Desde niño era una especie de “bicho raro”, caminaba distraído con el corazón en el cielo. Mantenía largos diálogos con Jesús mientras andaba de vuelta de la escuela hacia mi casa. Venía de visitarlo en la capilla del colegio y sentía que iba conmigo, que estaba a mi lado, en mí. Iba solo, en apariencia. Él estaba conmigo. Y yo lo sabía.
Frente a mi casa en la ciudad de Colón, estaba el Hogar de las Siervas de María. Tenían allí una capilla pequeña, pero luminosa, hermosa.
El sagrario de aquella capillita siempre me marcó porque sabía con absoluta certeza, en mi corazón infantil, que allí habitaba Jesús.
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