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¿La mala gente nos influye negativamente?

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By Voyagerix | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/02/21

El mal de las personas me afecta, pero no me hace impuro

Tengo un corazón que no siempre piensa y siente de forma correcta. No sé por qué, pero no siempre encuentro la paz cuando navego en mi interior. No siempre descanso tranquilo cuando me quedo a solas conmigo mismo, en medio de la batalla.

Y es precisamente la paz lo que más deseo. Sueño con un corazón paciente, tranquilo, alegre, pacífico, puro, confiado. Tiene razón Jesús cuando me dice que del exterior no puede llegar a mi alma nada impuro. Que es de dentro de donde salen las impurezas.

“Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad” (Marcos 7,14).

¿Estoy contaminando yo mi entorno?

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Todo lo impuro nace en mi alma. Y con lo que sale de dentro yo puedo contaminar mi entorno. Mi mirada desconfía de los demás y los juzga. Los mira desde la propia herida de la que supuran rabia y amargura.

Mido las cosas por lo que es justo y lo que es injusto. El bien que me hacen o el mal que recibo me afecta. Siempre es así. Siento que no me valoran, no me toman en cuenta, no me quieren, no me aprecian.

Y esa lista interminable de desaires recibidos me llenan el alma de dolor y amargura. Pienso entonces que el mundo está mal y yo estoy herido. Y así brota el mal de mi corazón.

El mal que me daña por dentro. Porque el odio no me hace mejor persona. Me hunde en un sentimiento doloroso de injusticia. Todo es injusto a mi alrededor y sufro con ello.

Los demás actúan mal y yo quiero hacerlo bien, pero no me dejan. Entonces opino, critico, juzgo, condeno. La malicia surge de mi alma. ¿De dónde vienen esos sentimientos de venganza que afloran en el corazón?




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Miro hoy a Jesús que es compasivo y misericordioso, paciente y alegre. No mide si el mundo es justo con Él o no lo es. Él lo ama hasta el extremo.

Nada de lo que viene de fuera puede hacerme impuro. Me duele, eso sí. El mal de los hombres me afecta. Pero no me hace impuro.


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El mal no dañó a santa Bernardita

Recuerdo a santa Bernardita en la gruta donde se apareció la Virgen en Lourdes. Ella le pidió a esa niña ignorante que bebiera agua y ella sólo veía barro. Pero creyó:

“Vaya a beber y a lavarse en la fuente”.

Quiso ir al río, donde había agua pura, pero María le pidió que fuera junto a la roca, donde sólo había barro:

“Pero venciendo su natural repugnancia al agua sucia, bebió de la misma y se mojó también la cara. Todos empezaron a burlarse de ella y a decir que ahora sí se había vuelto loca”.

La miraban bebiendo del barro y se burlaban. Pero ella creyó en María. El mal de los hombres no le hizo daño. Y su corazón puro creyó en lo imposible.

Después de beber barro el agua comenzó a aparecer pura, cristalina, de la roca. Ella tuvo que creer en lo imposible. Creer que del barro podría brotar una fuente de agua pura, que limpiara y sanara el alma.

Sacar agua pura del barro

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Lourdes s'apprête à accueillir des milliers de pèlerins pour les fêtes de l'Assomption. © Aurélien Tournier

Esa fe de Bernardita es la que necesito tener para poder avanzar en la vida y ver pureza a mi alrededor. Necesito creer que del barro que hay en mi corazón Jesús y María pueden sacar agua pura, transparente, para dar de beber.

Necesito esa fe que cree sin ver, que confía sin poseer, y espera sin saber. Es la pureza en la mirada la que me hace esperar cuando todo a mi alrededor es oscuro.

Sé que sólo un corazón puro podrá cambiar el mundo que le rodea. Un corazón que piense bien y confíe siempre. Un corazón que vea la belleza de las personas y no se detenga en sus puntos oscuros. Una mirada que vea el mantel blanco sin fijarse tanto en la mancha pequeña que lo marca.

Nada del exterior puede hacerme daño cuando mi corazón es puro y confiado como el de los niños. Nada de lo que ocurra puede oscurecer mi mirada cuando tengo suficiente luz en mi interior.

Sólo desde mi corazón pueden brotar tinieblas y quitarme la paz y la alegría.




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Quiero tener un corazón que sepa amar bien, mirar bien, confiar y hablar bien de todos, que perdone y no guarde el rencor. Un corazón abierto al amor de Dios que se sepa querido como un niño en manos de su madre.

Beber de personas alegres

No sé de dónde brota mi tristeza, o mi rabia, o mi amargura en ocasiones. Algo habrá en mi alma que no está perdonado, o trabajado, o purificado.

Hoy quiero beber del agua pura que brota del corazón de María porque sé que su agua me salva. Me gustaría también tener yo agua para dar, un agua que brotara de la fuente de mi ánimo.

No es tan sencillo tener siempre sentimientos buenos y una mirada alegre y confiada. Debo beber de fuentes que tengan esa agua pura. Beber de personas que transmitan esperanza y alegría. Beber de aquellos que me hablen con optimismo en este presente extraño que ahora vivo.

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Paul Castanié | Unsplash

Quiero sacar de mi corazón sentimientos buenos, nobles, alegres.

Miro mi corazón en este tiempo de Cuaresma que se me regala. Es la oportunidad para dejar que Dios me vaya cambiando por dentro. Quiero encontrar la calma y sentir la mano de Dios en mi interior.

No tengo miedo, no me asusta renunciar para poder cambiar. Que Jesús me pode para crecer con orden. Que logre ahondar dentro de mi tierra para que la raíz de su amor se adentre en lo profundo.

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