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Cómo estoy dejando que la pandemia me haga mejor persona

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Ruslan Sitarchuk | Shutterstock

Isaac Huss Isaac Huss - publicado el 05/01/21

Necesitaba descubrir no solo cómo dejar de complacerme, sino también cómo usar mejor mi tiempo y talentos para el bien...

Seamos honestos: esta pandemia de Covid-19 en curso ha sido extraña y, para la gran mayoría de nosotros, ha sido difícil. He tenido muchos momentos bajos, pero también he notado un gran fruto en mi vida en medio de la dificultad. Ha sido una loca montaña rusa.

De hecho, algunos de los momentos más fructíferos de la memoria reciente, en términos de perspicacia y crecimiento personal, se han producido en estos últimos ocho meses.

Y no me puedo imaginar que pudieran suceder sin la ayuda de estas circunstancias excepcionalmente difíciles.

Cuando pienso en cómo esta experiencia negativa en particular ha tenido un efecto tan dramático y positivo en mi vida, no puedo evitar pensar que hay algo en una crisis que puede ayudar a un hombre soltero como yo a darse más cuenta de su potencial dado por Dios.

Pero debido a que generalmente estoy en contra de las crisis del tamaño de una pandemia, me hizo pensar en cómo replicar sus efectos sin el daño colateral.

La pandemia como portunidad

Primero, algunos antecedentes…

He trabajado para una parroquia católica durante los últimos seis años haciendo comunicaciones y marketing. Amo mi fe y, la mayoría de los días, no hay nada que prefiera hacer que trabajar para llevar el mensaje de la Iglesia a su pueblo de formas nuevas y creativas.

Dicho esto, he aprendido que puede haber algo particularmente desafiante en trabajar como laico para la Iglesia; a pesar de nuestras mejores intenciones, lo que puede comenzar como una oportunidad increíble para servir a Dios y a su pueblo puede al final convertirse simplemente en otro trabajo.

Digamos que sobre el 1 de marzo de 2020 estaba en una buena situación, viviendo cómodamente. No me las arreglaba con lo mínimo de ninguna manera, tampoco me estaba matando a trabajar todos los días y semanas. Eso cambió rápidamente a partir del 19 de marzo.

Fue entonces cuando supe que en 24 horas teníamos que cerrar nuestras misas al público debido al brote cada vez más extendido de COVID-19.

Y luego se me ocurrió una idea: ¡será mejor que me decida transmitir en vivo nuestras misas! Porque la alternativa significaba que nuestros feligreses estarían completamente desconectados de la parroquia, y tal vez incluso de Dios como resultado… por no se sabe cuánto tiempo.

De repente, mi trabajo, que nunca dudé que fuera importante, se volvió urgente. Y eso lo cambió todo.


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Dar lo máximo

Hasta ese momento, rara vez trabajaba más de 40 horas a la semana y nunca más de 45-50. Durante los siguientes dos meses seguidos, trabajé más de 60 horas a la semana de promedio, ya que toda nuestra vida parroquial tuvo que convertirse y ejecutarse en un formato a distancia, y la mayor parte de ese trabajo recayó en mí.

Todo el tiempo, sin saber si nuestra nómina se mantendría en medio de la disminución de los ingresos. (Y no digo nada, hacer todo esto con gran incertidumbre en torno a la posible devastación humana de este nuevo coronavirus en sí).

Fue un tiempo de locos y estresante.

Sin embargo hubo algo increíblemente satisfactorio en levantarme por la mañana, poner todo el empeño en mi trabajo y luego terminar el día completamente exhausto, pero también sabiendo que hice algo absolutamente esencial ese día. Eso me alimentó.

Me encontré más concentrado, más productivo e involucrado en el trabajo que estaba haciendo. Y descubrí que esas virtudes se extendieron al resto de mi vida, desde el ejercicio hasta la oración personal.

Y al relajarme…

Entonces sucedió algo gracioso. Me tomé un tiempo libre en junio y me fui de vacaciones a un lugar lejano, para ver a unos familiares, descansar y relajarme, y aclarar mi mente.

Cuando regresé al trabajo, las cosas se establecieron en un buen sistema configurado con transmisión en vivo y ya no tuve que trabajar más horas extra.

De hecho, tuve unas vacaciones extra debido a algunos viajes cancelados que había planeado para abril y mayo, por lo que pude tomarme libres los viernes por un par de meses. Y me volví perezoso de nuevo, en pocas palabras.

El trabajo se convirtió en trabajo nuevamente. Comencé a vivir los fines de semana y desarrollé algunos malos hábitos en el camino.

Me encontré sintiéndome cómodamente de nuevo, menos productivo, menos motivado a mejorar y más enfocado en la auto gratificación, mientras me tranquilizaba pensando “Me lo merezco” después de mi arduo trabajo en la primavera.

Seguía siendo un católico (lo suficientemente bueno), pero la autodisciplina que había fortalecido y la magnanimidad que había cultivado desde marzo hasta mayo se habían desvanecido efectivamente.

