Tiempo atrás los monasterios y conventos eran una especie de hospital donde curaban y cuidaban la salud de los enfermos. Las infusiones era un recurso habitual para aliviar ciertos dolores como la pesadez de estómago o una mala digestión.
Algunos monasterios contaban con un monje enfermero, que se ocupaba del cuidado y organización del jardín casero donde cultivaban una gran variedad de hierbas. Otra de sus tareas era recoger y secar las hierbas, así como también administrar los medicamentos a los enfermos, débiles y ancianos, de acuerdo a las características terapéuticas de cada planta y el malestar de la persona.
Por otro lado también tenían un monje herbolario designado para la preparación de remedios farmacológicos naturales.
Una de las santas que tenía mucho conocimiento sobre las hierbas y dedicó alguna de sus obras a su uso y a la medicina fue Santa Hildegarda de Bingen, incluso la llamaban ¨la herbolaria de Dios¨. Entre las plantas más utilizadas están la ruda, toronjil, ajenjo, valeriana.
Actualmente contamos con más información científica que en esos tiempos acerca de las hierbas y sus componentes, propiedades, usos, y contraindicaciones según las patologías. Incluso hoy muchas de esas plantas son utilizadas para realizar varios medicamentos avalados por la ciencia para tratar distintas enfermedades.
Por lo tanto es importante aclarar que un té o infusión de hierbas a pesar de que puede ayudarnos a aliviar algún síntoma o malestar pequeño nunca sustituye un medicamento indicado por el médico.
¿Cómo preparar una infusión de hierbas?
Hay varias formas de preparar las hierbas, pero una de las más comunes y fáciles son el té o tisanas e infusiones.
Para elaborar una infusión se debe añadir las hierbas en agua hervida cerca del punto de ebullición, colocar en una jarra de vidrio o barro, dejarlas reposar durante 5 a 10 minutos, colar, y servir en taza.
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