Brasil reportó su primer caso de coronavirus el 26 de febrero de 2020. México lo hizo dos días más tarde. A un año de la pandemia, ambos países ocupan el segundo y el tercer lugar en número de personas fallecidasDe hecho, el continente americano es la región de la Tierra donde el coronavirus ha pegado con mayor virulencia. Y esto se refleja, también, en el número de pobres que ha dejado tras de sí la pandemia en la región de América Latina y el Caribe.
Además de los sistemas sanitarios tan débiles que tienen los países del área y de los escándalos que se han producido por la distribución de las vacunas contra la Covid-19, es posible que se acerque una tercera ola con la llegada del otoño a los países del sur.
Y esto sería el clavo en el ataúd del desarrollo para la región. Según un reciente informe de la ONU, debido a la pandemia, en 2020 la pobreza latinoamericana alcanzó sus niveles más altos en los últimos doce años, cancelando toda una década y poniendo entre paréntesis la siguiente.
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Impacto brutal
Siguiendo el informe de la ONU, aproximadamente el 33.7 por ciento del total de la población latinoamericana (que suma 654 millones de personas) están en la pobreza. Esto significa que 209 millones de personas son pobres y 78 millones se encuentran en pobreza extrema.
Dicho de otra manera, 131 millones de personas viven en la región con un salario que va de 1.90 a 3.50 dólares estadounidenses por día, mientras que 78 millones de personas, la mayoría mujeres y niños, sobreviven con menos de 1.90 dólares diarios.
Por su parte, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) confirmó el pasado jueves 4 de marzo que pese a las medidas de protección social de emergencia adoptadas por los gobiernos de la región para frenar el avance del coronavirus, este ha impactado brutalmente en el ingreso de las familias.
Según el informe de la Cepal, “la pobreza y la pobreza extrema alcanzaron en 2020 en América Latina niveles que no se han observado en los últimos 12 y 20 años, respectivamente”. Ello como consecuencia de la caída del Producto Interno Bruto (PIB) de 7.7 por ciento en el conjunto de los países latinoamericanos en 2020.
Diferencias “estridentes”
Por lo demás, las diferencias económicas que hacen que América Latina sea la región más desigual del mundo, también han marcado la letalidad del virus entre los más pobres (atendidos en hospitales públicos en las grandes ciudades) y entre los que se atendieron en clínicas y hospitales privados.
El caso paradigmático es México, un país al que San Juan Pablo II calificó sus desigualdades como “estridentes”, comenzando por las expectativas de vida en los diferentes barrios: alguien que nace y vive en un barrio rico tiene una esperanza de vida de entre 9 y 10 años más con respecto a una persona que nace en un barrio pobre.
Según un estudio de un equipo multidisciplinario de la Universidad Autónoma de México, quienes se atendieron en clínicas privadas tuvieron un índice de letalidad del 4.4 por ciento, mientras que quienes lo hicieron en hospitales públicos tuvieron un índice de letalidad de hasta 18.6 por ciento.
En este contexto, cobra relevancia el papel de la Iglesia católica, quien ha sido, para todos estos “descartados” un bálsamo de esperanza. Y la Iglesia “pobre” que quiere el Papa Francisco enfrentará los próximos años un rol preponderante para equilibrar al “continente de la esperanza”.