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Breve historia de la Eutanasia: ¿una buena muerte?

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Miguel Pastorino - publicado el 22/02/21

Descubre cómo ha ido cambiando de contenido esta palabra, desde la Antigua Grecia hasta la actualidad

La palabra griega “eutanasia” designa en su significado original, documentado desde el siglo V a.C., una muerte “buena” o “bella”. Pero el ideal de una muerte sin sufrimiento designa el tipo de muerte esperada, pero no la muerte provocada o acelerada.

El término griego refiere a la representación de una muerte natural, suave, que el moribundo saluda como a un amigo que se acerca cuando ha llegado su hora. Pero no es ese el uso actual del término, la eutanasia actual no es la que elogiaban los antiguos.

La palabra no se usó en la cristiandad medieval, sino que el arte del buen morir tenía un trasfondo cristiano.

Preparación para la muerte

Después de varios siglos la palabra “eutanasia” vuelve a aparecer en un sentido nuevo y modificado respecto del uso antiguo en la obra de Francis Bacon (De dignitate et augmentis scientiarum, 1605), quien distingue la euthanasia exterior de la preparación interior del hombre ante la muerte y resume bajo este término todas las medidas médicas que facilitan al enfermo una buena muerte:

“Creo, además, que pertenece al oficio del médico mitigar los sufrimientos y tormentos de la enfermedad… también cuando, perdida toda esperanza de recuperar la salud, pueda lograrse una salida más suave y plácida de esta vida”.

Esta idea de ayuda a morir aparece así unos doscientos años antes de que fuese incorporada a los manuales de medicina.

Tomás Moro (1478-1535) en la Utopía y en el Diálogo del Consuelo, uno de sus últimos libros, escribe sobre la posibilidad excepcional de poner fin a la vida cuando al moribundo solo le esperan puros tormentos sin posibilidades de alivio. Es el primer texto moderno que centra el tema dentro de los límites de la medicina y de la moral.

Renuncia a acortar la vida

Recién en el siglo XIX aparece en obras terapéuticas la comparación con el parto, donde el médico, así como facilita la entrada en la vida, también ayuda al final de la existencia con el suministro de analgésicos y un acompañamiento humano empático del moribundo.

Pero siempre el límite indiscutido de la ayuda médica al morir es la renuncia a todo acortamiento de la vida. Este principio ético de la medicina recién será cuestionado con el desarrollo de la medicina intensiva moderna que llevarán hasta el absurdo la prolongación de una vida a cualquier precio (obstinación terapéutica).

Christoph Wilhem Hufeland (1762-1836), un célebre medico berlinés, escribió:

No debe ni le está permitido hacer otra cosa más que mantener la vida: sea una dicha o una desdicha, tenga valor o no lo tenga, no es asunto de su incumbencia. Y si alguna vez se atreviera a incorporar esa consideración en su actividad, las consecuencias son impredecibles y el médico se convierte en el hombre más peligroso del Estado. Pues una vez que se ha traspasado esa línea, una vez que el médico se cree con derecho a decidir acerca de la necesidad de una vida, solo se necesita una progresión gradual para aplicar también a otros casos la carencia de valor y, consecuentemente, la imposibilidad de una vida humana. (Schockenhoff, 2012, 514)

Hufeland entendió que el mandato del médico es acompañar en la muerte, aliviando el proceso del morir, rechazando cualquier forma de provocación de la muerte, porque matar al paciente, aun con la excusa de aliviar su sufrimiento, convierte al médico en “el hombre más peligroso del Estado”.

La creación del “derecho a la propia muerte”

Por ello, hasta comienzos del siglo XX, eutanasia significaba el acompañamiento en el proceso de muerte sin acortamiento directo o indirecto de la vida. Pero el sentido del término se ha ampliado y hoy designa exactamente lo contrario.

Es en 1895 que el escritor Adolf Jost en su polémico escrito “El derecho a la propia muerte”, donde por primera vez se exige la despenalización de la muerte a petición no solo en caso de una enfermedad incurable, sino también en el de una perturbación mental grave.

El autor, sin matices, explica que “el valor de una vida humana puede no ser solo cero, sino también negativo” y en esos casos que dar prioridad al valor “cero” de una muerte rápida e indolora que aceptar un valor de vida “negativo”.

El autor no solo se limita a defender el derecho a la muerte a petición, sino que anticipa la idea de que el Estado está obligado a realizar una higiene racial, eliminando toda vida “enferma” del cuerpo sano de la nación. Así, el valor de un hombre se mide por la diferencia de alegría y dolor que su vida representa para él mismo y de la ponderación de utilidad y prejuicio que representa para la sociedad.

Darwinismo social

Una supuesta ética de la compasión cuyo correlato es un darwinismo social acabará promoviendo publicaciones que ofrecían en Alemania a juristas y médicos, foros donde discutir los primeros proyectos de ley para la despenalización de la eutanasia.

