¿Por qué el amor hasta que llega la muerte nos une a la vida? Historias reales de pacientes del Centro de Cuidados Laguna cuando estaban a punto de morir.Hay finales completamente inesperados. No es algo exclusivo de las películas o las novelas. Pasa en la vida real. Especialmente cuando esos últimos días suman porque el tiempo ya resta. Con la muerte a la vuelta de la esquina, siempre que haya cariño y comprensión alrededor, resulta “curioso” cómo aflora algo que ilusiona. A veces detalles, otras importantes últimas voluntades.
Muchas de ellas se cumplen porque no se acorta la vida, porque se vive con dignidad hasta el final gracias a unos buenos cuidados paliativos esos días que no son el tiempo de descuento. El Hospital-Centro de Cuidados Laguna de Madrid ha reunido en el libro solidario “La Vida y un día más” un puñado de historias reales, un canto de amor a la vida, un ejemplo vital de qué ocurre cuando se acompaña hasta el final. Ejemplos pare reiterar –en medio de aprobaciones de la ley de eutanasia- que “la vida no se toca”.
El matrimonio de Marta y Roberto
Marta y Roberto iban a divorciarse. Estaba decidido pero acordaron retrasar la decisión a después de que su hijo Samuel, de 31 años, falleciera. Sufría un tumor cerebral incurable. Ingresado en Laguna, le pesaba más ver distanciarse a sus padres que ver la muerte tan cercana. Creía que él, con su enfermedad, estaba perjudicando a su familia.
Con la ayuda de la psicóloga del centro, Samuel consiguió que sus padres entendieran que debían colaborar. Hasta aceptaron mediación matrimonial. Estar los dos a una con su hijo volvió a unirles, superaron la crisis y decidieron seguir con el matrimonio, incluso cuando Samuel falleció pocos meses después.
El regalo de María
María estaba sola. Nadie iba a visitarla. Estaba triste, intranquila. Contó a la trabajadora social que le pesaba la culpa de haber abandonado a su hijo de pequeño. Desde el centro consiguieron localiza a Pedro, que vivía en el extranjero. No quería saber nada de su madre, habían pasado muchos años y él estaba casado y con una vida feliz.
Animado por la trabajadora social, Pedro recapacitó. Habló con su madre por videoconferencia. María le pidió perdón. Todo cambió. María pasó a ver la enfermedad como un regalo que le había permitido reconciliarse con su hijo. Pedro, en cuanto pudo, acudió a Laguna para conocer el lugar donde había fallecido su madre.
La paz antes del último viaje de Sebastián
Sebastián, de 90 años, ingresó enfadado con el mundo. No quería hablar con nadie. Pero un voluntario consiguió entablar contacto con él. En cuanto supo que Sebastián había escrito libros sobre la teoría social del comunismo, los leyó para poder entablar relación con él. Funcionó. Se hicieron amigos.
Ya cuando el momento de la muerte estaba cerca, el voluntario le planteó si le gustaría ver al capellán. Para su sorpresa, Sebastián dijo sí. Y encontró la paz. Sebastián fue sacerdote muchos años pero se aproximó a ideas revolucionarias, se alejó de Dios, se casó y tuvo varios hijos con los que no tenía relación alguna.
Como reconoció a su amigo voluntario antes de morir, Sebastián llegó al hospital con la convicción de que Dios no existe, pero allí había “algo diferente”- dijo-, eso que le llevó a reencontrarse con el Señor.
La petición de Luis a punto de morir
Luis estaba en fase muy avanzada de su enfermedad. La enfermera que le curaba hacía las curas le daba conversación, ya que aunque debilitado, el paciente era muy comunicativo. Fue vendedor de enciclopedias y le gustaba mucho viajar. Luis contaba a su enfermera cómo eran sus viajes. Eran conversaciones de las que se miran a los ojos, sonrientes.
La enfermera entonces le preguntó si como buen viajero quería prepararse para su próximo viaje. Luis, confirmando que hablaban del viaje a la muerte, le confesó a la enfermera que la última vez que entró en una iglesia fue en 1936 para quemarla. Conmovido por el cariño con que le habían tratado en Laguna, accedió a ver al capellán. Murió en paz a los pocos días.
Mil sonrisas, esperanza eterna
Son sólo algunas historias. Hay muchas más. Tan reales como la vida misma. El libro “La vida y un día más” las ha reunido durante la pandemia y confinamiento por el coronavirus con el objetivo de ser un “libro de las mil sonrisas, de lágrimas infinitas y esperanza eterna”.
Pretenden poner música a la “banda sonora original de las vidas de muchas personas como tú y como yo”.
Ofrece además unas preciosas ilustraciones del Diario de una Cuarentena de Alberto Guerrero, un artista que con su creatividad conduce al lector por un camino orientado a la lucha de la virtud, para “convertirnos en el bien que queremos ver a nuestro alrededor”.
El libro no se vende en tiendas, no se ha hecho con una idea de tener una gran difusión, sino de plasmar algunas de esas historias del día a día que viven sus voluntarios y trabajadores.
Es un libro en positivo, una sonrisa, que quizás deba ser conocido más allá de sus paredes. Porque las historias lo merecen, porque su labor es grande y porque la necesidad de unos cuidados paliativos parece robada del debate púbico sobre la eutanasia. Cuando algunos hablan con el eufemismo de la “muerte digna”, estas historias reales demuestran que la dignidad está en la vida y en el mejor acompañamiento posible hasta la llamada del Padre.
Consultados por Aleteia, aseguran que los lectores que quisieran hacerse con este libro pueden ponerse en contacto con ellos. Se lo harán llegar a cambio de un donativo libre que se destinará a los cuidados paliativos de sus pacientes.
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