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Cambiar es bonito

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Evgeny Atamanenko| Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/03/21

No aferrarse a lo de siempre es la actitud, ante la pandemia y ante la vida, adaptarse a la realidad te permite escuchar a Dios

Las cosas que me suceden me hablan de Dios. Lo que veo en las personas y en los acontecimientos. Como una voz clara o tal vez confusa, ya no lo sé.

A menudo no sé interpretarla y saber lo que me conviene. Creo que me empeño en hacer lo de siempre, en repetir rutinas, en exigirle a la vida lo que siempre me ha dado. Incluso cuando ya no me lo puede dar.

Le pido a Dios que no me falle, que esté a la altura de mis expectativas. Quiero que todo salga como lo tenía previsto. Tengo derecho a vivir mi vida, me digo olvidando de pronto que la vida es un don, y no un derecho.

Igual que el tiempo que me queda y se me escapa entre los dedos. O ese aire que respiro y puede llegar a faltarme.

¡Qué caro sale ese oxígeno que no es el que me regala Dios! No acepto que las cosas cambien de repente y todo se dé la vuelta. Puede que no esté dispuesto a renunciar a nada, aunque la vida implique un riesgo.

Quizás me acostumbré a recibirlo todo sin tener que dar nada a cambio…

¿Seré capaz de cambiar?

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Lo que me da miedo de verdad es lo que decía Jorge Bucay:

“El único temor que me gustaría que sintieras frente a un cambio es el de ser incapaz de cambiar con él. Creerte atado a lo muerto, seguir con lo anterior, permanecer igual”.

Quizás yo tengo el miedo a quedarme igual que siempre, inmóvil ante este tiempo que cambia.

Nada será igual cuando pase la pandemia, pero no sé cuándo veré la luz al final del túnel. Yo espero no ser el mismo. ¿Habré cambiado en mis formas y en el fondo de mi alma?

Me da miedo no ser capaz de cambiar con los cambios. Empeñarme en hacer lo mismo de siempre. No ser capaz de adaptarme al aire cuando vuelo, o al mar cuando nado, o a la tierra cuando camino.

No ser capaz de hacerme sociable cuando soy amado y no lograr romper mi coraza cuando me abren el alma. Me da miedo no vencer mi pudor cuando confían en mí y no ser capaz de correr cuando correr toca. Como si la realidad a mi alrededor pareciera otra, o la de siempre.


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¿Escucho a Dios en lo que sucede?

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Sergey Novikov I Shutterstock

Me dicen que Dios me ama y yo me empeño en amarlo a mi manera que es egoísta.

Como si la vida consistiera en repetir modelos aprendidos o adaptarme a lo de siempre porque lo necesito, porque tengo derecho, porque siempre ha sido así, porque los demás tienen que adaptarse a mí y respetar mis necesidades esenciales.

No importa que otros tengan que renunciar, lo fundamental es que yo no tenga que hacerlo. Ni renuncio a mis fiestas, a mis retiros, a mis encuentros, a mis hobbies. No me importa el riesgo, tengo derecho, pienso. Y me aferro a lo de antes, porque es más seguro.

Dios sigue pasando en todo lo que me sucede. Y a mí me deja indiferente el sonido de su voz.

No quiero ser indiferente ante el mal que sufre el hombre, aunque yo no lo sufra. Ni quiero sentirme preso en mi egoísmo, ese pecado que se convierte en rutina dentro de mi alma.

Tampoco quiero tender de forma enfermiza a hacer siempre mis planes, mis deseos, mis proyectos. Yo y mi vida tal como la he soñado siempre, tal como la he vivido. Sin querer cambiar nada.

No importa que el mundo cambie en torno a mí. Yo sigo haciendo lo que siempre he hecho. ¿Qué importa? Nada importa. Aunque el mundo cambie, yo no estoy dispuesto a ninguna renuncia.

Nuevos horizontes

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Pexels

No sé si soy capaz de aprender algo nuevo en esta vida. De enamorarme de otras playas, soñar otros sueños, cantar otras canciones.

Quiero ser capaz de dejarme interpelar por los vientos. Y dejarme tocar por esas nuevas olas que acarician mis playas. Ya no sé si mi alma está abierta a nuevos horizontes. Y si mi corazón es capaz de dar cabida a más gente, o tiene suficiente con los de siempre.

Sueño con una vida diferente a la que ahora veo en mi pasado. Ni mejor ni peor. Sólo distinta como la tierra nueva que cambia en esta época de cambios.

No quiero regresar a lo de siempre. Sin dejar de luchar por esos valores que me enamoraron un día. Me gustan las palabras de Victor Hugo:

“Dejé de vivir historias y comencé a escribirlas, hice a un lado los estereotipos impuestos, dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas. Me olvidé de idealizar la vida y comencé a vivirla”.

¡Aventura!

Yo también quiero dejar los maquillajes y los disfraces. Olvido las mentiras y vivo mis verdades. Abandono las angustias y me quedo con la paz de los niños en medio de la tormenta.

Elijo los abrazos, aun sin poder darlos. Elijo el mar antes que el desierto. Y la lluvia que calma las lágrimas del alma. Elijo la aventura y no tantas rutinas. Amar lo que no conocía, sin olvidar lo que amaba. Y ensanchar el alma.

Decido comenzar de nuevo por donde dejé la escritura. Y pinto sobre un lienzo virgen las noches que he ido viviendo. No dejo de caminar aun en pleno invierno. Y no disimulo mi dolor pretendiendo no sentirlo.

Decido que desde hoy comenzaré a vivir de nuevo. Es tan bonito saber que la vida cambia a mi paso… Y yo con ella. Confío de nuevo en la paz que me da vivir feliz. Sabiendo que la realidad que toco es la mejor que tengo.

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