Sin la urgencia de la crisis que enfrenté al inicio de la pandemia del COVID, había perdido mi ventaja y, con ella, el sentido de la misión y del compromiso con la virtud.

Pero estaba decidido a recuperarlos. La gran pregunta era cómo hacerlo sin el beneficio de una nueva crisis que enciende un fuego debajo de mi trasero.

La abnegación es mejor

El Padre Bill Baer, el gran héroe y mentor de mi vida, que en paz descanse, siempre criticaba la mentalidad de soltero y cómo esta se oponía diametralmente a la vida cristiana.

El soltero, diría, busca gratificarse a sí mismo, sobre todo mientras aprovecha al máximo el tiempo después de haber sido liberado de la mirada vigilante de sus padres y antes de estar “atado” a una esposa, y especialmente si tiene dinero de sobra.

Así que sé muy bien que siempre que me siento demasiado cómodo como soltero, necesito hacer algunos cambios.

Siempre que me siento particularmente indulgente conmigo mismo, me inclino a pensar: “Me vendría bien una Cuaresma ahora mismo”.

No es insignificante entonces que la fecundidad de mi primavera coincidiera con la Cuaresma. De hecho, recuerdo haber pensado mientras sucedía, que mientras Matthew Kelly promocionaba su serie Best Lent Ever(La Mejor Cuaresma), todos estábamos teniendo Worst Lent Ever (La Peor Cuaresma).

Duro pero bueno

Fue duro como el infierno. Pero también estoy convencido de que eso es parte de lo que lo hizo tan bueno.

La Cuaresma es como una especie de asesino espiritual dirigido a todas nuestras tendencias más autoindulgentes. Yo, a menudo vivo para comer bien y beber.

No soy un entusiasta de la comida de alto nivel de ninguna manera, pero me tomo muy en serio mis hamburguesas y papas fritas, muchas gracias. Y definitivamente soy un snob de la cerveza y los cócteles.

En la Cuaresma se trata de renunciar a las comodidades de la comida y la bebida para poder llenar ese vacío con cosas superiores. Es la abnegación, no por sí misma, sino para que puedas liberarte para hacer el bien.

Cuando no estoy buscando adrede y con obsesión el restaurante o bar más nuevo de la ciudad, sufro un poco. Y esa es una oportunidad para convertir esa energía en cosas duraderas.




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La Iglesia, en su sabiduría, nos ofrece tiempos para la penitencia como la Cuaresma (y, en menor grado, el Adviento) como oportunidades para dar un gran paso de reorientación hacia Dios.

Pero podemos utilizar esa misma sabiduría y esas mismas virtudes en cualquier momento, a diario y también los viernes, que siguen siendo un día particularmente penitencial durante todo el año.

Vida útil, práctica e intencional

Sin embargo, la vida cristiana es más que una abnegación. Necesitaba descubrir no solo cómo dejar de complacerme, sino también cómo usar mejor mi tiempo y talentos para el bien.

Y para esto recurrí a algo llamado Manual del Monje (Monk Manual), que reimagina el examen diario y organizado de los monjes para el resto de nosotros.

Durante tres meses, me he apoyado en el Manual del monje y su sencilla guía sobre una vida más intencionada.

A través de la planificación diaria, la autorreflexión y la priorización intencional, las páginas ayudan a decidir qué es lo más importante en la vida, comprometerse con ello por escrito y luego volver al día siguiente y evaluar cómo se hizo.

El Manual del monje ha sido increíblemente fructífero para mí al ayudarme a vivir de manera más intencional, y comienza priorizando lo que quiero lograr cada día.

¿Cómo puedo dar?

Pero como quizás fomenta el mayor crecimiento interno es a través de las secciones tituladas “Maneras como puedo dar” (“Ways I Can Give”).

Cada día me comprometo a pensar en cómo puedo dar. Parece algo simple, y sí, probablemente lo sea. Pero déjame decirte que es una de las cosas más difíciles de completar cada día, lo que me dice que tengo mucho camino por recorrer en esta categoría.

¡Dar no es tan difícil! Excepto, por supuesto, cuando solo vives para ti mismo.

El Manual del monje me ha ayudado a hacer todo lo posible para asegurarme de que estoy viviendo para los demás, incluso haciendo pequeñas cosas, como “llamar al primo Mark”, y ha marcado una gran diferencia.

Estoy convencido de que quizás el mayor desafío de ser un soltero cristiano es la batalla diaria para no sentirse demasiado cómodo con la soltería.

Esta comprensión me lleva a la belleza de las diferentes vocaciones en la Iglesia que nos dan la oportunidad de amar y servir.

Una crisis puede ayudar a un hombre soltero a ser menos soltero, al menos en lugar de su vocación última. Pero, afortunadamente, Dios en su misericordia y la Iglesia en su sabiduría brindan otras formas menos dramáticas de enseñar a los solteros a vivir para los demás. ¿A qué estás esperando?


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