Soy un hombre de fidelidades”.
‘Los santos inocentes’ es una obra ejemplar de esa doble condición. Por un lado, estamos ante un experimento formal, que opta por narrar su historia sin recurrir a algunos signos elementales de puntuación, como el punto o las comillas, en un encadenado de frases e ideas que evoca, por un lado, la oralidad del mundo que retrata -el de unos atrasados campesinos de un latifundio extremeño en la España de los 60- y, por otro, el carácter circular de una existencia que no parece progresar.
La inocencia de sus personajes
Pero si algo destaca en la obra es la mirada del escritor hacia unos seres desasistidos e indefensos, a los que, no por casualidad, engloba bajo el título de ‘santos inocentes’. Parte de ellos ostentan esa condición por ser individuos que no han podido superar el estado de ‘inocencia’ original por un defecto en su desarrollo, que les ha situado en una eterna infancia.
Es el caso de la Niña Chica, aquejada de parálisis cerebral, pero también de Azarías, que mantiene una relación primitiva y espontánea con la naturaleza que le rodea y con los demás seres humanos. Pero también son inocentes, si bien de otro modo, Paco el Bajo y su mujer ‘La Régula’, víctimas de unas relaciones de dominación, de carácter casi feudal, que les imposibilitan desarrollar plenamente su autonomía. No pueden hacer planes, ni decidir sobre sus vidas, ni sobre las de sus hijos, en realidad. De hecho, los señores se niegan a que la hija de ambos pueda hacer la Comunión. Y su bondad natural facilita su atropello.
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