Las propuestas estaban formuladas de forma tan amplia que varios presentaron reservas y objeciones a la inclusión no solo de enfermos terminales, sino de discapacitados. La preocupación por la ampliación a eutanasias involuntarias ya era una preocupación en aquellos años siguientes a la Primera Guerra Mundial.

Desde finales del siglo XIX en Estados Unidos y Gran Bretaña hubo varios movimientos y autores que justificaban la eutanasia de enfermos terminales, ancianos con demencia y discapacitados. Entre 1920 y 1940 la comunidad médica alemana debatía el tema.

Una influyente publicación de los profesores Karl Binding, un especialista en jurisprudencia constitucional y criminal y Alfred Hoche, un prestigioso psiquiatra, titulada “Permitir la destrucción de la vida sin valor” presentaba la eutanasia y el suicidio asistido como una respuesta compasiva y humanitaria a aquellos que la pidieran. La obra fue profundamente debatida y rechazada en la Conferencia de la Sociedad de Psiquiatría Forense de Dresden en 1922.

El experimento nazi

Pero al llegar los nazis al poder, se terminó el debate y la ideología eugenésica que promovían la esterilización y la eutanasia fueron ampliamente propagadas a través de la educación y los medios.

La literatura que circulaba en los ambientes médicos alemanes de la época entendía que eliminar a las personas con “vidas indignas” era un “acto misericordioso”. A su vez defendían también la importancia de un debido control del procedimiento y del necesario “consentimiento” de los candidatos, quienes debían solicitarlo expresamente.

Primero se instituyó un programa de “muerte suave” de “adultos enfermos incurables y enfermos mentales” sobre la base de la compasión, pero en pocos años se extendió la práctica en niños con discapacidad cuyas familias no podían atenderlos debidamente. El número de niños se cuenta en 6.000 en la primera fase del programa.

Aktion 4

El famoso programa “T4” localizado en Berlín se extendió a varios hospitales y centros de salud, y a los médicos que lo llevaron adelante y que se consideraban expertos en “ayudar a morir”, se les concedió inmunidad legal para ejercer su tan delicada misión.


LOS QUE SOBRABAN

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La Declaración Universal de Derechos Humanos se fundamenta en la dignidad inherente de todo ser humano, por el hecho de serlo, sin importar su condición o situación vital, no hay personas más dignas, porque no hay vidas humanas más valiosas que otras.

En este sentido, el derecho a la vida y la dignidad inherente de cada persona son realidades irrenunciables, uno no puede renunciar a su condición humana, por eso no puede renunciar a su dignidad. Los horrores cometidos bajo la excusa de clasificar vidas que merecen la pena vivirse y otras que no, mostraron las consecuencias de relativizar el valor de una vida.

¿Y en la actualidad?

El término eutanasia actualmente ha adquirido un uso generalizado, con una gran ambigüedad en los usos del término. Pero desde el punto de vista médico consiste en todo tipo de acción u omisión que suponga objetiva e intencionalmente, el adelantamiento de la muerte en la fase final de la vida.

Actualmente la eutanasia es legal en los Países Bajos y en Bélgica desde 2002, en Luxemburgo desde 2009, en Canadá en 2016, en Nueva Zelanda en 2020, y en España y Portugal está en proceso de legalización.

En Colombia está despenalizada desde 1997, pero no hay una ley que la regule, pero en 2014 la Corte Constitucional ordenó al Ministerio de Salud impartir una directriz para conformar Comités cuya función será garantizar “el derecho a la muerte digna de pacientes en fase terminal que lo soliciten”. En Suiza es delito, pero es legal el “suicidio asistido”.

Y en Estados Unidos no hay una ley para todo el país, sino en algunos estados como Oregón, Washington, Montana, Vermont, Colorado, California, Hawai, New Jersey y Maine.

Es ilegal en la mayoría de los países del mundo, porque es una forma de homicidio, contraria a los derechos fundamentales y a la ética médica.

Los médicos, en contra

La Asociación Médica Mundial reafirmó en 2019 su firme convencimiento de que la eutanasia entra en conflicto con los principios éticos básicos de la práctica médica, instando a los médicos a no participar, incluso si está permitida por la legislación de sus países.

En el Informe del Comité de Bioética de España de 2020 sobre el final de la vida, se lee:​

“​La inalienabilidad del derecho a la vida que condiciona al mismo en el sentido de no admitir su contenido negativo deriva de su necesaria conexión con la dignidad humana y la libertad. El derecho a la vida es irrenunciable en la medida que no se puede exigir el derecho a morir. El individuo puede desplegar aquellas conductas que impliquen, en virtud de su agere licere, dejar discurrir a la naturaleza y, por ejemplo, no adoptar las medidas necesarias en orden a poner remedio a una enfermedad o situación física que le encamine hacia la muerte. Por ello, el tratamiento médico es voluntario con excepciones vinculadas generalmente a la salud pública. Sin embargo, la persona no puede exigir del Estado o de un tercero una acción positiva que ponga fin a su vida”.

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